Fernando Barillas Santa Cruz*
Es el año 2019. El caos de la Ciudad de Guatemala crece al ritmo de la cultura de consumo que la ha absorbido. Los centros comerciales proliferan en detrimento de espacios públicos; sustituyen a los parques y los paseos. A mayor población mayores necesidades: más vehículos, más tráfico, más inseguridad, y con ello viene menos paciencia, menos tolerancia, menos criterio y, por supuesto, menos empatía.
En medio de este embrollo llamado ciudad, se ha mantenido el fenómeno de la Semana Santa. Pareciera inadmisible, pero cada vez le resulta más difícil a los cortejos procesionales abrirse paso en las calles del Centro Histórico, incluso crece el descontento en torno a las procesiones, sobre todo -y con razón- contra las que se organizan sin ningún sentido. Y esa molestia, para quienes no comprenden el fundamento histórico de la Semana Santa, hace que se extienda a todas las procesiones en general, incluso contra las que han forjado a martillazo de tradición nuestra identidad.
Como cucuruchos que entendemos a la Semana Santa como un fenómeno cultural y social que trasciende su naturaleza religiosa, debemos comprender que Guatemala ya no es el país católico que antes fue. Las iglesias evangélicas hace ratos se hicieron prevalecer, sin contar los crecientes casos de personas que abrazan distintos tipos de espiritualidad ajenas, incluso, al cristianismo. En consecuencia, resulta normal que cada día más y más personas manifiesten su inconformidad en redes sociales por el bloqueo de las calles por donde viven o transitan, por el descontrol, desorden vehicular, suciedad y contaminación que dejan a su paso devotos y feligreses, pero, básicamente, por lo que consideran un atropello a su derecho a vivir en un espacio armónico en donde nadie esté por encima del interés y la paz del otro.
“Ya. Decidido. Voto por el alcalde que prohíba las procesiones fuera de Semana Santa”, fue un incendiario comentario que leí hace unos meses en Twitter, al que respondí diciendo: “Fuera de Semana Santa, es decir agosto o noviembre, totalmente de acuerdo. Y me sumo. Pero ahora es Cuaresma, es normal y deberíamos saberlo”.
Por supuesto. Quien se atreve a vivir en el Centro Histórico debe saber y comprender que las procesiones se dan y se darán; que desde antes que nacieran sus padres se bloquea el paso por muchas calles para permitir la elaboración de alfombras, y que esos días, si no les agrada la tradición, lo mejor es echar llave al hogar y salir a buscar refugio a otro sitio. En Semana Santa no queda de otra, pero ¿qué pasa con esa procesión extraordinaria que decidió organizarse de la nada, y que provoca los mismos problemas en un momento en el que no debería estar en las calles?
Las hermandades no pueden seguir pecando de arrogantes e ignorar el nuevo entorno que las rodea. Deben contribuir a que sus manifestaciones de devoción popular se realicen en los contextos adecuados y no provocar más caos del que ya se genera.
¿Qué hace, por ejemplo, Jesús de las Palmas ampliando su recorrido hasta el Barrio Moderno? ¿En qué contexto histórico o bajo qué fundamento justifican que esta imagen tan tradicional vaya a visitar a Jesús de Candelaria en un día en el que de por sí, la procesión del Rey del Universo ya tiene colapsada a la ciudad? O, peor aún, ¿Tienen los cargadores suficientes para ampliar su recorrido de manera tan atrevida?
O bien, ¿Qué hace una procesión organizada por el Ejército saliendo a las calles, con un itinerario enorme que corona la Plaza de la Constitución, con una imagen de talla intrascendente, de poco valor artístico y sin mayor veneración?
Ciertamente han surgido nuevas devociones que en buena medida son consecuencia de lo complicado que resulta ahora cargar en las procesiones más tradicionales. Ya no caben más cucuruchos en San José, Candelaria o La Merced, cierto es, pero ello no puede justificar que salgan a la calle cortejos sin ningún valor, o bien que se amplíen antojadizamente itinerarios cuando las imágenes no tienen la devoción suficiente para realizar semejantes ajustes.
De cara a la Semana Santa del futuro, la del 2040, es imprescindible que hermandades y devotos abracemos la empatía y la consideración al otro, aunque ese otro no comparta nuestra fe y nuestras costumbres.
Es cuestión de dimensionarnos, de aplicar la empatía hacia los vecinos de la capital que no comparten la tradición; comprender y admitir que los católicos ya no son mayoría, que en buena medida, aunque la tradición se mantiene, no necesariamente quiere decir que la misma esté creciendo en función proporcional con el crecimiento demográfico. Habrá qué atreverse a pensar en adaptarnos a los tiempos y apostarle al misticismo, al llamado al espíritu, más que a la pompa, la extravagancia y la petulancia.
Ciertamente, el ahogo y hartazgo de la gente provoca que se planteen ideas absurdas, como la creación de un “procesionódromo”, cuando en realidad el mismo ha existido siempre y lleva por nombre Centro Histórico. En todo caso, sería interesante pensar en la posibilidad de establecer una vía procesional en donde circulen forzosamente todos los cortejos, para tratar de ordenar el tráfico, y evitar así rutas o calles antojadizas. En La Antigua Guatemala, sin proponérselo, durante la Semana Santa la mayoría de las procesiones prácticamente transitan por un mismo circuito desde hace muchos años.
Y no, no tienen por qué estar saliendo procesiones de nazarenos o sepultados fuera de temporada. No tiene sentido.
No obstante, es importante reivindicar cómo en cada procesión, cómo en cada elaboración de una alfombra, las familias retoman el espacio público que les ha sido negado diariamente desde hace al menos 30 años, por el caos de la que dicen es la “Ciudad del Futuro”. Una metrópoli dominada por la anarquía, la delincuencia, la contaminación, el caos vehicular y la falta de espacios y servicios públicos. En una ciudad que ofrece muy pocas condiciones de bienestar, la Semana Santa, que representa la máxima expresión de cultura popular tradicional del país, sigue siendo un ventarrón de aire fresco, que permite respirar y sobrevivir en ella… o a pesar de ella.
* Periodista y Comunicador Social por la Universidad de San Carlos de Guatemala. Impulsor de la declaratoria de la Semana Santa como Patrimonio Cultural de la Nación. Cucurucho.