Karla Martina Olascoaga Dávila
Académica y escritora

El pasado 14 de abril se cumplieron 80 años de la muerte, en París, del poeta peruano César Vallejo (1892-1938), cuya herencia poética ha trascendido fronteras humanas, barreras idiomáticas e incluso, ideológicas para situar su poesía entre las más destacadas y hermosas de los últimos dos siglos.

Hace ya algunos años que no escribo sobre Vallejo, aunque su obra fue materia de mi tesis de grado hace ya algunas décadas. Pero hoy, las circunstancias y casualidades no me permiten apartarme de su legado al cual llegué –como muchos– a través de Los Heraldos negros cuando era estudiante de secundaria. Ese poema fue el despertar de mi deseo por el estudio de las letras y, ya transcurridos los años, confirmo que mi elección es y sigue siendo un difícil camino que transcurro con pasión y al que vuelvo cuando ya nada tiene sentido: solo el arte de la palabra.

Podría en esta ocasión, recrear la temática de mi tesis que entonces denominé “El tema de la muerte en la obra poética de César Vallejo”, sin embargo, creo indispensable tomar este espacio como un homenaje al poeta y para acercarnos una vez más a su poesía tan vigente en estos momentos que el dolor de la desesperanza y la muerte parecen desplegar su manto oscuro sobre la humanidad:

Voy a hablar de la esperanza

Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Si no fuese católico, ateo ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente.

Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa. ¿Qué sería su causa? ¿Dónde está aquello tan importante, que dejase de ser su causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué ha nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento. Si hubiera muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente.

Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos. Lo mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más engendrada, para la mía sin fuente ni consumo!

Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres o hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en la estancia oscura, no daría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente.
(En: Poemas en prosa 1923-1929)

Los nueve monstruos

Y, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de ser, dolernos doblemente.

Jamás, hombres humanos,
hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!
Jamás tanto cariño doloroso,
jamás tanta cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal

y la migraña extrajo tanta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.

Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rosseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!

Invierte el sufrimiento posiciones, da función
en que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas
a la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.

El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás, de perfil,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar…
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más).
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardido¹!
¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tanto cajón,
tanto minuto, tanta
lagartija y tanta
inversión, tanto lejos y tanta sed de sed!
Señor Ministro de Salud: ¿qué hacer?
¡Ah! desgraciadamente, hombre humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.

(En: Poemas Humanos 1931-1937)

En ambos, el dolor parece trascender y trascendernos, sin embargo, así como el día trasciende a la noche, la esperanza no parece abandonarnos. César Vallejo no ha muerto, su poesía lo demuestra.

PRESENTACIÓN

Deambular por la literatura latinoamericana nos obliga no sólo a reconocer el portento de la producción de nuestros narradores y poetas, sino a emprender o retomar el estudio de esos personajes a veces injustamente olvidados por una crítica que no se da abasto. Desde este espacio cultural, nos tomamos en serio a los escritores con la ilusión de darles su lugar y ubicarlos en el lugar que les corresponde.

 En esa dirección es que ofrecemos a nuestros lectores el texto de la escritora Karla Olascoaga, centrado en la obra del escritor peruano, César Vallejo. Los textos seleccionados por la también profesora de literatura nos ayudan, al tiempo de acercarnos al trabajo del poeta, a atisbar el gusto estético del creador con cuya propuesta innovó y le dio un impulso original a la lengua española.

Hemos querido compartir con usted, además, un texto filosófico a cargo del profesor Harold Soberanis. El maestro considera la naturaleza del quehacer político y defiende el carácter moral del que no puede sustraerse el ejercicio público. De ahí que la exigencia de imperativos tendientes a la promoción y defensa del espíritu humano sea capital en la conducta de los líderes sociales.

Deseamos que la variedad de nuestras colaboraciones sea de su agrado. Nos referimos a los textos de Miguel Flores, Víctor Muñoz y Oseas Patzán. No olvide comentar los trabajos desde nuestra edición digital y ofrecernos el ánimo de siempre para seguir adelante y mejorar nuestra edición. Que Dios le bendiga. Feliz provecho en la lectura.

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