Por Sigrid Harms
Oslo
Agencia (dpa)
Su rostro resulta casi tan familiar como el de la Mona Lisa. Ingmar Bergmann podía posar su cámara durante largos minutos sobre los rasgos de Liv Ullmann: sus ojos tristes, sus pecas, sus labios sensuales. Las películas del director sueco son famosas por su intensidad, cercanía y expresión. Pero también le deben mucho a la actriz noruega. «Sabes Liv, eres mi Stradivarius», dijo Bergman en una ocasión. Para Ullman, que ayer cumplió 80 años, ese fue el cumplido más bonito que le hicieron nunca, según reveló ella misma.
Y eso que fue uno entre los muchos que recibió en sus más de 60 años de carrera. Ya antes de que Bergmann convirtiera a Liv Ullmann en un icono y ella fuera coronada en Hollywood como una superestrella, la noruega sabía que el escenario era su mundo y que le gustaba la vida nómada.
«Cuando tenía seis años, ya había vivido en Japón, Canadá y Nueva York y me encontraba a bordo de uno de los primeros buques de carga que atravesaron el Atlántico después de la guerra», cuenta en su libro «Livslinjer» (2005), escrito conjuntamente con el autor noruego Ketil Bjørnstad. Tras la muerte de su padre en 1945, su madre regresó a Trondheim con sus dos hijos. «Desde aquel momento no volví a viajar en los siguientes diez años porque mi madre, que se había quedado viuda, necesitaba el dinero para otras cosas. Pero al cumplir los 17 se despertó en mí el deseo de viajar y desde entonces ha sido difícil quedarme quieta.»
A pesar de su timidez, aquella joven supo muy pronto que quería convertirse en actriz. Pero los inicios fueron difíciles: no eligió bien la escuela de teatro en Londres y en la de Oslo no fue admitida. Cuando cumplió 18 años consiguió un papel que le abrió las puertas al mundo que anhelaba: interpretó a Ana Frank en el teatro Rogaland en Stavanger. «¡Aquello era vida! Era el teatro con el que había soñado», escribió en sus notas. A partir de ahí las cosas se precipitaron. Siguieron obras de Shakespeare, Ibsen y Chéjov. Su talento no sólo conquistó el escenario sino también la gran pantalla.
Cuando Ullmann conoció a Ingmar Bergmann, la actriz, que tenía 25 años, enseguida quedó impresionada con el cineasta, 20 años mayor que ella. Estaba tan enamorada de él que tenía que llorar cada mañana, contó en el documental «Liv & Ingmar» de 2012. En 1966, la pareja cosechó el éxito internacional con la cinta vanguardista «Persona» y ese mismo año nació su hija Linn.
En la isla sueca de Fårö, donde Bergmann construyó una casa para la familia, filmaron otras tres películas, la conocida como «trilogía de Fårö». Con su papel de Kristina Nilsson en «Los emigrantes» (1971) Ullman ganó el Globo de Oro. Sin embargo, el mayor éxito en común fue «Secretos de un matrimonio» (1973).
La relación entre Ullmann y Bergman también fue difícil. El realizador era posesivo y celoso, y la actriz contó que la casa familiar se convirtió en una prisión para ella. «Soy una pieza en el sueño de otro». Después de cinco años, ella lo abandonó y regresó a Noruega para trabajar en el teatro.
Pero no por mucho tiempo, ya que seguía sintiendo el fuerte deseo de viajar y además también era codiciada en Estados Unidos. «Tenía mucha experiencia en mi equipaje, había participado en numerosas películas de Bergman y había sido nominada por la cinta ‘Los emigrantes’. Todos querían rodar conmigo.» En sólo un año participó en cuatro producciones de Hollywood y fue elogiada como la nueva Greta Garbo.
Ullmann nunca rompió el contacto con Ingmar Bergmann. «Cuando todo pasó, nos hicimos verdaderos amigos», contó. Al final rodaron diez películas juntas. La cinta «Saraband» (2003) fue el último trabajo del director sueco antes de su muerte en 2007.
Pero aunque su tiempo con Bergman sólo supone una parte de todas sus obras, al menos en Europa es recordada sobre todo por ello. «He viajado por el mundo y he hecho muchas cosas sin Ingmar», resume Ullmann. «Pero al final siempre hablamos sobre Ingmar y todos me preguntan sobre él. Es algo que a veces me entristece.»
Hoy, Ullmann sigue viviendo a caballo entre Estados Unidos y Noruega, rueda películas, dirige y actúa sobre los escenarios. A punto de cumplir 80 años, no para quieta. Desde que en 2002 sufriera un derrame cerebral del cual se repuso por completo, ya no le asusta cumplir años. «Envejecer puede ser bonito, sentir la muerte y saber que soy una parte del universo», escribió en su libro. «Así, la muerte es una de las muchas cosas que experimento. No es el final.»