Catalina Barrios y Barrios
Escritora e Investigadora

Sofía era una niña de 16 años y deseaba tener novio, pero ¿cómo estudiando en un colegio de monjas? Una prima la indujo a leer correos sentimentales. Un día alguien solicitó correspondencia con jovencitas del perfil de Sofía. Se escribieron, él le dijo haber encontrado “una aguja en un pajar”, pero, él de 18 deseaba casarse y ella, menor de edad, no, imposible. No se conocieron.

La prima la llevó a una fiesta de familia, a donde asistieron mayores y niños ¡Qué aburrido! Pero, de pronto llegó él, joven como Sofía, bailaron cinco largas horas, intercambiaron gustos, experiencias, ideales, lecturas, afinidad total, ambos leían Las Mil y Una Noches, fue entonces cuando él bautizó a Sofía como Sherezada, por su facilidad para contar historias. Desde entonces Sofía se creyó Sherezada. Acudieron a una o dos citas para iniciar noviazgo, pero él sufrió un accidente y falleció. Después de su primer duelo, su gran duelo, Sherezada caminaba hacia su colegio y en la misma esquina se encontraba con un estudiante, se presentaron e iniciaron un brevísimo noviazgo, pero él viajó al extranjero, se perdió el encanto y llegó la ausencia total.

Sherezada seguía estudiando, un amigo era vecino de escritorio, después de algún tiempo él le declaró su amor, pero era casado. No. Así no.

Sherezada estudiaba escuchando la radio, una canción decía: “nosotros que nos queremos tanto debemos separarnos, no es falta de cariño…”.

Luego, Sherezada tuvo el impulso de leer, nuevamente, Las Mil y Una Noches para revivir un bello recuerdo y confortarse en su soledad.

Artículo anteriorLuis Ortiz – Una reseña de 1983 (In Memoriam)
Artículo siguienteLa ilustración o el reinvento del mito