Miguel Flores Castellanos
Doctor en Artes y Letras

El gran escaparate para la fotografía en Guatemala tuvo lugar la semana pasada, una presencia fugaz de cinco días. Diversas exposiciones, conferencias y talleres se presentaron en diferente tipo de espacios, desde galerías, sitios habilitados, muros circundantes, hasta estacionamientos. La “fiesta” (sic) de la imagen se entrelazó con los viandantes, la mayoría de los nuevos vecinos de los edificios de apartamentos, estudiantes de una universidad que quiere seguir los principios de Leonardo y la fanaticada de la Fototeca, gente “cool”. Eso sí, los habitantes tradicionales de la zona 4, refugiados en sus casas, un fenómeno similar al antigüeño.

Algo que es evidente es la trascendencia de la fotografía gracias a las nuevas tecnologías. Desde una pequeña imagen, grandes formatos mostrados sobre paredes de construcciones aledañas hasta llegar a exhibir una impresión sobre el lateral del edificio OEG, sede de la Fototeca.

Considerando la imagen, es difícil centrarse en autores tan diversos. Desde los jóvenes egresados de la Fototeca hasta autores consagrados. La mirada curatorial se percibe homogénea, especialmente en los más jóvenes. Pocos riesgos para desacralizar la imagen, una línea modernista centrada en el sujeto con nuevos aparatos y formas de impresión. Algunos hablan de momento de transición importante, sin embargo más parece el empoderamiento de un grupo que puede hacer un festival como éste. Pocas organizaciones pueden montar un tinglado como el que vivió la zona cuatro la semana pasada. Coincido con Rosina Cazali en que vivimos la era de la posfotografia, donde los significados y cómo expresarlos valen más que una buena técnica.

El libro publicado en esta ocasión Lenguajes de luz: dos siglos de fotografía en Guatemala, 1844 – 2018 es una publicación ambiciosa. ¿Cómo abordar la historia de la fotografía en Guatemala sin un archivo de consulta? Solo se tiene el archivo del Centro de Investigaciones de Mesoamérica (CIRMA). ¿Cómo hablar de coleccionismo fotográfico si no existen cifras de ventas reales en los distintos centros de distribución y venta en casa?

Nombrar colecciones de cuates no basta. Aunque algo es algo. Un punto de partida más amplio a lo realizado ya por CIRMA. A más de uno de los autores bien les caería un curso de elaboración del textos, ya que hay ideas de otros autores que no citan. Por otro lado, hacer un listado de fotógrafos para lo que es la producción fotográfica guatemalteca es faltar a la verdad.

A continuación, se transcribe parte de un ensayo de Jorge Carrión publicado en noviembre de 2016 en el New York Times. Su lectura me parece apropiada al último Guatephoto:

“‘No asistimos al nacimiento de una técnica, sino a la transmutación de unos valores’, escribe Fontcuberta en La furia de las imágenes: ‘No presenciamos por tanto la invención de un procedimiento sino la desinvención de una cultura: el desmantelamiento de la visualidad que la fotografía ha implantado de forma hegemónica durante un siglo y medio’. Por eso ya no podemos hablar de fotografía. Porque la fotografía digital no es lo mismo que la fotografía analógica: ni técnicamente (como mecánica de la luz, como proceso de revelado, como impresión) ni conceptualmente (como materia, como espera, como ejercicio y depósito de memoria). La fotografía ha muerto, viva la posfotografía. Porque, a diferencia del e-book, que al parecer convivirá durante mucho tiempo con el libro en papel, las imágenes digitales han desterrado rápidamente la fotografía material al gueto de lo minoritario.

En su libro anterior, La cámara de Pandora (Gustavo Gili, 2011), Fontcuberta ya había dicho que ‘las fotografías analógicas tienden a significar fenómenos’ mientras que “las digitales, conceptos”. Y que ya no hablamos de ‘revelar’ las imágenes, sino de ‘abrirlas’. Que la fotografía ya no es sinónimo de memoria, sino de grito, de reafirmación, de tiempo real, de presente. Lejos de llevarse las manos a la cabeza y lamentarse, pero sin ceder irreflexivamente a los cantos de sirenas de la integración (…).

‘Sobre el papel del artista: ya no se trata de producir ‘obras’ sino de prescribir sentidos. Y el último también lo es: ‘Sobre la política del arte: no rendirse ni al glamour ni al mercado para inscribirse en la acción de agitar conciencias’”.

Por ello el creador se hibrida con el curador, el coleccionista, el investigador, el profesor, el teórico, el activista: el prescriptor que ensaya. Que prueba, que innova, que se equivoca, que al fin acierta, aunque sea solamente en el cerebro de algunos espectadores, de algunos lectores. Si es que no somos ya la misma cosa”.

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