Santos Alfredo García Domingo
Educador y Escritor

Un maestro que no comparte y no escucha a los estudiantes está perdiendo el tesoro más valioso y hermoso que tiene a su lado.

Un maestro que no aprovecha el tiempo para compartir experiencias educativas es un robot que repite contenidos vacíos y llena de información inútil los cerebros inocentes y deseosos de aprender para la vida.

En uno de mis manuscritos tengo el siguiente pensamiento: “Cuando el maestro sea perfecto, entonces desaparecerá Dios. Yo quiero seguir siendo maestro para aprender cada día y enseñar mejor”.

Ahora comprendo que no se trata de enseñar sino de aprender. Cada experiencia es un aprendizaje si permitimos que penetre en nuestro corazón con humildad. La pedagogía del error nos dice que sólo se puede aprender desde el error, entonces aparece el miedo en el cerebro del maestro que no quiere cambiar su paradigma.

En el centro educativo encontramos docentes enseñando con un idioma ajeno al del educando y todavía afirman que son inútiles porque no aprenden. En el centro educativo encontramos directores que defienden los errores de los docentes violando los derechos de los estudiantes y padres de familia.

Hay estudiantes que sufren no solamente como los casos expuestos, sino de acoso sexual y escolar. Es desesperante para los padres de familia que no encuentran apoyo. En mi experiencia como docente y monitor del Ministerio de Educación he comprendido que con solo la disposición de escuchar al estudiante, al maestro, al director, al padre de familia o al vecino de la comunidad ya hemos hecho una gran parte de nuestro trabajo y hemos aprendido demasiado.

Las experiencias educan y no son una casualidad, son la gran oportunidad de abrir la brecha de la superación, de la esperanza y de la felicidad. El temor a equivocarnos no nos ha permitido crecer, por eso, el dolor es más grande cuando descubrimos nuestro error.

Hace años me sometí a un concurso literario y en lugar de prepararme para ganar, me preparé para perder para no sufrir, mi sorpresa es que le puse todo mi corazón al concurso y lo gané.

Creo que no se trata de navegar contra la corriente sino de aceptar nuestra realidad. No somos superhombres sino personas sujetas a aprender cada día. No se trata de juzgar quién es el mejor sino de superar nuestras limitaciones.

Las experiencias educativas no las encontraremos en enciclopedias, ni en los libros más caros sino en esos niños, jóvenes, señoritas, padres o vecinos que tienen hambre del saber.

No se me olvida la respuesta de una niña de párvulos cuando la interrogaba:
– ¿Cómo le gustaría que su maestra le enseñe para aprender mejor?
– Que le diga a mi mamita cuáles son mis errores para que me corrija.
– ¿Por qué dice eso?
– Porque cuando cometo un error, la seño me pega.

En otra ocasión, al visitar la Escuela Oficial Urbana Mixta, Daniel Armas de Santa Catarina Ixtahuacán, Sololá, una maestra me manifestó que la planificación no era necesario hacerla porque ella ya tenía cuarenta años de dar clases y sus alumnos siempre aprendían y lo más bello es que muchos de ellos, ahora ya son profesionales.

Es lamentable que sigamos masticando el mismo chicle, aunque no tenga sabor. Las experiencias no tienen el mismo color: hay dolorosas, indiferentes, las que dejan huellas y las que se cuentan porque valen la pena. El primer paso para valorar las experiencias es reconocerlas. Si nos hemos equivocado, aceptar nuestro error y enmendarlo.

La pedagogía del error nos invita a recapacitar, a hacer de nuestras limitaciones y de las equivocaciones el principio del aprendizaje. Si en el aula permitimos que los estudiantes expresen sus ideas, pensamientos, sentimientos, experiencias y los escuchamos con atención, ellos se sentirán tomados en cuenta.

Descubriremos aprendizajes significativos cuando el estudiante modifique su forma de pensar y ver al maestro cuando se acepta con sus limitaciones y comparte sus experiencias. Creo que es tiempo de hacer a un lado nuestros temores. El maestro no lo sabe todo.

Hasta el momento las experiencias narradas son acontecimientos difíciles, pero si la presencia del maestro y su experiencia acompañante puede hacer la diferencia, la educación tomaría un giro sorprendente.

Si eres maestro, date la oportunidad de abrir tus oídos a los gritos de auxilio o de alegría de tus alumnos. Ellos te necesitan más que la infinidad de contenidos que llevas preparado para disertar en una jornada de trabajo.

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