Vicente Antonio Vásquez Bonilla
Escritor
Con tristeza me enteré, que aquel escritor que se identificaba con un conocido y popular hipocorístico, dejó de existir. Lo mató la ingenuidad de su pensamiento y su consiguiente actuar, porque él consideraba inocuas sus acciones, pero a la larga tuvo que pagar un precio muy alto, su ilusión de escritor resultó fatal para la relación más importante de su vida.
Lo mató la incomprensión y la intolerancia, pues se le dio a sus fantasías un valor que no merecían, un sentido que no tenían y el azuzador: jule, jule de las personas que las creyeron reales, ofendidas por diversos motivos y por supuestas penas ajenas, echaron más leña al fuego.
El incomprendido escritor, al estrellarse contra el cristal de la incomprensión, en varias oportunidades, pensó en irse lejos y si fuera posible perderse en el espeso boscaje de aquella tan famosa montaña que, por ser ampliamente conocida, no mencionó su nombre y buscar en ella, a manera de consuelo, a los fantasmas de las almas en pena que en el pasado la habitaron: la de Cardenio, la de Dorotea y la del hombre de la lastimosa estampa y compartir con ellos sus tristes cuitas que, presto, lo impulsaron a abandonar el mundo de la imaginación de las letras.
En medio de ese collado y en compañía del trío de espíritus atormentados, esperaba encontrar comprensión o; en conjunto, a pesar de las locuras intermitentes de Cardenio, de la demencia permanente del flaco iluso y de la dolorosa pena de Dorotea, llorar sus desventuras, mutuamente consolarse y esperar la inevitable y libertadora muerte.
Así, el escritor abandonó “el vehículo” que lo transportaba para la realización de sus sueños literarios, lo dejó solo y sin esperanzas para el futuro; a no ser que, por milagro, aún sin tener como hermanas a María y a Marta para que intercedieran por él, surgiese una fuerte y autoritaria voz que le ordenara caminar de nuevo por el sendero de las letras y de la vida, y él, estuviera presto a obedecer. Si no fuere así: Flores sobre su tumba.