Miguel Flores
El arte guatemalteco necesita incentivos económicos y simbólicos. El primer reconocimiento a la fotografía fue dado por la Bienal Paiz a Mario Madriz. Los glifos de oro, plata y bronce en la rama de fotografía de la Bienal fueron hasta el 2008 el mayor logro para un fotógrafo. También cabe mencionar un premio con tradición y simbolismo, la copa Stein, que otorga el Club Fotográfico de Guatemala, al fotógrafo del año, miembro del CFG.
La institución más poderosa en el campo fotográfico hoy es La Fototeca, un emprendimiento cultural cuyo modelo de negocio parece funcionar, o por lo menos eso hacen ver las innumerables imágenes en redes sociales. Edición de libros de fotografía, exposiciones de sus egresados, actividades donde se “celebra” (sic) la fotografía. Esta institución fue la primera en crear un diplomado en fotografía, con el aval de la Universidad de San Carlos de Guatemala. La fotografía recibía el respaldo académico y crea una diferencia entre los que hacen fotografía que no tienen un diploma universitario y los que sí. (En Costa Rica existe la licenciatura en fotografía desde el siglo XX).
Sin duda el aporte más valioso de la institución más visible para la fotografía en Guatemala, fue el festival GuatePhoto (sic), que durante sus ediciones pasadas brindó la posibilidad de ver la obra de destacados fotógrafos procedentes de diferentes partes del mundo, lo que amplió la mirada a los guatemaltecos, afincados en el paisaje bucólico. La calidad de las exposiciones les otorgó un capital simbólico importante con lo que ampliaron su red de contactos globales en forma exponencial.
En los últimos años han incorporado a Luis González-Palma como uno de sus profesores visitantes. No cabe duda que este fotógrafo forma parte del Olimpo de la fotografía mundial, a tal punto que supera los límites regionales para abrazar instituciones culturales globales entre las que se encuentran galerías, museos y centros culturales. En lo que va del siglo XXI, este fotógrafo ha realizado alrededor de ochenta y cinco exposiciones alrededor del mundo y su obra colocada en por lo menos sesenta fundaciones y colecciones privadas referentes de la fotografía. Unirse a González-Palma es un movimiento estratégico maestro.
Este año presenta lo que será otra joya de la corona de La Fototeca, el Primer Premio Nacional de Fotografía Luis González Palma. Este es un galardón que nace empoderado, solo hay que ver lo que recibirán los ganadores de los tres primeros lugares y el nivel de circulación que tendrán esas imágenes, bajo el amparo del nombre de uno de los distinguidos fotógrafos del país.
Al referirse los organizadores al Premio Nacional de Fotografía, afirman que “…Guatemala posee actualmente el conocimiento, las herramientas y la actitud para aportar a la historia de la fotografía un reconocimiento que active y muestre anualmente lo mejor del talento local, dignificando y celebrando (sic) la labor de hombres y mujeres profesionales”. ¿Se entiende qué fotógrafos profesionales?
En Guatemala la fotografía data del siglo XIX, y el conocimiento y las herramientas y la actitud la han tenido los fotógrafos guatemaltecos desde que llegaron las primeras cámaras. Prueba de ello son los sesenta y un años del Club Fotográfico de Guatemala, y una prueba irrefutable son los premios en la Bienal de Arte Paiz otorgados por un jurado internacional. Lo de primer premio nacional resulta relativo, además, ponerle el adjetivo “nacional” le impregna un tufo burocrático propio de un Estado desprestigiado. ¡Lástima!
El Primer Premio Nacional de Fotografía, nace con un pecado original, su jurado. Una institución que conoce el campo fotográfico global, pudo haber integrado a verdaderas luminarias de la curaduría o instituciones vinculadas con el campo de otros países y no preferir a Clara de Tezanos, Juan José Estrada Toledo, Andrés Asturias y Renato Osoy, todos vinculados con la construcción del imaginario Fototeca (hay fototecos ¿sabía usted?), maestros, gestores o amigos de esa institución.
Con un buen número de egresados del diplomado de fotografía, que conocen de primera mano el discurso visual de los miembros del jurado y las líneas ideológicas de la entidad organizadora, se ve poco transparente el veredicto antes de emitirse. Bien afirma el dicho popular, “el que paga el mariachi elige la canción”.