Juan Carlos Hernández
Académico universitario
El problema de la identidad latinoamericana es tan complejo e interesante que ha sido objeto de atención de estudiosos, filósofos e historiadores. En este trabajo partiremos de la categoría identidad en la diferencia y con esto superamos desde la entrada el simplismo del igualitarismo. Los indios latinoamericanos somos el resultado de la yuxtaposición de una cultura considerada superior por sobre la otra considerada inferior de donde resultó el mestizaje. Los pueblos originarios del nuevo continente “descubierto”, vieron interrumpido su proceso natural evolutivo por la abrupta llegada de los europeos, primero ibéricos (s. XV) y luego los anglosajones, holandeses, franceses (s. XVII).
La respuesta a la pregunta por nuestra identidad indolatinoamericana, es decir ¿quiénes somos? pasa por formularnos la pregunta ¿de dónde venimos? e inmediatamente nos remontamos a la Europa de finales del siglo XV, XVI y XVII. Los europeos procedían de diferentes regiones, por consiguiente, poseían diferentes identidades culturales de acuerdo con sus procesos sociohistóricos particulares. Pero en general, hubo dos vertientes de procedencia europea: los ibéricos (Portugal y España) y los anglosajones (ingleses), ambas vertientes procedían de estadios de desarrollo distinto.
Los primeros (ibéricos) se encontraban dentro de un modelo monárquico-feudal-absolutista de raigambre judeocristiano católico romano. En tanto que, los segundos (anglosajones) se encontraban en una etapa de descomposición del modelo feudal en tránsito al modelo burgués capitalista mercantil usurero, tirando más hacia un capitalismo moderno preindustrial manufacturero, basado en el librecambio y el respeto a la propiedad privada como derecho natural.
Ambas vertientes europeas a lo largo de tres siglos de imposición y depredación de las culturas originarias, sobre la base de sus concepciones económicas, políticas e ideológicas, generaron dos modelos de colonización distintos entre sí, mismos que se encuentran en la base de lo que hoy es América Latina y América anglosajona.
Dichos modelos de colonización, a su vez generaron tres zonas económicas muy bien delimitadas por sus relaciones de producción: los farmer o pequeñas granjas en propiedad privada y el trabajo asalariado propio de la industria incipiente manufacturera en el norte de Estados Unidos. Por otro lado, estaba la zona de las grandes plantaciones con trabajo de esclavos, especialmente traídos desde el continente africano. Dicha zona estaba más vinculada al comercio internacional con Europa y tenía acceso a los puertos marítimos de la costa atlántica, desde el sur de los Estados Unidos, el Caribe insular y continental y la costa del Brasil.
Finalmente estaba la zona de las haciendas y la servidumbre donde se ubicaba la oligarquía criolla terrateniente, dueña de grandes extensiones de tierra ociosa con fuerza de trabajo sobre todo indígena súbditos tributarios del rey de España. Esta zona se extendió a lo largo de la masa continental desde México hasta la Patagonia colindando con los pueblos de las mesetas centrales y la costa del Pacífico.
A lo largo de tres siglos se fueron configurando dos identidades, la América sajona y la América ibérica, que más tarde ya entrado el siglo XIX, esta última, dio en llamarse Hispanoamérica, por los próceres independentistas e integracionistas del sur del continente, en su afán de unificar a todos los países en una gran confederación de naciones. La identidad aborigen quedó en el olvido e invisibilizada a lo largo de los 500 años de vida colonial e independiente, es decir, sin derecho a identidad propia. Sometida de manera sistemática a olvidar sus raíces milenarias en lo económico, político y cultural-espiritual.
Nuestra identidad dio un gran salto cualitativo desde el primer cuarto de siglo gracias a las luchas independentistas a lo largo y ancho de todo el continente latinoamericano. De ser la gran colonia española, pasamos a ser las nuevas naciones independientes en tránsito hacia la constitución de nuevos estados emergentes de corte republicano-constitucional- presidencialista. La historiografía romanticista del siglo XIX, se dio a la tarea de construir los imaginarios nacionales criollos que debían definir nuestras identidades nacionales desvinculadas del contexto latinoamericano y de los pueblos originarios, legítimos dueños de estas tierras.
A lo largo del siglo XIX, la identidad iberoamericana constituyó un problema de discusión. Para los criollos americanos, su verdadera identidad estaba arraigada a sus primeros padres españoles y portugueses, conquistadores, expedicionarios y exploradores, verdaderos dueños de estas tierras. Sin embargo, para los mestizos con altos niveles de conciencia integracionista, como Simón Bolívar y José Martí, entre otros, no debíamos renegar de nuestra mesticidad, sino al contrario, reconocerla, valorarla y reivindicarla.
Para los primeros, nuestra historia empezaba con la llegada de los europeos ibéricos y debíamos ver hacia Estados Unidos y Europa para avanzar hacia la civilización y la modernización de la economía y la vida en su conjunto. Para los segundos, nuestra historia venía desde las grandes civilizaciones antiguas Azteca, Maya e Inca y debíamos sentirnos orgullosos de tener un pasado ancestral. Asimismo, debíamos construir un desarrollo desde nuestra propia naturaleza mestiza, puesto que somos distintos a los europeos y anglosajones, en consecuencia, no debemos copiar ni extrapolar sus modelos de vida y desarrollo.
En la segunda mitad del siglo XIX, el positivismo de Herbert Spencer basado en sus teorías de orden y progreso influyeron en la mentalidad de las oligarquías liberales y empezaron a propugnar por políticas estatales de blanqueamiento cultural. Apoyados en las tesis spencerianas, de someter a los pueblos originarios a procesos de blanqueamiento, purificación de sangre hasta su eliminación, a través de cruzarlos con sangre europea, sobre todo alemana, francesa, inglesa, belga u holandesa.
A partir del ascenso al poder de los republicanos liberales positivistas, se crea el dilema civilización o barbarie, modernidad o atraso. La modernidad estaba representada por occidente en el imaginario criollo liberal y el atraso y la barbarie estaba representada en los pueblos indígenas y los mestizos a lo largo del continente. Uno de los máximos representantes de este pensamiento fue Domingo Faustino Sarmiento en su ensayo “conflicto y armonía de las razas en América”.
No obstante, por la misma época otra mente lúcida se alza en defensa del mestizaje latinoamericano, y refutando el dilema “civilización o barbarie”, transformándolo en un problema entre “falsa erudición o naturaleza”. Para Martí, quienes abogan por copiar y extrapolar el modelo europeo y Estados Unidos a “Nuestra América”, son falsos eruditos que creen saber y reniegan de la madre que les ha criado y amamantado con delantal indio. Con seguridad, afirmó en su ensayo titulado “Nuestra América”:
“Por eso, el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico”.
Fueron muchos los pensadores y militantes de la patria grande latinoamericana que soñaron con verla unida e integrada en una sola república, por ejemplo: Francisco Miranda, Simón Bolívar, José Martí, Bernardo Monteagudo, Mariano Moreno, Bernardo O´Higgins, José Cecilio del Valle, entre otros. Pero esa identidad en la unidad e integración no significaba para la corriente pro-mestiza, uniformidad continental, sino respeto a sus diferencias y particularidades.
La identidad americana, no se agotan con la dicotomía: América sajona y América ibérica o Hispanoamérica, sino que en su seno coexisten diferentes identidades, tales como: la de los pueblos indígenas, los afro-descendientes y los mestizos. De tal manera, que cuando hablamos de identidad latinoamericana, este no resuelve aún la inclusión de las otras identidades, debido a que, dicho concepto, acuñado por Francisco Bilbao, tiene raíces lingüísticas y se creó para diferenciarla de la América Sajona, pero no encierra en sí mismo la esencia de la subcontinentalidad. Es por eso por lo que nos vemos en la obligación de incluir el concepto indo-latinoamericanidad, para incluir a los pueblos originarios y a los afrodescendientes, cuyos idiomas no proceden de la raíz latina, sino autóctona.
PRESENTACIÓN
Quizá nunca como en nuestros días se ha reflexionado tanto en el tema de las identidades. Los pensadores de las diversas disciplinas humanísticas han explicado el significado de la palabra y la importancia en términos prácticos del concepto. Ello ha generado conciencia de pertenencia que, extrapolado o exacerbado por populismos, ha ocasionado a veces conflictos en algunas partes del mundo.
En el artículo principal de nuestro Suplemento Cultural, “¿Quiénes somos los latinoamericanos?”, Juan Carlos Hernández explora la dinámica compleja atravesada por los pueblos de la región en busca de su propia identidad. Critica las políticas de blanqueamiento de otras épocas y defiende la tolerancia y la apertura de criterios para valorar lo propio. Es una problemática que puede abrir la discusión o estimular su investigación.
La edición presenta, además, la cuarta entrega de la biografía de Marco Augusto Quiroa, escrita por Juan Antonio Canel Cabrera. Sobra referirnos a las virtudes literarias con que Canel describe al pintor en todas las dimensiones de su personalidad. De a poco, el Suplemento completa el rompecabezas de uno de los artistas más importantes del pasado reciente guatemalteco.
Junto a las colaboraciones anteriores, tiene en sus manos también los aportes de Miguel Flores, Vicente Antonio Vásquez Bonillas y Harold Soberanis. Este último, exalta las virtudes de la crítica filosófica y adversa a los que juzgan la inutilidad de este saber “sui generis”. Para Soberanis, por lo demás, no hay disciplina más concreta y arraigada a la realidad que la filosofía. Está por ver si usted comparte ese criterio. Mientras cavila en sus contenidos. Esperamos saludarlo en nuestra próxima edición. Hasta pronto.