Carlos René García Escobar
Escritor y Antropólogo

El primer recuerdo que guardo en mi memoria proveniente de mi niñez más temprana es el de la Avenida Bolívar, de una tarde entre el día y la noche en que mi madre me sacó a la puerta de la Radio Bolívar, puerta que aún existe, la única que se encuentra entre dos columnas dóricas y su tímpano en la 28 calle de dicha avenida, para observar el paso de la larga caravana que le daba la bienvenida al ganador de la maratón de Boston, el guatemalteco Doroteo Guamuch conocido posteriormente como Mateo Flores. Era una caravana que desde el aeropuerto La Aurora se dirigía hacia el centro de la ciudad de la ciudad de Guatemala. Yo tenía 4 años.

El Centro. Una palabra mágica con la que crecí desde esos años y de la que tuve noción desde los doce años, cuando ya viviendo en la Colonia La Florida, hoy zona 19 de la capital, mi madre me llevaba de la mano, tomábamos la camioneta No. 7 e íbamos a hacer mandados para que yo aprendiera los lugares a donde después mis padres me mandarían a comprar las cosas que necesitaban en su diario vivir, en una colonia que aún no lo tenía todo cerca, como hoy.

Fue así como incursioné y visité el Centro, convertido hoy en el Centro Histórico de esta nuestra ciudad. Asunto que vengo realizando desde mi adolescencia y juventud. De ahí que ahora guardo en mi memoria cada recodo urbano del Centro, con lo cual he ido formando mi muy particular identidad urbana de la Ciudad de Guatemala. Y es que considero que la identidad está formada de recuerdos y los recuerdos están formados de esencias de distinta índole ya sea temporal y territorial, así como familiar, sentimental o con mezclas de picardía y aventurerismo. Cosas de la vida de cada uno.

El Centro representa todos estos recuerdos en el imaginario de los guatemaltecos que lo han conocido y más fuertemente en aquellos que lo han vivido con intensidad y ya no digamos de aquellos que aquí han nacido y permanecido toda su vida. Obviamente, ese número de recuerdos alcanza el infinito. Empiezo con algunos de ellos, desde el punto de vista de un citadino que los ha vivido desde la periferia del Centro, es decir desde mi Colonia La Florida.

La camioneta de la ruta 7 me llevaba por la calle San Juan, pasando por la Aldea El Rodeo, la Colonia Centroamérica, Kaminal Juyú cuando no estaba urbanizado, La Quinta Samayoa, El Trébol y toda la Avenida Bolívar. Se llegaba a Las Cinco Calles y entonces se bajaba toda la 18 calle para luego irse por toda la novena avenida hasta la octava calle. Allí tenía que bajarme para ir a los almacenes donde tenía que comprar lo que se me había encomendado por mis padres. Todo eso era para mí el puro Centro.

Imaginémonos a un niño de doce y trece años metido en todo este enjambre de edificios la mayoría antiguos y la minoría modernos entre los que estaban los almacenes y comercios. Para mi caso hablo del año 1962. Entonces me movilizaba entre el Parque Central, el Parque Colón, el Parque La Concordia y la 18 Calle acompañando a mi madre primero y después en solitario.

Poco a poco fui conociendo los nombres de los lugares que miraba con curiosidad y así sembré en mi memoria y corazón tantas imágenes del Centro Histórico. Mis recuerdos de aquellas antiguas sexta y quinta avenidas son indelebles. No se me olvida Santa Clara porque allí mismo quedaban cerca los cines Cápitol, Pálace y Roxi, que después fue Tikal, pero sobretodo Radio City, donde le compraba sus repuestos de radiorreceptores a mi papá.

A una cuadra de la iglesia del Carmen estaba Cantel, y más allá Los Dos Leones donde le compraba telas y retazos a mi mamá. A la vuelta de la Empresa Eléctrica, donde pagaba la luz, estaba Novatex donde buscaba telas para que nos hiciera nuestros pantalones un sastre amigo de la familia. Siempre pasé por la casa del Banco Agrícola Mercantil esquina opuesta al Portal del Comercio, hasta que un día la conocí por dentro cuando ya tuve cuenta en ese banco y quedé prendado de su belleza.

Pasados los años, en mi juventud, pude ver la casa de la Escuela Normal de Música Jesús María Alvarado porque era mi camino al INCA para ir a esperar a ver si le decía algo a mi enamorada. Así también pasaba por la Escuela de Danza Marcelle Bonge de Devaux, hasta que un día entré a darle a las chicas una charla sobre danzas tradicionales y me di cuenta del estado deplorable en que los gobiernos insensatos han mantenido ese edificio.

Cuando bajaba de la camioneta y subía al Parque Central pasaba por el antiguo almacén Paiz contiguo a donde ahora está Arte Centro que lleva el nombre de su fundadora Graciela Andrade de Paiz. Incursionando a veces por el templo de Nuestra Señora de Guadalupe, por allí empezaba un lugar clínico donde se han encargado de reducir la población guatemalteca por todos los medios anticonceptivos posibles y que luego se llamó Aprofam y bajando de la Antigua Escuela de Medicina conocí la antigua casa de la familia Fernando Muñoz que se conoció siempre como el Bufete Popular de la Landívar.

En mis tiempos en que viví por tres años en la novena avenida y primera calle de la zona 1, conocí en mi camino hacia la Catedral, el edificio de la Cruz Roja atrás de la iglesia de Santa Teresa, sin imaginarme que con el tiempo yo contribuiría relatando sucesos ancestrales, ante la exaltación que la Cruz Roja hizo al drama danzario Rabinal Achí, debido al específico tratamiento del prisionero Quiché Achí consignado en la historia del etnodrama.

Por supuesto hay tantísimos lugares del Centro Histórico y su sexta avenida que impregnan mi existencia de recuerdos indelebles que nombrarlos se vuelve prolijo y entretenido. Llevaría mucho tiempo y el espacio en estas páginas del Suplemento es reducido por lo que opto por quedarme corto y mejor lo dejo para algún relato autobiográfico que en el futuro sea oportuno escribir.

Artículo anteriorZona Compartida 29.67: nuevas épocas, cuerpos, nuevas voces entre una multitud que escenifica la convivencia urbana y esencial
Artículo siguienteNuestro compromiso con el futuro es dárselo todo al presente