Harold Soberanis
Académico universitario
Según Aristóteles, el gran filósofo griego, todos los seres humanos somos, por naturaleza, políticos. Esto significa, en términos de este pensador, que somos seres sociales, es decir, que somos sujetos cuya esencia nos exige vivir en sociedad puesto que solo así nos realizamos como tales. Dicho en otros términos: vivimos en sociedad porque esa es nuestra naturaleza, nuestra esencia. Si somos seres humanos, necesitamos y debemos vivir con nuestros semejantes, formando comunidades cuyo fin sería posibilitar la realización de cada uno de sus miembros y del grupo como tal.
Además, es una manera de responder a otra característica esencial nuestra: la racionalidad. Según afirma Aristóteles, solo los dioses y las bestias se bastan a sí mismas, por eso no forman sociedades. El ser humano, en cambio, necesita de los otros para vivir plenamente. Por eso creó el Estado político, estableciendo relaciones con los demás y compartiendo con ellos fines e intereses. De esto se infiere que la sociedad, el Estado político, es algo natural y no artificial como afirman otros.
Ahora bien, del hecho de que por naturaleza tendamos a vivir en sociedad, no se infiere que tales sociedades basen su existencia en la pura espontaneidad. De ser así bastaría con dejarnos llevar por nuestro instinto natural, individual, para que las distintas sociedades pervivieran a través del tiempo. Este es el caso de los animales, por ejemplo, a quienes les basta con pertenecer al grupo y hacer lo que los demás hacen. Las sociedades humanas no son tan simples, por eso son diferentes a los grupos que forman los animales. En efecto, hay una diferencia esencial entre una sociedad humana y una animal: en sentido estricto, solamente los seres humanos formamos sociedades o comunidades.
Lo anterior significa que, si bien los seres humanos somos seres políticos por naturaleza, eso no significa que no debamos cultivar la vida en sociedad. Por el contrario, debemos ejercitar constantemente la convivencia con los demás, de tal suerte que vivir en sociedad se convierta en un arte: el de vivir armoniosamente con otros seres humanos, formando comunidades dignas que contribuyan al mejoramiento de cada uno de sus miembros a fin de alcanzar su realización personal y la del grupo al que se pertenece.
Es precisamente desde esta perspectiva donde se revela la importancia de la esfera moral en permanente articulación con lo político. En efecto, la moral vendría a ser el fundamento del ejercicio político a la vez que orientaría la acción del ciudadano. Si vivir en sociedad es la respuesta natural a nuestra esencia, el Estado político como tal no se sostendría, no alcanzaría sus fines si no tuviese como fundamento la moral y, por lo tanto, no habría ninguna diferencia entre los grupos que forman los animales y las sociedades humanas.
Uno de estos fines es, a nuestro juicio, el de establecer las condiciones mínimas, materiales, económicas y culturales, que permitan una vida digna a cada uno de los miembros de la sociedad. El concepto de dignidad implica ya una valoración moral, lo que revela la diferencia radical entre una sociedad humana y un grupo animal. Precisamente, el reconocer que somos seres dignos, es ya la aceptación de un principio moral sobre el que debería descansar cualquier consideración política.
Por eso pensamos que lo que se practica en Guatemala no es política, sino politiquería, puesto que lo último que los partidos “políticos” y sus miembros pretenden al querer alcanzar el poder, es que cada persona que conforma la sociedad encuentre las condiciones que le permitan realizarse dignamente como un ser humano. Claro que no es este el único fin de la política, pero sí es, a nuestro juicio, el imperativo principal sin el cual lo demás es inútil. Tampoco afirmamos que la tarea primordial del político sea la reforma moral de la sociedad. Eso suena a moralina y nuestra historia está llena de ejemplos de dictadores, disfrazados de políticos, que pretendieron moralizar a una sociedad que humillaban desde el poder autoritario que detentaban. Recientemente falleció un oscuro personaje que ejemplifica perfectamente esto que decimos.
Como seres racionales que somos, estamos teleológicamente configurados no solo para desplegar, en armonía con los otros, nuestro ser social sino también nuestro ser moral. De hecho, ambos van unidos de tal suerte que no podríamos realizar nuestro ser social olvidando la esfera moral. Eso sería contradictorio, es decir, irracional.
De lo anterior se desprende, siguiendo al Peripatético, que hablar del hombre como un ser social, es también pensarlo como un ser moral, un ser que sigue normas, leyes, principios etc., que lo llevan a alcanzar el bien.