Miguel Flores
Doctor en Artes y Letras
La falta de espacios de exhibición para los artistas visuales es una realidad. He ahí que luego de tocar puertas en galerías de arte, pasan a las fundaciones. Se percibe una superproducción de obra visual, creyendo que esta profesión es una mina de oro. Creencia que es compartida por entidades de beneficencia. El programa cultural de la ciudad es una mezcla de exhibiciones de galerías de arte, fundaciones y centros culturales del alto y bajo presupuesto.
En todas se exhibe arte visual desde un biombo hasta un espacio con aires de museo. Igualmente están las subastas para todo tipo de necesidades que requieren una recaudación de fondos a costa de los artistas. A esto se han sumado ciertos espacios que son mitad bar, mitad galería de arte, para quitar ese tufo de mala muerte, pero que sigue siendo un bar, aunque le llamen proyecto o centro cultural.
En muchos países se tiene una clara delimitación de funciones en relación con el arte. Por un lado, el mercado en manos de galerías y ferias de arte; por el otro, la producción simbólica difundida principalmente por los museos y centros culturales no lucrativos. Esta división permite al público discernir sobre una obra de arte.
Existen también otros factores no menos importantes como la crítica y la mercadotecnia aplicada al arte. Esta aproximación es más sutil y capciosa, pues presenta mentiras como verdades. Justamente así son asumidas por el público. Los ejemplos en Guatemala son muchos. El papel y el sitio web aguantan con todo.
La filmografía contemporánea hace evidente que hoy en día el éxito de un artista es, en la mayoría de los casos, una construcción perfectamente orquestada. Basta ver la película argentina Mi obra maestra (2018), dirigida por Gastón Duprat o las estadounidenses Velvet Buzzsaw (2019), dirigida por Dan Gilroy, o la documental de HBO, El precio de todo (2018), dirigido por Nathaniel Kahn. Si esta orquestación de intereses se da en países desarrollados, ¿se da igual en países como Guatemala? Sí, pero a la Tortrix.
Una galería de arte, –con aires de profesional–, hace una inversión tanto a nivel económico, en instalaciones (luz, agua, teléfono, internet), administración (logística, montaje, contabilidad) y difusión (impresiones, catálogos, y ahora redes sociales). Sin olvidar llevar al día sus cargas impositivas.
La competitividad entre las galerías locales es alta, aunque ellas mismas no lo reconozcan. La lealtad de los mismos artistas es otro asunto complejo que se suma como una carga pesada. Dicha lealtad es a veces un valor inexistente.
Las fundaciones locales que se dedican a las artes visuales son una competencia para las galerías. Esto es porque al difundir el arte local en paralelo con la misma estrategia –la exposición–, muchas veces promueven artistas con diferentes requisitos de calidad, no manejan una determinada línea de arte visual a exponer (arte actual, paisajismo, tendencias pictóricas de vanguardia… cuando hoy en día se vive en la transvanguardia).
La gran mayoría de las veces estas fundaciones parecen estar desfasadas de su tiempo por tener personas poco idóneas en la selección de obras o artista a difundir. El campo de las fundaciones bien podría ser el de las exposiciones históricas, de la investigación, publicaciones de variado tipo, programas de televisión o radio que tanta falta hacen, o fondos para la creación.
Montar una exposición es relativamente fácil, más si estas entidades lo que regularmente hacen es lo que se denomina en el medio como colgaduría de obras. La fundación cultural que orientó de buena forma sin hacer competencia fue la Fundación Paiz, para la Educación y la Cultura, bajo la dirección ejecutiva de Jacqueline Riera de Paiz y Ángel Arturo González.
Ellos continuaron la Bienal Paiz, la única que actualmente realiza en Guatemala numerosas conferencias y publicaciones sobre artistas nacionales y el mantenimiento de una colección fruto de las bienales, digna de un museo. A esto hay que sumar sus demás aportes al resto de artes a través de los Festivales Internacionales de Arte en la Antigua Guatemala, pero todo eso murió. Un modelo de buenas prácticas es la Fundación Teorética en Costa Rica.
El traslape de fundaciones y galerías crea confusión en el público, y poco avanza el campo del arte visual que más parece la figura de un perro que se muerde la cola.