Por Annette Birschel
Leeuwarden
Agencia (dpa)
M. C. Escher fue un viajero. Le gustaba viajar sobre todo en un lento carguero y llegó a un acuerdo con un armador. A cambio de un par de sus dibujos, este le permitía ir a bordo y le daba un litro de vino al día. Ahora el dibujante vuelve a su ciudad natal, la holandesa Leeuwarden, que desde este sábado le dedica una exposición a su faceta como viajero.
«Sus viajes le marcaron», explica Judith Spijksma, responsable de la muestra en una ciudad que este año es Capital Europea de la Cultura.
«Escher de viaje», que puede verse hasta el 28 de octubre en el Fries Museum, cuenta con numerosas obras de colecciones internacionales. La influencia de Italia se deja sentir en sus realistas trabajos tempranos, pero también en sus posteriores obras maestras de la ilusión, con manos que se dibujan entre ellas, agua que fluye hacia arriba o escaleras sin principio ni fin.
Las enigmáticas obras de Escher (1898-1972), la mayoría en blanco y negro, son fascinantes y a menudo se estampan en camisetas y libros matemáticos. Incluso Mick Jagger quiso en una ocasión que Escher diseñase la portada de un disco de los Rolling Stones. «Querido Maurits», le escribió el cantante al músico en 1969. Pero el artista rechazó la oferta, indignado porque no se hubiesen dirigido a él como «Estimado señor M.C. Escher».
Maurits Cornelis era un hombre de alta alcurnia. Nació hace 120 años en Leeuwarden, en el seno de una familia pudiente que le pudo dar una buena educación. Pero a Mauk, como le llamaban, no le gustaba estudiar y en cambio se le daba muy bien dibujar. Al terminar el colegio empezó a trabajar en un estudio gráfico y a viajar.
Italia le fascinó tanto en su juventud que después vivió en Roma durante muchos años con su esposa Jetta. «Iban por las montañas con un burro», explica la comisaria de la exposición, Spijksma. Escher dibujaba lo que veía: los pueblos pintorescos, las callejuelas llenas de rincones o las escaleras laberínticas mediterráneas. Muy pronto se entusiasmó por los planos y las formas geométricas.
«Seguramente debería quedarme aquí durante meses para comprender las impetuosas colinas ondeantes y la rica vegetación», escribió el artista en 1921 desde Italia. Escher transformaba meticulosamente los esbozos que hacía durante sus viajes en maravillosos grabados en madera.
También empezó a jugar con los paisajes: tomaba árboles, plantas o edificios de una región y los colocaba en otra totalmente diferente. Hasta que en 1934 ocurrió algo raro en «Naturaleza muerta con espejo». En el espejo del dibujo se esboza un antiguo lugar italiano. A primera vista todo parece normal pero entonces el espectador se da cuenta de que es imposible.
¿Cómo se le ocurrió? «No lo sabemos», reconoce Spijksma. «En algún momento se dio cuenta de que podía crear cosas sobre el papel que son imposibles en la realidad». Y siguió haciéndolo.
El Museo Fries ha creado un magnífico mundo prodigioso en esta exposición. La iluminación hace que el visitante prácticamente quede atrapado en los misteriosos mundos mediterráneos de Escher.
En 1936 la familia abandonó Italia para alejarse del fascismo y se instaló en Suiza, el país de la mujer del artista, Jetta. Pero a Escher no le interesaba el paisaje suizo, ni el de su Holanda natal. De nuevo se lanzó a viajar, acompañado por su esposa. La visita que hizo en 1936 a la Alhambra de Granada, en España, fue clave para él. La decoración andalusí le inspiró para desarrollar sus propios motivos en los que animales y superficies se superponen.