Por Juan José Dalton
San Salvador
Agencia (dpa)
Miden unos 60 centímetros, están talladas en piedra basáltica y representan imágenes de felinos y otros animales, mezcladas con rostros humanos: las «Cabezas de Jaguar» forman parte de un misterioso conjunto de esculturas precolombinas de hasta más de 2.300 años de antigüedad encontradas en lo que hoy es el occidente de El Salvador.
El arqueólogo Federico Paredes Umaña, que lleva estudiando estas estelas desde hace diez años, las sitúa, en su gran mayoría, en el llamado periodo Preclásico, que va de 360 a.C. a 91 a.C. y durante el cual surgió «la primera civilización maya».
Según su investigación, estos monumentos aparecieron en una región de unos 3 mil kilómetros cuadrados caracterizada por la centralización del entonces poder político y delimitada por los territorios actuales del Soconusco en Chiapas (México), la costa pacífica de Guatemala y el occidente de El Salvador.
Paredes Umaña, que a sus 40 años fue recientemente galardonado en su país con el Premio Nacional de Cultura por sus estudios históricos, antropológicos y arqueológicos sobre las «Cabezas de Jaguar», estudió Arqueología en la Universidad de San Carlos de Guatemala, hizo un doctorado en la Universidad de Pennsylvania, en Estados Unidos, y un posdoctorado en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Fue precisamente durante sus estudios en Guatemala que se topó con las esculturas que tantos secretos parecen albergar hoy en día. En el sitio arqueológico de Chocolá, en el sur del país, un grupo de arqueólogos al que él pertenecía investigaba sobre el uso del cacao por la civilización maya. «Ahí encontramos monumentos tallados sorprendentes y poco investigados», relata a dpa.
El Salvador, viéndolo desde la perspectiva de la antigüedad, «forma parte de un territorio más extenso», así que cuando regresó a su país empezó a investigar más de cerca las estelas halladas en el occidente del mismo, por ejemplo en Ahuachapán y Santa Ana, en lo que está considerado el «sureste de Mesoamérica». De ahí surgió el «Proyecto Arqueológico Cabezas de Jaguar», el cual dirige.
«En las Cabezas de Jaguar encontramos códigos de nuestras poblaciones originarias, están codificadas una forma de ver la vida y el cosmos. Cada uno de los monumentos tiene símbolos y numerologías», explica. Hasta donde han podido investigar, las estelas además «tienen signos mesoamericanos en la parte inferior, que es un portale donde emerge un gobernante y por donde puede también entrar a otras dimensiones distintas».
La hipótesis de su trabajo es que los monumentos de la tradición «Cabeza de Jaguar» forman parte de un proceso de interacción entre entidades políticas de pequeña escala y que no sobrepasaban los 500 kilómetros cuadrados en control territorial. «Se trata de sociedades complejas con desarrollos homólogos cuya interacción articula redes de conocimiento, intercambio y disputas territoriales. En ese marco surgen las tallas en piedra con representaciones de gobernantes», detalla el estudio.
De momento se conocen apenas 60 de estos monumentos precolombinos. «No nos imaginamos la cantidad que pudo haber habido en el pasado, estos 60 son sólo una pequeña muestra», dice Paredes Umaña.
De esas 60 estelas, añade, sólo 15 están actualmente en el Museo Nacional de Antropología, mientras que el resto está en manos privadas, muchas de ellas en el extranjero porque han sido sacadas del país. «Esta es también la razón por la cual en todo el siglo XX estos monumentos han estado ocultos a la población, no se han podido investigar ni se ha podido hablar de su relevancia en el pasado», lamenta.
Pero esa no es la única dificultad de las investigaciones. Tacuscalco, un sitio que forma parte del estudio, «está en litigio porque hay una empresa constructora que levanta edificaciones en lo que se supone es un centro ceremonial indígena y además se suponía que estaba protegido desde 1997 como bien cultural nacional», cuenta el arqueólogo. En la actualidad las obras están paralizadas, explica, pero las presiones por la continuación de las mismas, en detrimento del patrimonio cultural e histórico, son fuertes.
Por ello, sus trabajos no solamente tienen como objetivo desvelar el misterio de estas esculturas precolombinas. «Lo que pretendo es que este estudio deje como legado una reforma integral de la Ley de Patrimonio Cultural, donde se conceda el derecho de los pueblos originarios a decidir sobre el legado de sus ancestros, en donde haya participación de las comunidades en definir lo que es el patrimonio cultural y una política nacional de patrimonio cultural», subraya Paredes Umaña.
Las «Cabezas de Jaguar», dice, son un elemento destacable de ese patrimonio de El Salvador, «pero no el único», enfatiza.