Juan Fernando Girón Solares
Colaborador Diario La Hora
Y así llegaba la Semana Mayor de aquel venturoso e histórico año de 1946… Los días de sol, fuerte calor y las noches de cielo estrellado, fueron el marco con el cual María Elisa tenía desvelos y constante comunicación con el grupo de esforzadas damas que conformarían a las cargadoras de la Virgen de Soledad de la Escuela de Cristo, en su procesión del Santo Entierro.
La tarea no fue para nada sencilla, pues aunque Virginia, doña Candelaria, Inés, Rosa María e Irene del Carmen hicieron sus esfuerzos, resultaba complicado para cada una, conseguir que veinte damas se trasladaran y retornaran el mismo día de la capital a la Antigua Guatemala, luego de su participación en el cortejo procesional, pues algunas de ellas participaban ya en los cortejos de Viernes Santo en la ciudad de Guatemala, otras no habían cargado antes, y varias tenían, como era comprensible compromisos familiares.
En la semana de “Dolores”, la conformación del grupo de CIEN damas penitentes aún estaba en veremos, pero –UNA PROMESA ES UNA PROMESA– pensaba para sus adentros María Elisa, y más aún cuando lo prometido es para los temas de Dios. Sin embargo, a pesar de la complicación, el grupo tomó la decisión de no rendirse ni abandonar su compromiso, y por ello, como penitencia, el día Viernes de Dolores, 12 de abril de 1946, acordaron visitar a la SOLEDAD DE LA ESCUELA DE CRISTO, en la jornada previa a los días de mayor solemnidad, para implorar su ayuda.
Para este efecto, al finalizar la mañana abordaron el “Packard” verde metálico propiedad del esposo de Irene del Carmen, y con él al volante, el grupo se enfiló por la avenida Bolívar, el camino antiguo a Mixco, y allí comenzó la ruta polvorienta hasta la cumbre de San Rafael Las Hortensias, la aldea El Manzanillo, San Lucas, Milpas Altas, donde se detuvieron a almorzar, y la peligrosa “Cuesta de las Cañas” hasta llegar varias horas después, y más específicamente a media tarde, a la Ciudad Colonial de la Antigua Guatemala.
A pesar de que dos de las integrantes del grupo, realmente no conocían a la imagen de la Soledad, quedaron admiradas por la belleza y la dulzura del rostro que verdaderamente inspira. Una hermosa alfombra de aserrín se tendía a los pies de la Santísima Virgen, lo cual se complementaba con un extraordinario huerto que como tributo para la Madre de Soledad se había preparado para recibir a los fieles devotos que desde esa hora se agolpaban en el Templo de la Escuela de Cristo.
Con el humo de las velas y del incienso y atrás el luctuoso cortinaje, rezaron el Rosario, las oraciones propias del día, y luego de identificarse con los representantes de la Directiva de la Hermandad, estos les agradecieron el sacrificio que harían por el Cortejo que el Viernes Santo próximo, estaría despertando, ojalá a partir de ese momento y para la posteridad.
El sonido del tzijolaj y del tun se dejaron sentir en el ambiente, y así nuestro conjunto de devotas, encabezado por María Elisa, emprendió el regreso hacia la capital, pidiendo a la Virgencita de Soledad que no las desamparara en aquella faena: “retornar al templo con sus cien cargadoras para el cortejo procesional que acompañaría al Santo Entierro el Viernes Santo”. La comitiva a bordo del vehículo, divisó las pocas luces de la metrópoli desde la cumbre de occidente.
La jornada de “reclutamiento” de cargadoras prosiguió en forma muy afanosa, pero al final de cuentas LA VIRGEN ESCUCHÓ SUS RUEGOS. El Martes Santo de aquel año, María Elisa recibió la llamada telefónica tanto de Rosa María como de Irene del Carmen, quienes habían logrado ya cada una, entre las alumnas del colegio y de sus conocidas, incluyendo algunas trabajadoras de la Cruz Roja Guatemalteca, respectivamente, las CUARENTA cargadoras que restaban.
Y como Dios provee y cuando provee en abundancia, el día previo a que cesara la jornada laboral en la empresa de combustibles para la cual trabajaba, Virginia logró que el Gerente General de la compañía, en un gesto de nobleza y generosidad, les facilitara el uso totalmente gratuito, de dos autobuses que normalmente servían para el uso del personal, para trasladar a las CIEN DE LA FAMA, desde la capital hacia la Antigua Guatemala y viceversa, el próximo día Viernes Santo.
Luego de agradecer al Altísimo, se convino por parte de nuestras valientes devotas cargadoras, que el punto de reunión y la hora de partida sería a la altura de la Avenida Elena y trece calle poniente, frente al Predio San Diego, a las diez en punto de la mañana. Como el señor Ricardo Lenhoff y su grupo de colaboradores miembros de la subdirectiva ya se había trasladado a la Antigua Guatemala para las afanosas tareas propias de la Semana Mayor, no hubo tiempo de avisarle por vía telefónica, razón por la cual al caer la jornada de aquel Martes Santo, María Elisa se dirigió a la oficina de correos y telégrafos donde envió un telegrama urgente, a la dirección en la Calle de los Pasos, en la Antigua, según se le había instruido, donde informó a los entusiastas directivos: que el grupo ESTABA CONFORMADO Y LISTO PARA ACUDIR EL VIERNES SANTO A LA ESCUELA DE CRISTO y LLEVAR EN HOMBROS A LA VIRGEN DE SOLEDAD. Llegó pues, aquel Viernes Santo de 1946…
(Continuará)