Primera Parte
Álvaro Ruiz Abreu
Escritor, biógrafo y profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana. México
La selva, gran verdad con tanto engaño. B.Traven.
Los viajeros que llegaron a México en los años veinte parecían cargar en sus maletas la preocupación por saber qué había sido la Revolución mexicana, cuáles sus signos distintivos de una cultura antigua, de pirámides magistrales y civilización organizada. Algunos eran artistas en ciernes como Edward Weston y Tina Modotti, o bien ya iniciados como D.H. Lawrence, Paul Morand o Gabriela Mistral, que se incorporaron a la vida cotidiana del arte y de la sociedad, de la política y el azar de la política. El país vivía su período de reconstrucción, o bien del renacimiento mexicano, era el momento de confiar en el futuro, aliarse a la esperanza de que una revolución cambiaría la geografía política y social y la sensibilidad de hombres y mujeres. A ese proceso parece haberse sumado con encono y prudencia B. Traven (1882-1969), que conoció a Weston y aprendió el arte de la fotografía con él; Traven buscaba sociedades arcaicas donde pudiera comprobar sus ideas sobre el progreso, ligado al futuro.
La intensidad que alcanza, en la vida social y antropológica, es poco o casi nada común; vino de Alemania como un misterio, y algunos afirman que desembarcó justo en 1924 y otros indicios sostienen que fue en 1923, un hombre que ya traía en su pensamiento algunas de las ideas principales que desarrolla Spengler, en su célebre texto, La decadencia de occidente (1918). En uno de los relatos de Traven, un carbonero indio le dice a Gerard Gales: “Su civilización está movida por un solo pensamiento, y su nombre es ‘dinero’. Con dinero se pueden hacer negocios, pero no se pueden calentar las almas”. (Bauman 1985: 56) De donde se infiere que el futuro de la humanidad se encuentra en las culturas jóvenes, bronceadas de los pueblos indios y no en la decadente Europa. Al contrastar la cultura y la civilización, Traven cree que a los países industrializados les sobra una y les falta otra, y llega a plantear el problema en estos términos: “La civilización norteamericana, industrializada, sin alma ¿tiene derecho de destruir a una cultura india mexicana, con alma?”. (Ibid. 57).
La respuesta la encuentra en el futuro que no es simplemente un optimismo lógico sino la confianza en que las sociedades, como los seres humanos, y la naturaleza, pueden regenerarse. La esperanza está ligada a las predicciones de Marx y las del cristianismo, pero también a lo vano que puede resultar. “Si abril es el mes más cruel en La tierra baldía es porque genera falsas esperanzas de regeneración”, escribe Terry Eagleton.
Traven llegó para quedarse y construir muros a su alrededor que lo protegieran del anonimato que deseaba conservar; entusiasmado por la geografía y la cultura indígena en la que se metió a fondo, este alemán que pasó por varias vicisitudes fue muchas cosas a la vez: anarquista, bohemio, observador de geografías del subdesarrollo, cronista, apasionado amante de muchas mujeres, idealista y un hombre de una integridad ejemplar. Había nacido en un pueblo de Polonia en 1882 y murió en México el 26 de marzo de 1969, y jamás reveló su identidad, estuvo en Indonesia, en Vietnam. Escribió: “–¿Qué dónde queda mi patria? En el lugar en el que esté y en el que nadie quiera saber quién soy, ni qué esté haciendo, ni de dónde soy: ésa es mi patria, mi tierra”.
Se fue a las regiones más apartadas del país, entre los indios lacandones y de otras etnias chiapanecas, y pidió que cuando muriera sus cenizas fueran esparcidas en las aguas del río Jataté. Creo que esto lo describe muy bien Antonio Saborit: “De finales de mayo a principios de agosto de 1926 Traven Torsvan efectuó su primera expedición a través del estado de Chiapas. Se dice rápido. Nada en esa geografía sugería la mera posibilidad ni de la historia ni de la leyenda, sobre todo tratándose de una zona sembrada de despejos materiales envueltos por la selva. Y el día que volvió de ahí creía a ciencia cierta haber llegado a la raíz de México, a la cuna de su vasta población indígena, incluso la cuna de la humanidad”.
En las novelas sobre los indios de México, Traven no los describe como hartos de una explotación que los convierte en seres a punto de emanciparse a través de una revolución. No, lo que él propone es que esos indios sufran y a través del sufrimiento descubran su condición, y en ese momento optarían por romper las cadenas que los atan y hacerse libres, egoístas, individuos al fin que han conquistado su libertad. No para obtener el bien común, que es una abstracción tomada del filósofo Skirner. Traven parece envuelto en esa filosofía de la historia según la cual la Esperanza es inherente a la condición humana pues ninguna sociedad puede existir sin ese deseo de redimirse alguna vez frente a las catástrofes del mundo contemporáneo.
Con su escritura sucede lo que a menudo pasa con otros escritores que combinan la experiencia con la novela, el testimonio de lo que el testigo ha observado con el universo de la imaginación. Entra así a formar parte de esa idea de Lejeune sobre el “pacto autobiográfico” del autor y las representaciones de su prosa. Por tanto, no es difícil ubicar su estilo: es directo y referencial, manejado por un narrador que sabe de antemano dónde se encuentra el bien y dónde el mal, cuáles son los valores que defiende esa prosa escueta y cuáles los que condena. Sabe además qué voces van a ser privilegiadas en el relato, en el caso de Traven, la de los indígenas, y cuáles serán opacadas por su ruindad: la de los poderosos, hacendados, grandes comerciantes, explotadores de la mano de obra del indio, terratenientes y traficantes de hombres y mujeres en un tiempo en que la esclavitud había sido abolida. Novela sin ficción, o autoficción, la de Traven se inscribe en una escritura que no quiere ser subjetiva sino claramente objetiva; los rayos de la imaginación se aplican escasamente a ella pues el narrador-autor prefiere los rayos de la realidad.
La escritura de Traven es un texto abierto al tiempo, a las diversas interpretaciones por las que atravesó; yo la inscribiría en la novela indigenista, antropológica que proliferó en México y Latinoamérica en los años veinte y treinta y que se propuso reivindicar la vida de los indios, sus creencias y su identidad, señalando la explotación ilimitada a la que estuvo sometida por caciques, hacendados y por las mismas autoridades encargadas de distribuir justicia. Y sin embargo es algo más que esa escritura de denuncia, muy proclive a exaltar la lucha contra el capitalismo y elevar a rango divino el socialismo que proliferó en esos años.
Una cosa parece clara: Traven quiere decirnos que el hombre se encuentra atado a la tierra, su verdadera naturaleza, y que el dinero, el progreso, la ciencia y la tecnología en ascenso lesionan ese pacto y tratan de desplazarlo. En las zonas tropicales de México, encontró tal vez la explicación racional a su idea. “Una selva tropical es tan rica en vida que sencillamente nadie puede sentirse desolado si siente todo el universo en cada pequeño insecto, en cada lagartija, en cada piar de un pájaro, en cada murmullo de las hojas, en cada forma y color de flores”. (Baumann: 187).
En sus relatos aparece el mundo de la división del trabajo, y sin embargo, se advierte la influencia de Dante y de Blake, por citar a dos clásicos, según apunta Baumann. Así Traven no es solamente el impugnador de una clase, que escribe mensajes cifrados en sus obras, tampoco es un ortodoxo de ninguna ideología sino el escritor que repasa y profundiza en el alma de los seres humanos y de la naturaleza.
Le preocupa el destino de los indios, de los trabajadores. Para ellos sólo había trato despiadado, jornadas de trabajo inhumano, silencio, y todo el peso de la ley si se salían del esquema. Traven conoció ese sistema de explotación colectiva irracional que heredó el país de los Científicos y de la dictadura de Porfirio Díaz y lo expuso en su conocido “ciclo de la caoba”, relato de corte realista y casi naturalista, en el que describe a fondo y en todos sus detalle con una herramienta literaria: la ironía, que finalmente es el asunto dominante de La carreta. La tesis que defiende en ese ciclo es que el esclavo dura lo que su voluntad quiere, porque finalmente es libre para decidir entre esclavitud y libertad. “Para el esclavo no hay más que una virtud y un derecho, el de considerar como palabra evangélica todo lo que el patrón dice. El esclavo que no practica esa virtud ni ejerce ese derecho contraviene la regla, y en esas condiciones el matarlo o torturarlo son acciones de un mérito nunca bien ponderado”. (La rebelión: 117).
Tal vez Traven sigue siendo esa incógnita abierta para la crítica y los lectores de su obra; quién era este escritor que firmaba con esa B y ese apellido como sacado del cine, de dónde venía y en qué zona de México se encontraba. La especulación sobre su vida fue inmensa y se convirtió en otra incógnita, pero lo cierto es que en sus textos hay grados altos de anarquía, una especie de filosofía de la vida y del Estado que prevalece en las comunidades que él recorre con su mirada en el sureste de México. Cada indígena que él toma es un rompecabezas en donde las piezas remiten a una extraña y complicada concepción del hombre, según la cual la autoridad y la sociedad, la Iglesia y quienes obedecen sus dictados, los enemigos del indio forman una comunidad de explotadores y explotados que solamente la conciencia de esa situación puede romper.
Traven describe comunidades indígenas, construye personajes de carne y hueso, no caricaturas del indio sumiso y obediente a los designios del patrón, y lo encuentra en Andrés de La carreta. En un intento por humanizar la visión de las cosas del mundo indígena, Traven convierte a Andrés en un emisario de su pasado familiar y de su raza, y al mismo tiempo en una persona reflexiva que toma conciencia de la función que cumple en la relación laboral de los suyos con los patrones, en la que descubre un conflicto tan viejo como la humanidad y muy complejo. La solución no está a la mano, pero Andrés siente que hay cierta verdad por la que debe sacrificarse, tal vez presiente la esperanza. Y esta palabra es uno de los ejes sobre los que Traven edificó el enorme edificio de su escritura.
La novela indigenista de los años treinta y cuarenta fue a las comunidades, a los pueblos, para urdir historias noveladas previsibles: el indio siempre aparecía en una cápsula de olvido y la explotación que lo hacía propenso a la compasión. Era un ser noble, bondadoso y transparente, en mitad de un mundo oscuro gobernado por el materialismo y el progreso. En mitad de la noche, el indio brillaba. La obra de B. Traven es algo más que esa fórmula. Y lo vemos con claridad en La carreta, un relato realista, alejado del retrato conformista del indio y sus costumbres, una lección de lenguaje directo y transparente con el que Traven dibuja a fondo el temperamento de las montañas de Chiapas. Lleva al lector allá donde viven indios tzeltales, tojolabales; arriba el cielo prometido por la Iglesia católica a los indios, abajo el sacrificio de cada indio para subsistir en mitad del trabajo de animal que nadie le obliga a ejecutar pero que debe hacer en esta vida. “Nadie aventaja a la Iglesia cuando de anunciar se trata. Reproducidas en millares, pueden leerse en las alcancías de los ‘pobres’ las siguientes frases: ‘Cada centavito que des, te será devuelto en oro en el cielo”. Y la Iglesia, aclara el narrador, no rinde esas cuentas porque nadie se las exige, pues todos sus postulados están amparados en la fe.
En su texto hay una constante reflexión acerca del destino y el origen de los indios, de la suerte que corren en manos de los patrones. No son esclavos porque la Constitución ha abolido la esclavitud, pero en los hechos son tratados igual que esclavos; no se venden ni se compran indios, porque la ley lo prohíbe, pero en la vida diaria de esas comunidades alejadas de casi todo, se acostumbra vender y comprar indios. Y la lista de arbitrariedades sociales, en el trabajo, en la sexualidad, en el abuso de las mujeres, parece interminable. Traven trabajó la realidad como un artesano de las palabras y así la reinventó, una de sus prioridades fue inyectar imaginación a la historia degradada de las comunidades indígenas, sacarlas de la oscuridad y darles la esperanza que necesitaban. Parece un gesto cristiano, pues la esperanza es una de las tres virtudes teologales, ligada a la fe y la caridad, según San Agustín “no hay caridad sin esperanza, esperanza sin caridad y ni esperanza ni caridad sin fe”.
Presentación
Una doble fortuna me ha regalado la vida recientemente en el plano intelectual y personal. La primera, haber viajado a Chiapas en el marco del encuentro convocado por el Comité de Traducciones y Derechos Lingüísticos del PEN Internacional, titulado “Escribir el futuro en lenguas indígenas”. La otra, coincidir con el intelectual mexicano, Álvaro Ruiz Abreu, quien disertó sobre la presencia de Traven en México y algunas claves que ayudan a comprender su pensamiento.
El texto íntegro lo presentaremos en dos entregas para provecho de los lectores con la esperanza de que la revisión pueda realizarse con pausa. Ruiz Abreu es un especialista de B. Traven y un apasionado de la filosofía de un hombre que, por aparte, hasta hoy no deja de ser un enigma y un pensador con intuiciones más que lúcidas. Fue al mismo tiempo un crítico de su tiempo que se sirvió de las ideas de los más insignes estudiosos de la época.
El ensayista ubica la obra de Traven de los siguientes términos:
“La escritura de Traven es un texto abierto al tiempo, a las diversas interpretaciones por las que atravesó; yo la inscribiría en la novela indigenista, antropológica que proliferó en México y Latinoamérica en los años veinte y treinta y que se propuso reivindicar la vida de los indios, sus creencias y su identidad, señalando la explotación ilimitada a la que estuvo sometida por caciques, hacendados y por las mismas autoridades encargadas de distribuir justicia. Y sin embargo es algo más que esa escritura de denuncia, muy proclive a exaltar la lucha contra el capitalismo y elevar a rango divino el socialismo que proliferó en esos años”.
En otro tema, no deje de leer el trabajo de Raxche’ Rodríguez Guaján, titulado Más de un K’atun de edición, centrado en la figura de Humberto Ak’abal y su producción editorial. Además, considere el texto narrativo de Jorge Ovalle Menéndez, la propuesta poética de Irma Alicia Velásquez Nimatuj y la crítica de Miguel Flores. Estamos seguros que cada esfuerzo estético redundará en su provecho personal en el intento por comprender más y mejor el mundo en el que nos movemos.