Maco Luna
Escritor

Subo al transporte, gano el sillón que tiene joroba, sobre la llanta cuache, y limpio un boquete en el vaho del vidrio. El paisaje mete cercos de yerbamala y flor de izote por los cristales sucios. Garraspea la caja de velocidades antes de que entre la primera. El armatoste se echa a rodar en su ruta, y al salir de una curva, el camino se peina de cúpula en medio y ofrece alfombras con cagadas de campana. A puros molinetes con el timón y escupidas por la ventanilla, el chofer se abre paso entre el grupo de feligreses. Ocho minutos adelante se termina el asfalto. Las calles de los pobres están intransitables. Todo porque al brazo de la comuna se le ocurrió abrir zanjas en invierno. Vibra la rienda del timbre, y una esquina después, la camioneta se detiene. El radiador hierve como caldera del infierno, suelta algunos estampidos y la mecánica eleva su incienso al firmamento.
El alcalde no sé qué hace hoy, pero ayer estuvo muy ocupado revolviendo la mierda de todo el vecindario en los drenajes viejos. Se embelesó tanto en la obra que no sintió cuando el cielo de la noche se deshizo en agua sobre la pálida ciudad. Al amanecer, la sangre de la zanja era un río de lodo. Al que madruga Dios le ayuda, dice la gente (Los dichos son puertas), este madrugador entró y su premio fue batuquear el lodazal ida y vuelta.

Pobre mi traje blanco de marinerito con dos anclas doradas bordadas en el cuello. Brincando entre los charcos llegamos frente a la puerta…Toco toco toc…Toco toco toc… La manita de hierro agarra fuerza entre la mano de carne y…Toco toco toc…Toco toco toc… ¡Ahí viene mi tío, ahí viene mi tío, ahí viene mi tío!, gritan los primos desde adentro. Los viejos mandan a traer guaro, descuelgan guitarra y destapan marimba /¿Qué quieren almorzar?/ Por qué pregunta otra vez la tía Imelda, si la costumbre se llama Pepián. Al rato se barrerán con los valses. Ahora cantan porque la enagua levantada baila el tungue tungue de los corridos.

Entre canciones y tragos, la tierra pone el lado B. Gira lento el disco del crepúsculo y poco a poco es noche de volver a llover. La necedad ya metió su cuchara en el banquete y / Yo te quiero y te respeto / y va abrazo y va apretón de mano, va apretón de mano y va abrazo y / Yo te quiero y te respeto /.
Boca, pescuezo y barriga el dios del vino desapareció en el culo de la botella.
/ Lléveme pues m´ijo. / Él recuesta toda su alegría sobre mi traje blanco de marinerito con dos anclas doradas bordadas en el cuello. Con lodo hasta en los oídos alcanzamos la parada. Los buses pasan muy llenos y no nos quieren llevar. La luz roja de un semáforo colabora y nos mete en el viaje de regreso.
La apretazón viene en lo mejor y a mi viejo se le antoja otro trago.
Saltamos…
Persianas adentro la cantina es mesa con banquitos. Las piernotas atienden el pedido, se van y pronto vienen con el trago. Ahorita le traigo las boquitas.
/¿Le gustan los hongos con recadito, nene?/ El sonido fuerte de la rocola se traga mi respuesta.
¡Salú, m´ijo! Mi papá ya es Tarzán y cuenta que venció a muchas fieras con sólo agarrar grito en los llamados de la selva.
El hongo suelta sabor a tierra entre los dientes…
Persianas afuera, el golpe de los cuatro vientos le suelta la rienda al hongo. Las grietas de las paredes son profundos barrancos, la lluvia se enreda con el viento y bailan Corazón de embudo. La garganta del torbellino se lleva todo, arranca los árboles y se traga los techos. Hasta un osito de peluche gira que gira dentro del trompo. Con fuerza brutal me arranca de la mano de mi padre y me avienta al mero ojo del remolino…

Sin pruebas de haber vivido, entro en el ferrocarril de la muerte.

Un ángel de overol me espera en la última estación, se arremanga las alas, se arregla el cabello y me dice: /Vení conmigo al mundo del tiempo detenido. Allí se vive regido por el código de las lluvias, en medio de montañas que cumplen cabal su función de dividir las aguas. Allá las nubes son cada vez más altas y más espesas. Los furores de arriba son repentinos e inexorables, pasándose del bochorno que impone el aire quieto, a los aires que corren de norte a sur, levantando el oleaje de los raudales, antes de que el cielo transformado en fragua negra descargue gigantescos martillazos sobre los yunques, hundiendo garfios de fuego en la inmensidad.

Para los que allí viven, el tiempo no corresponde al de efímeros relojes. Lo detiene la vida para envolverlo en sus propias conjeturas. / Bueno, ya lo verán tus ojos. Ponete esas botas de nube y seguime / La virtud tiene cuatro rostros, extrema belleza en las alas y rapidez en los desplazamientos. En medio del deslumbramiento producido por tantas plumas de pájaros, por tanta policromía, por tantos objetos llenos de poesía, ascendemos por muchas escaleras. Antes de llegar vi una puerta abierta /Subí acá y te mostraré/ Vi un trono, y alrededor del trono un arco iris y cuatro seres con seis alas cada uno y ojos por todos lados que día y noche, sin cesar, decían /Santo, Santo, Santo es el Señor todopoderoso/ Largos pasillos nos abren salones, de los que brotan jardines de música.

La colección de instrumentos musicales es verdaderamente notable y de mucho interés, por su riqueza y diversidad. Me asombro cuando veo las trompas gigantes destinadas a usos mágicos y ese extraordinario tambor que constituye un eslabón perdido entre el Bastón de ritmo y el Tambor de madera ahuecada que se sitúa ya a la cabeza de la evolución. Pero, sobre todo, me maravilla una flauta recta, de caña, cuya columna de aire, puesta en vibración con un dedo, responde a la mayor o menor intensidad del soplo, con escalas de una increíble extensión dentro de un timbre exquisitamente agreste. También están la flauta de hueso humano y la caracola para no perderse en los pantanos, que suena como la sirena de la niebla de los barcos; los instrumentos que imitan el canto de los pájaros, los cachos de venado y los cornos con boquilla de hueso de mono. Todo esto fascinante, misterioso y magnífico es la Gran Orquesta de los Ángeles, que ensaya en el Mundo del Tiempo Detenido. Los querubes y querubines forman acordes con las voces, los serafes y serafines conforman la sección de cuerdas, sonidos brillantes de metal dorado. Un grupo de ángeles toca guitarras, bajos, percusiones y teclados; los arcángeles escriben arreglos para las trompetas, saxos y trombones. Es un jolgorio de notas que se vuelven cristal antes de agarrar onda en el viento.

Cada uno repasa sus pasajes, deben pulirlos muy bien y tenerlos a punto para el ensamble final. El ensayo general aún no llega. Y por esto la dedicación se concentra en el estudio individual y por secciones, nada más. La familia de las cuerdas está muy tensa. La emoción, en lugar de restar, más bien suma empuje y sentimiento para llegar a nuevas sonoridades. Las arpas montan lindas melodías, las notas cristalinas saltan en arpegios y beben de la hermosa fuente de las siete ninfas.

¡Mañana es el gran día, y por fin llega el mañana!

Desde muy temprano comienzan las vocalizaciones y las embocaduras. Afinan todos con las vibraciones exactas por segundo. No hay comas de diferencia, todo está a la misma altura. Los que tocan sentados, sentados; los que tocan parados, parados.
Cuenta de entrada.
La melodía del bajo susurra entre armonías suspiro de cuerdas y una trompeta de arcángel. Arpegio de pianos, y de nuevo la melodía del bajo. Majestuosa, entra toda la orquesta y el alma es sonido. Las voces de querube alcanzan agudos increíbles. Arrullados por el colchón de instrumentos vibran juntos a tiempo detenido.
Sonidos experimentales obedecen la batuta del arcángel. Él, muy expresivo, blande la varita a los cuatro confines y logra efectos verdaderamente asombrosos. Los edificios sonoros se yerguen sublimes, plenos de toda belleza. La energía del rock empuja fuerte al clímax y todo se ilumina de colores vivos.
El final llega,
los instrumentos callan,
el sonido duerme.

El ángel de overol me entrega el boleto del retorno…

Subo al tren, me meto al túnel del embudo, y después del aprietacanuto, los que me esperan son los bomberos. Me aplican oxígeno, tratan de revivirme. Estoy acostado en el lodazal de una empinada calle de la zona 8. Pobre mi traje blanco de marinerito con dos anclas doradas bordadas en el cuello.

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