Miguel Flores

La gestión cultural es un oficio más de la cultura. En Guatemala lo han ejercido desde maestros del área urbana como rural, pero también capitalinos interesados de primera mano en la promoción, difusión e investigación del fenómeno cultural. El término cobró fuerza con los impactos de la globalización y en especial en Guatemala con el nacimiento del Ministerio de Cultura y Deportes.

La gestión cultural es ahora una nueva profesión. Su función es la de ejecutar los apoyos institucionales que canalizan la creatividad estética y las formas de vida colectiva, como lo expresa el referente mundial de esta disciplina, George Yúdice. Estos son los que ponen en marcha, dice, una política cultural a través de intervenciones puntuales, ya sea dentro del aparato burocrático del Estado, o una institución privada. Hasta hoy los llamados gestores culturales se hacen en la práctica, aprendiendo de la prueba y el error. Se han dado cursos muchas veces con escaso fundamento teórico.

Para la vida cultural de la Ciudad de Guatemala fue trascedente el nacimiento del Centro Cultural Metropolitano (CCM), antiguo edificio de Correos, que ha realizado sin duda una labor silenciosa y poco difundida por la Municipalidad de Guatemala. El antiguo edificio de Correos fue remozado y habilitado para las manifestaciones y formación artísticas.

Un recorrido por este edificio, y sus diversos programas son un ejemplo de las buenas prácticas de la gestión cultural, aunque le faltan apoyos sustantivos en su estrategia de comunicación. Las escuelas de arte, tanto visual, danza y música empiezan a dar sus frutos. Es notoria la proliferación de sus egresados en diferentes agrupaciones estatales o independientes. La adecuación de este edificio ha permitido la existencia de salones amplios para los distintos tipos de cursos y son los poseedores de las únicas galerías para la exhibición de arte visual.

En la actualidad, además de los cursos de formación, se cuenta con programas de exposiciones. La muestra anual Galería Abierta es el resultado de una convocatoria extendida a todos los ciudadanos para que puedan mostrar sus inquietudes en la expresión visual. Un grupo de expertos seleccionó las expresiones más significativas que ahora se exponen. El resultado es apreciar nuevos nombres que puedan trascender esta primera exposición colectiva, como la obra de Gabriel Díaz, Tu crossfit es mi vida, o como la serie de fotografías Asimilando la luz, de Camilo Sarti.

El programa de exposiciones del CCM es importante, ya que se constituye en el único espacio donde es posible contemplar nuevos artistas, variedades de técnicas –sin encasillamientos a pintura–, y mejor aún, sin la mediación de un curador que oriente la muestra a determinados discursos de su interés. En cierta forma es una visión depurada de un salón de pintura donde siempre hay un proceso de selección.

Por el momento no se observa el sesgo que tienen algunas organizaciones culturales hacia paradigmas pétreos del arte contemporáneo, con determinadas características. Ojalá no se caiga en un mismo círculo de personas que seleccionan la obra a exhibir, así se evita un nuevo gueto para el arte visual.

El desempeño del CCM es una esperanza para el arte y la vida cultural del Centro Histórico. Ojalá no se tiña de un exceso de verde muni, pero sobre todo auguro que siga siendo manejado por profesionales de la cultura.

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