Miguel Flores Castellanos
Doctor en Artes y Letras
Sin duda la edición de la XXI Bienal de Arte Paiz tiene como curador al afamado cubano, Gerardo Mosquera (La Habana, 1945). Autodefinido como curador freelance, historiador del arte, crítico y escritor, posee un capital simbólico sorprendente, ya que ha trabajado para instituciones señeras en la conducción del arte actual y que ejercen un poder sobre lo que sucede en el arte en esta parte del hemisferio.
Guatemala ha sido tierra fértil para los cubanos poseedores de una formación sólida en el campo del arte, cuentan además con un poder de movilidad internacional formidable desde la década de los noventa del siglo pasado. En este país, su presencia fue vista como la de semidioses que todo lo podían y sabían ante las deficiencias de nuestro campo cultural. Un ejemplo es el de Valia Garzón, que recorrió instituciones tan disímiles como CIRMA y el IGA, donde dejó una estela de hechos que aún hoy incomodan a más de una institución o persona. Hoy desde Miami o Washington aun viene a realizar travesuras.
Los curadores de la Bienal desde que optaron ese nuevo formato (donde pocos son los escogidos y muchos los marginados) han sido, Néstor Herrera Ysla (Cuba), José Roca (Colombia), Santiago Olmo (España); Cecilia Fajardo Hill (Venezuela-Estados Unidos), Alma Ruiz (Estados Unidos/Guatemala) y este año Gerardo Mosquera (Cuba-Estados Unidos). De ninguno de ellos se ha visto un aporte teórico a la condición del arte en Guatemala. Su estancia y convivencia con artistas nacionales, poco les ha valido para insertarlos en otros circuitos más amplios fuera de esta periferia olvidada que es Centroamérica. Tampoco hay un escrito sobre su experiencia curatorial en Guatemala, publicada en alguna revista de arte. Pocos artistas han sido proyectados a través de su entendimiento del arte nacional. No hablo aquí de algún/a curador/a de cabecera de un artista contemporáneo local, eso es entrar en el campo del comercio del arte.
Desde el 2008, la Bienal Paiz ha experimentado las transformaciones y mutaciones de la propia Fundación Paiz, generadora de este importante programa para el arte visual guatemalteco, especialmente en lo referido al presupuesto de la Bienal, que ha limitado su accionar, por más copatrocinios logrados. Esto coincide con el hecho de cierta turbulencia causada por la salida de doña Jackeline de Paiz y Ángel Arturo González (q.e.p.d.).
La edición de la XXI Bienal de Arte Paiz cuenta como co-curadoras a Laura Wellen (Estados Unidos), quien definitivamente explotará esta nueva veta de arte que se abre ante sus ojos; Esperanza de León, pedagoga y artista creadora del Creatorio (sic) CAP; y Maya Juracán quien expresó para la revista Terremoto: “Desde la idea de una de/colonización, nace la reflexión que nos conduce al aprendizaje de atar nuestros pensamientos a la historia de nuestro país”.
Esta búsqueda siempre la ha hecho el arte en general y Guatemala no escapa de eso. Lo de de/colonización es una etiqueta de estudios como lo son también los estudios culturales, tan de boga en la academia estadounidense en la década de los noventa. Lo interesante es que exista reflexión desde Latinoamérica, con lo que es notoria una tendencia cubana a pensar en América Latina. ¿No sería mejor desde Centroamérica que es algo más cercano y similar?
Gerardo Mosquera propone un esquema abierto (¿?), rizomático, más participativo, descentralizado. Lo rizomático, término desarrollado por Gilles Deleuze y Félix Guattari en su proyecto Capitalismo y Esquizofrenia (1972, 1980), es lo que Deleuze llama una imagen de pensamiento que aprehende las multiplicidades. Este concepto cae como anillo al dedo a la realidad guatemalteca, teóricamente.
Como pocos curadores invitados a la Bienal, Mosquera ha visitado no solo a artistas, sino a colectivos en ciudades como Comalapa y lugares con proyectos independientes de formación artística, barrios marginales y hasta los cementerios, hasta ahora marginados de la mirada curatorial.
En el modelo rizomático, a diferencia de un árbol jerárquico, cualquier enunciado afirmado de alguno de los elementos de estudio (artistas individuales, grupos de artistas independientes, lugares donde se puede apreciar el hecho artístico) puede incidir en la concepción de otros elementos de la estructura (en este caso de las artes visuales), sin importar su posición recíproca.
El rizoma (la XXI Bienal Paiz) carece por lo tanto de centro, un rasgo que lo ha hecho de interés de estudio de la sociedad, la semiótica y la teoría de la comunicación. Para quienes hayan visto la escasa información de la XXI Bienal, entre sus participantes se encuentran el municipio de Comalapa, o la fundación H. I. J. O. S, con sus carteles.
Juracán dice: “…la vigésima primera bienal (Paiz), como su título lo sugiere, busca ser y ver más allá de lo que se pudo pensar en un inicio [las primeras Bienales Paiz]. La finalidad es lograr desarticular ideas individualistas del arte por el arte para pensar más allá de los límites y fronteras hegemónicas. (…) Este modelo curatorial busca romper la lógica global de mundo del arte, eliminar los ideales estereotipados, encontrar y hablar desde un aquí, que reconoce a los de aquí, como dicotomías y periferias, artistas no globales que conjugan, construyen y crean un metalenguaje artístico, desde su propia esencia”. Según Gerardo Mosquera, “nuevas posibilidades y radicalidad (…) una nueva posibilidad”.
Ante un sistema de carreteras colapsado, salir de la ciudad capital es complicado, las dificultades económicas se atraviesan ante el proyecto planteado. Si la cobertura capitalina ha sido escasa en ediciones anteriores (se ha extendido la bienal a Quetzaltenango en otras ediciones), existe la percepción de que la Bienal Paiz se ha convertido en una placa de Petri para un nuevo experimento curatorial de un ahora sí, afamado curador.