Miguel Flores

El fotógrafo salvadoreño Teyo Orellana, desde hace más de diez años explora uno de los temas poco abordados en el arte, el de las mujeres de talla gruesa. A la manera de Rubens que hizo lo mismo en su época, (correspondía a una tendencia estética de su tiempo), Orellana lo hace ahora a contracorriente en un momento en que se impone el canon de esbeltez de belleza femenina. Esto origina que su obra sea vista de reojo desde la mirada patriarcal del arte, que ve la gordura como una anormalidad.

La serie Estereotipos rotos de Orellana presenta fotografías en gran formato. En esta serie adelanta un paso más al incorporar la acción en sus modelos de talla grande, ya no es la mujer pasiva que se deja hacer, manipular con objetos sobrepuestos en su cuerpo, en esta exposición hay acción y empoderamiento por parte de este tipo de mujeres. En otras palabras, se les da una voz. Otra característica de esta serie es el uso doble de una misma imagen en la misma obra, gracias al trucaje fotográfico que se suma a otra serie de estrategias que este autor utiliza para crear la connotación de sus imágenes.

En una de sus obras, la modelo con el rostro de perfil se enfrenta a un frío maniquí andrógino de cuerpo esbelto. Por efecto de la iluminación, que transmite calidez, el protagonismo es el de la mujer de carne y hueso. Otra fotografía, por la acción de la pose, los cuerpos se intertextualizan con el famoso cuadro de Las dos Fridas, de Frida Kahlo. Al estar sentadas y con arreglos de flores en las manos, pero con un metro enrollado en sus cabezas, alude a esa medición de la intelectualidad que aún se hace al pensamiento femenino por la mirada patriarcal.

Otra de las imágenes significativas lo constituyen dos mujeres (es la misma) que tiran los extremos de una cadena. Sus poses connotan el esfuerzo vano de ir en direcciones contrarias dando por resultado el desgaste doloroso de ambos personajes. Su fondo negro alude a una nada que se cierne sobre la escena de un absurdo. En algunas imágenes Orellana viste a sus modelos con ropa como corsés de satín, que intentan modelar la figura femenina y brindar elegancia, cuyo resultado final resulta con el juego erótico de permitir ver y no ver, propio de este tipo de composiciones al cual este fotógrafo agrega cierto grado de pudor.

Teyo Orellana expresa un discurso visual en el que valoriza un prototipo de cuerpo que en forma usual es recriminado. Su propuesta empodera a la mujer. El cuerpo ha sido tema de la fotografía desde su aparición. La visión actual del cuerpo se distancia de los cánones tradicionales. Habrá que esperar qué imagen presenta Orellana del varón.

Uno de los valores de esta exposición es el manejo impecable de la fotogenia; los recursos que la fotografía brinda al creador, no todos lo saben utilizar. Si bien la fotografía contemporánea no pone interés en la técnica, la obra de este fotógrafo es actual por el manejo temático.

La exposición de Teyo Orellana tiene como marco la Casa Taller Encuentros en Panchimalco, una pequeña ciudad en El Salvador, ubicada en el cantón de Planes de Renderos. En este lugar, desde hace varios años, con tesón, el artista Miguel Ángel Ramírez y otros más han logrado una organización cultural modélica. Una casa antigua, posiblemente de principios del siglo XX, fue restaurada paso a paso y año con año. Hoy posee una galería principal con tres ambientes, y otros espacios aptos para exposiciones y encuentros entre la comunidad y los creadores.

Sin pretensiones de institucionalidad, la Casa Taller Encuentros ha logrado tejer una red de contactos e interlocutores, que la convierten en un centro que promueve el arte. Y lo más importante lo pone en contacto con los visitantes, especialmente los pobladores de Panchimalco. Por el lugar un día sábado pululan los niños y adolescentes los que son orientados a realizar diversas actividades de acuerdo a la obra que se exhibe. Otro de los atractivos de esta villa es la Iglesia de la Santa Cruz de Roma. Este templo, construido alrededor del año 1730, posee uno de los más bellos artesonados de su techo, realizado con madera de bálsamo. Vale la pena visitar este enclave de arte salvadoreño.

Artículo anteriorMéxico es una «pseudodemocracia»
Artículo siguienteCésar Vallejo