Juan Carlos Hernández Díaz
Profesor y Académico Universitario

Uno hinduista, otro ateo y el tercero humanista. El primero, nacido en la India formado en los principios teológicos doctrinarios del brahmanismo. Tenía la férrea convicción de que en cada ecuación estaba Dios. Decía que Él le revelaba todos los números y se los ponía en la boca en el momento preciso. Para él, la física matemática era producto de la revelación divina. Todo estaba calculado por Dios y él tan sólo era una especie de ungido o instrumento que utilizaba para revelar la exactitud y la perfección.

Afirmaba que el primer físico matemático era Dios al haber creado todo cuanto existe a la perfección: calculó la distancia de la Tierra al Sol para que no se enfriara ni se congelara. Calculó la masa exacta de oxígeno necesario para que la Tierra no se enfriase tanto, ni se recalentara. Calculó la distancia exacta de la Luna a la Tierra para que alumbrase de noche la mar e influyera sobre las plantas. Calculó la velocidad de la Tierra para que los días no fuesen ni largos, ni cortos. Y así podría mencionarse todo cuanto existe y en el universo.

Por su parte, el matemático ateo afirmaba: yo solo veo números y doy razón de mis cálculos, no basta con la intuición, ni la creencia, hay que comprobarlo y demostrarlo a través de los números. Yo creo en lo que se pueda medir y calcular. Dios es algo que no veo, por lo tanto, no puedo medirlo, ni calcularlo para demostrar que existe. Lo único que me apasiona es la matemática y el criquet. Ni siquiera el amor de una mujer me atrae, porque mi vida es la matemática. Prefiero vivir solo que mal acompañado. Mi amor por la matemática llena mi vacío existencial. El único romance que puedo tener es cuando asesoro las tesis de los doctorandos, me apasionan los de mente brillante como Ramanujan. Para mí las matemáticas son como una obra de arte que hay que saber apreciar para entender su lugar en el espacio y el tiempo. Mi destino está en descifrar la vida a partir de las ecuaciones, el análisis matemático a través de las ecuaciones numéricas.

Era un acérrimo defensor de las matemáticas puras, por eso afirmó: “Cuando se olvide a Esquilo, Arquímedes será todavía recordado, porque los lenguajes mueren, pero las ideas matemáticas no. Puede que inmortalidad sea una palabra tonta, pero probablemente un matemático tiene la mejor oportunidad de alcanzar lo que sea que signifique”. Consideraba a la matemática infinita e inmortal y en consecuencia a los matemáticos de mente brillante.

El matemático humanista por su parte consideraba que las matemáticas le habían ayudado a madurar y crecer como persona. A su parecer, de nada le servían los números si no los ponía al servicio de la humanidad para construir un mundo más humano y justo. Según él, había que utilizar la física matemática para desenmascarar la maldad que ha llevado al mundo a la guerra, a la carrera armamentista de las potencias que amenazan la paz mundial. Afirmaba: “Por mi parte, mientras soy un socialista convencido tanto como el más ardiente marxista, no considero al Socialismo como un evangelio de venganza proletaria, ni siquiera, principalmente, como un medio de asegurar justicia económica. Lo considero principalmente como un ajuste a la máquina de producción requerido por consideraciones de sentido común, y calculadas para incrementar la felicidad, no sólo del proletariado, sino de todos excepto una minoría pequeña de la raza humana”.

Por azares del destino, el alma mater de los tres fue la Universidad de Cambridge Inglaterra.

El primero dijo, de nada me sirve la matemática si no me ayuda a reconocer la existencia de Dios. El segundo dijo: de nada me sirve si no me ayuda a dar razón de mis cálculos. El tercero dijo: a mí de nada me sirve si no me ayuda a humanizar el mundo que se ha deshumanizado. Se les coló un empresario corporativista y hombre de negocios millonario que dijo: a mí de nada me sirve si no la utilizo para hacer dinero, tener fama y fortuna y disfrutar placenteramente de la vida. Después de obtener un millón de dólares se retiró del trabajo y se convirtió en un playboy (muchacho jugador), le perdió el respeto a su padre, tanto así que, pensaba que no era capaz de sacar adelante la empresa familiar.

El primero fue un brillante matemático autodidacta que viajó a Inglaterra gracias a una beca en el Trinity College y los buenos oficios del matemático ateo. Pero debido al cambio de clima y el descuido en su alimentación se enfermó de una tuberculosis mal tratada. De regreso a la India murió a la edad de 33 años. No obstante, dejó una huella imborrable en el mundo de las matemáticas y la espiritualidad de su país.

El segundo reformuló la matemática británica con sus ensayos sobre la estética de las matemáticas, creó un método de análisis matemático y teoría de los números primos, aplicó el principio que lleva su nombre para la genética de poblaciones. Murió sin pena ni gloria atendido por su hermana a los 70 años de edad.

El tercero, aparte de escribir numerosos libros y ensayos, viajó por el mundo para conocer las interioridades de las sociedades de su tiempo: Alemania, Rusia, China, EE. UU. y obtuvo información de primera mano lo que le sirvió para escribir libros, artículos y conferencias. Alguno de sus escritos le implicó la cárcel. Se hizo famoso por su oposición a la guerra y en contra del nazi fascismo. En 1950 recibió el Premio Nobel de literatura en reconocimiento a sus escritos en defensa de ideales humanitarios y la libertad de pensamiento. Tras su muerte en el Trinity College de Cambridge, se puede leer en sus muros una placa en su memoria que dice: “El tercer conde Russell, O.M., profesor de este colegio, fue particularmente famoso como escritor intérprete de la lógica matemática. Abrumado por la amargura humana, en edad avanzada, pero con el entusiasmo de un joven, se dedicó enteramente a la preservación de la paz entre las naciones, hasta que finalmente, distinguido con numerosos honores y con el respeto de todo el mundo, encontró descanso a sus esfuerzos en 1970, a los 97 años”. Murió como un anciano sabio.

Cuatro distintas respuestas en la búsqueda de sentido de la vida.

El matemático religioso era muy asiduo a sus oraciones diarias y, fiel a sus creencias, no comía carne, era vegetariano. El ateo fiel a sus principios vivía en la universidad solo, sin fotografías de su familia, rodeado de sus libros y entregado a la academia en cuerpo y alma. Era catedrático vitalicio de la Universidad. El humanista coherente a su pensamiento y principios ideológicos era un activista social, terminó involucrándose en un movimiento pacifista contra la guerra y en favor de la paz. El corporativista hijo de una familia petrolera, fue ayudado por su padre con una fuerte suma de dinero ($ 500,000) para emprender su propio negocio petrolero. Supo oler dónde invertir para multiplicar sus ganancias. Fue uno de los primeros ricos de EE. UU. que aumentó su capital a 1,000 millones de dólares. Se graduó en ciencias económicas y ciencias políticas. Escribió un libro “¿How to be rich?” ¿Cómo ser rico? Donde afirma: “disfruté de la ventaja de haber nacido en una familia rica, y cuando comencé mi carrera empresarial estaba subvencionado por mi padre. Aunque hacía dinero -y bastante- por mi cuenta, dudo que el imperio Getty existiera hoy si no hubiera heredado el negocio de mi padre tras su muerte”.

En realidad, el matemático religioso fue el indio Srinivasa Ramanujan (1887-1920), el ateo fue Godfrey Harold Hardy (1877-1947), el humanista Bertrand Russell (1872-1970). El colado empresario fue Jean Paul Getty (1892-1976).

Conclusión:

Aunque hubo cuatro personajes distintos en esta historia, en realidad hubo tres respuestas en la búsqueda del sentido de la vida: la religiosa, la humanista y hedonista. Srinivasa Ramanujan representó la respuesta religiosa del sentido de la vida, Godfrey Harold Hardy y Bertrand Russell, la humanista y Jean Paul Getty, la hedonista.

La humanista presenta una variable, el ateo positivista y el ateo humanista, este último entregado a causas nobles en favor de la paz y la convivencia mundial. La búsqueda de sentido de vida nos entra por los cinco sentidos, por la direccionalidad, hacia dónde queremos ir en la vida, por la significatividad, es decir, lo que queremos significar ante mí y ante los demás y, finalmente, por lo que juzgamos que es incorrecto y hay que mejorar.

Cada uno de los personajes de esta historia, experimentó una de las tres respuestas en la búsqueda del sentido de la vida y vivió los cuatro sentidos del sentido de la vida de distinta manera. Atrévase a responder ¿Con cuál de los cuatro se identifica usted más? y conózcase a sí mismo.

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