Mario Monteforte Toledo
Escritor

Este artículo de Mario Monteforte Toledo nos ayuda a entender la trascendencia que miembros del Pueblo Maya recobren su voz robada. En ese contexto de recuperación de la palabra propia, Monteforte valora y analiza el trabajo literario de Humberto Ak’abal y sus implicaciones. Este trabajo sirvió de introducción a la segunda edición del libro Raqonchi’aj – Grito, Maya’ Wuj, 2009.

El caso Ak’abal es el mayor acontecimiento de la literatura nacional de los últimos tiempos. El primer poeta maya que emerge de un pueblo que se traga sus palabras porque tras cuatro siglos de dominio de espada y cruz le robaron la voz.

Pero Humberto Ak’abal no nace de las malvas, así como los relámpagos no son casualidades del cielo. Corresponde cabalmente a una etapa de la historia de los pueblos mayas, también parte del repunte de la voluntad de vivir que ha puesto de pie a los pueblos indígenas de todo el hemisferio. Esos pueblos ya no reivindican sólo el libre ejercicio de sus culturas; han llegado a reclamar sus derechos económicos y políticos, a que su dignidad abarque la plenitud debida a todos los seres humanos. Este horizonte acaba de abrirse, para angustia de quienes ven en trance de desaparecer la servidumbre de las inmensas masas que con su sudor y sus lágrimas les han amasado la fortuna.

Ak’abal es esa voz, otra voz de esos pueblos ya erguidos, ya en acelerada toma de conciencia de su propia historia, de su fuerza y de su voluntad de trazarse su destino. Una de las más flagrantes novedades de su protagonismo literario es su condición de maya, poeta y escritor, considerando que procede de una cultura oral, de esas que transmiten de labio a oreja desde hace siglos un lenguaje total donde se entiende todo lo comprensible, se guarda todo lo digno y se sugieren los misterios. Sólo los lenguajes orales son susceptibles de abarcar el universo entero, sin las cárceles y las falsedades de la escritura.

Campea en la poesía de Ak’abal igual animismo que en la ética, el arte y la religión de su pueblo. El hombre y la naturaleza son iguales evidencias de la vida, se entienden y comunican. Hablan las piedras y las hojas, los vientos, los vivos y los muertos. Con similar facilidad los seres humanos se transforman en fantasmas y los fantasmas en seres humanos. Este coro multitudinario otorgó a la antigua plástica maya su ilimitada elocuencia, y es la responsable de la dinámica de las leyendas mayances actuales y del trabajo de Ak’abal, aunque nunca dejará de parecer extraño al mundo occidental, porque lo es.

La forma tendiente al hai-kai y los toques surrealistas de esa poesía no proceden del Occidente –entendido como Europa–, ni el Oriente –entendido como Japón y China–. Hauser descubrió por qué los diseños y las armonías colorísticas de las telas siberianas, árabes, yugoslavas y rumanas y las telas de los pueblos originarios de América se asemejan tanto. Resulta ocioso y fabulador explicarlo por similitudes de origen o por comunicaciones de los tiempos del mamut. Condiciones ecológicas y formas de desarrollo social que generan casi todos los pueblos a lo largo de su evolución van motivando iguales expresiones. Sin duda la brevedad de las composiciones de Ak’abal corresponden a usos de su cultura ancestral. En cuanto al surrealismo, precisa deslindar creación y fuentes. El surrealismo en América es milenario; si hiciera falta una prueba citaríamos el Popol Vuj. Además, en casi todas las religiones funcionan elementos surrealistas, aunque no fuese sino porque todas ellas utilizan lo misterioso, lo inexplicable por la vía de la razón. Lo que hay que creer por acto de fe. Por mucho que se esfuercen, los sistemas políticos y económicos no podrán crear jamás símbolos sin demostración, valores por lo que el hombre esté dispuesto a morir sin entenderlos.

Una especie de pincel de pelo muy fino disemina toques de buen humor o de protesta en el trabajo de Ak’abal. Esto no llega a transformar su poesía en ingenuidad, en balbuceo infantil. Esta es una literatura profesional, articulada con plena conciencia de su contenido y efectos. Poesía culta e inteligente. Su profundidad no deriva de amarres con los antiguos textos (como el Popol Vuj o la poesía arcaica recogida por antropólogos y lingüistas en tierras mayas de ahora). La profundidad en este caso pide prestado a la sabiduría popular, a la meditación de los ancianos y a la capacidad muy personal de descubrir alianzas entre elementos distantes. Tomar como naif este trabajo es ignorar su clave, su bien guardado secreto. Lo indio en esta poesía está debajo de las palabras, en el cuidado puesto al escoger y administrar las palabras con las mismas precauciones con que se manejan las lenguas extranjeras. Esto es castellano; no aparecen vocablos o sonidos onomatopéyicos mayas sino cuando el poeta no les encuentra traducción, vía de acceso hacia el castellano. Esta interioridad, esta corriente subterránea la encontramos de manera suprema en Vallejo y en José María Arguedas y, en momentos felices, en Miguel Ángel Asturias. La adivinación, el vislumbre de esa intimidad es algo que nos permite captar y sentir la poesía de Ak’abal como algo nuevo.

Varios gruesos enemigos acechan el desenvolvimiento de Humberto Ak’abal. Uno es el éxito que lo envuelve en lo mundano y lo impele, allá en el fondo, a ceder a la demagogia para complacer al público, lo cual nada tiene para él de difícil, dada su notable y natural vocación histriónica. Otro es el riesgo –todavía mayor– de las influencias de modas, corrientes y comunicaciones en el mundo urbano –incluyendo el extranjero– donde lo obliga a moverse su afán de conocer, pero también su fama –cuya concomitancia con la comercialización es inevitable–. Él mismo presintió esta farándula, este peligro de sutil pero poderosa aculturación cuando empezaba a estrecharse su contacto con la ciudad. Parafraseo sus versos, pero recuerdo su sentido: “Que no me cambien, que no me cambien”, imploraba.

Nadie, acaso ni él mismo, está en condiciones de prever lo que vaya a dar de sí este hombre gentil, simpático, pero recio y consiente hasta la saciedad de la tremenda responsabilidad de ser maya, de un país tan breve e inerme como el nuestro, y poseer tan inmensa voracidad para descubrir y asombrarse. Él sabe que en letras y artes, repetirse es una manera de morir; pero también sabe que cambiar puede ser forma de agonía.

Artículo anteriorFlorinda Meza regresa al cine con “Dulce familia”
Artículo siguienteEl Ak’abal de Asturias