Por Itzel Zúñiga
Ciudad de México
Agencia (dpa)

En junio de 2010 el escritor Sergio Pitol, Premio Cervantes 2005, anunció su retiro de la vida pública y la literatura, afectado por una enfermedad neurológica progresiva. Ayer cumplió 85 años, el Instituto Nacional de Bellas Artes de México celebrará en su ausencia su trayectoria.

Se reunieron en el Palacio de Bellas Artes amigos, colegas y admiradores del autor de «El arte de la fuga», a quien el español Enrique Vila-Matas describe como «el mejor escritor en lengua española de nuestro tiempo».

Nacido el 18 de marzo de 1933 en Puebla, la capacidad de Pitol para crear historias, dominar siete idiomas y traducir obras de Anton Chéjov o Joseph Conrad surgió en su niñez, producto de la orfandad, de una salud precaria y también de la mano cariñosa de su abuela.

El remedio infantil para sobrellevar la dureza de la vida fueron los libros, sus compañeros de vida. «Desde niño mi refugio fue la literatura, también el teatro», narró Pitol por correo a dpa, cuando la enfermedad asomaba y a punto de cumplir 75 años.

«El tañido de una flauta», escrita en 1972, lo posicionó como novelista. Con el tiempo, los estantes de las librerías se fueron llenando con sus obras: «Juegos florales», «Domar a la divina garza», «La vida conyugal», «Vals de Mefisto» y «El mago de Viena», por citar algunas.

Pitol gestó muchas de ellas en parques, cafés o en la privacidad de sus estancias en París, Varsovia, Budapest, Praga y Moscú, donde fue diplomático, pero también en su hogar en el estado mexicano de Veracruz, donde creció y reside.

Como traductor sus versiones al español de escritores ingleses, checos, polacos, alemanes y rusos alcanzan medio centenar.

«Su estilo es contarlo todo, pero no resolver el misterio. Su estilo es distorsionar lo que mira. Su estilo consiste en viajar y perder países y en ellos perder siempre uno o dos anteojos, perderlos todos, perder los anteojos y perder los países y los días lluviosos, perderlo todo: no tener nada y ser mexicano y al mismo tiempo ser extranjero siempre», describió Vila-Matas en la revista mexicana «Letras Libres».

Después de una vida dedicada a las letras, la docencia, la lingüística y la investigación, varios galardones honraron su obra: el Premio Herralde 1984, el Premio Juan Rulfo 1999, el Premio Roger Caillois 2006 y otros. Pero el Cervantes fue «lo mejor que le ha pasado en la vida», dijo hace unos años.

Cuando la afasia, un trastorno del lenguaje derivado de un daño neuronal, orilló a Pitol a retirarse, lo hizo elegantemente con un anuncio oficial y con la publicación de «Una autobiografía soterrada».

Poco después, por su deteriorada salud y sin familia directa, el autor quedó en medio de un pleito legal por su custodia entre las autoridades gubernamentales de Veracruz y sus parientes maternos, los Demeneghi.

El escritor mexicano Carlos Fuentes (1928-2012) elogiaba de Pitol su «gran capacidad literaria, muy cercana a los grandes autores centroeuropeos, para mirar el halo oculto de la luna con una sonrisa sarcástica».

El día de su cumpleaños se realizó la charla «Sergio Pitol, niño ruso», en la que se abordó su pensamiento, sus viajes, sus aportaciones y su producción literaria vertida al francés, alemán, italiano, polaco, húngaro, holandés, ruso, portugués y chino.

Este homenaje reunió a los escritores Anamari Gomís, Vicente Alfonso y Jezreel Salazar para recordar la labor de quien tradujo al español a Jane Austen, Tibor Déry, Witold Gombrowicz, Robert Graves, Henry James y Malcolm Lowry, entre otros.

Pitol es «sin duda alguna una de las figuras más relevantes en la literatura mexicana, y un ícono entre los autores latinoamericanos y del mundo de habla hispana», dijo Gomís antes del homenaje en Bellas Artes.

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