Roberto M. Samayoa Ochoa
PASMO Guatemala – Coordinador de Género e Inclusión Social / Asociación Dos Soles

La transmisión de la herencia por medio del semen y la sangre es uno de los baluartes del patriarcado. Es tan importante esta idea de heredar el linaje que, si la primera esposa no podía darlo, el patriarca se ocupaba de tener los hijos con varias mujeres.1 Este es el caso de Abraham y Sara, su esposa, quien no podía ser madre y que tras un milagro se convierte en la madre de Isaac. Es además Sara quien alienta a Abraham a tener el hijo con Agar, la mujer esclavizada, a quien llaman Ismael. Se considera a Isaac como el primogénito, pero en realidad esta posición la ocupa Ismael.

Esta es una primogenitura robada por Sara en complicidad quien acepta cambiar de identidad (deja de llamarse Sarai) y quien se queja de los maltratos recibidos por Agar con lo cual logra la expulsión de Ismael, el primogénito y de Agar misma. Los hijos fuera de la pareja establecida no tienen el mismo reconocimiento social. De ellos apenas se conocen los nombres y la historia bíblica y cristiana reconoce al usurpador Isaac en lugar de Ismael.

En el siguiente capítulo generacional de esta saga se encuentra a los descendientes de Isaac, dos gemelos peleando por la primogenitura: Esaú, el primogénito, y Jacob2. El primero es el preferido de su padre Isaac y encarna los valores del patriarcado: nace primero que su hermano gemelo, es diestro, gusta de la caza, es montaraz o gusta del campo, es velludo y rubio, se ocupa poco de su alimentación y cuidado y su mundo se desarrolla de la tienda de campaña hacia afuera. Por el contrario, Jacob, quien nació segundo, es el preferido de la madre, era “varón quieto y habitaba en tiendas”, es decir, muy de casa para adentro, algo que al patriarcado le molesta porque el hombre debe ser el amo del mundo y no el amo de casa.

Un día Esaú vuelve hambriento del campo y Jacob ha cocinado. Esaú le pide la comida y el astuto de Jacob le ofrece la comida a cambio de la primogenitura. Esaú, cazador hambriento vendiendo su primogenitura construye la imagen del hombre irracional a quien se puede comprar con comida y Jacob es quien encarna los valores que para el patriarcado son femeninos: estar en casa, alimentar y cuidar del hombre hambriento. Son valores encarnados por otro hombre porque es impensable que una mujer pudiera pelear por esta primogenitura. Pero esta es solamente la primera parte de la saga.

La historia continúa cuando Isaac ya viejo y en poder de una primogenitura robada quiere a su vez bendecir a su primogénito Esaú. La madre, aliada de Jacob alerta a este para que se haga pasar por su hermano usando su ropa, travistiéndose con piel de cordero y ofreciéndole un guiso pedido por el padre. Isaac cae en el engaño y la bendición de la primogenitura recae sobre Jacob. Esta historia de patriarcas engañados y engañosos refuerza la idea de que es válido transar, engañar para obtener la bendición del patriarca, pero además robustece la idea de que es la mujer quien engaña al hombre para obtener beneficios.

Jacob corre el riesgo de ser descubierto, pero se escuda en la idea de Dios para distraer la atención de su padre. La bendición dada al primogénito refuerza la idea de opresión sobre los otros pueblos y de esclavitud. Es la triste historia de un patriarca usurpador, desvalido y casi ciego quien es víctima de un hecho similar. Es la historia de una transmisión aparentemente fallida, pero tan apasionante que se ha repetido infinidad de veces en la literatura y en las telenovelas. Sin embargo, no es solo apasionante sino peligrosa porque a partir de historias como esta, presentes en textos sagrados, se ha pretendido mantener sistemas políticos de sojuzgamiento.

Es oportuno mencionar que el patriarcado no cuestiona la capacidad de engendrar del patriarca porque una de las bases del patriarcado es el falocentrismo, por lo que poner en duda la capacidad sexual del patriarca es impensable, aunque este fuera un anciano de muchos años.

El patriarcado asume y promueve el discurso de la categorización de las personas en donde unos someten a otros y los utilizan como objetos a partir de las diferencias biológicas del sexo: quienes tienen pene someten a quienes tienen vulva y a quienes no lo tienen otorgando a esta condición la única variable a considerar para determinar la identidad de la persona. Esas premisas dan como resultado los imperativos de que quien hereda el patrimonio sea hombre, heterosexual (para asegurar la continuidad de la especie) y que asegure el traslado de los valores del patriarca y la conservación y aumento del patrimonio.

Existen varios comportamientos en la sociedad que refuerzan la idea de que lo importante es que el primogénito sea hombre, varón, macho y masculino, términos que no son sinónimos. Uno de estos comportamientos es el pago que se hace a la comadrona, el cual en algunos casos es 90 por ciento más alto cuando la criatura tiene pene. En este caso la comadrona se gana además el agradecimiento del padre y del grupo familiar, y la madre se gana el caldo de gallina. No ocurre lo mismo si la criatura tiene vulva. En este caso a veces incluso no hay pago por el servicio otorgado y no se ve con buenos ojos que la primogenitura recaiga en una mujer.

La razón de esto reside en que el patriarcado rechaza lo que le parece delicado, tierno, emotivo, intuitivo, emocional y a todo esto le ha dado el nombre de femenino. Otro de los comportamientos es que el ombligo del recién nacido, si es niño, se cuelga en un árbol, se lanza al río o se echa en los caminos para significar que esta criatura será dueña del mundo. En cambio, el ombligo de la niña se entierra en el fogón para que se quede en casa. Triste castigo para quien nace con vulva. Pero hay otros comportamientos que, como tales, pueden ser cuestionados, como el hecho de que es el apellido del padre el que se transmite primordialmente; una costumbre común en Iberoamérica y el mundo anglosajón, pero no en Brasil.

Las primogenituras robadas, como la de Ismael y Esaú, son icónicas y hay miles de ejemplos similares. Se tiene el caso actual, por ejemplo, del político criollo con ínfulas peninsulares quien no traslada sus valores políticos a su primogénito o a los hijos del primer matrimonio por diversas razones o circunstancias sino a Isaac, al hijo del segundo matrimonio quien asume la postura política, ideológica, religiosa, el hombre heterosexual, velludo y rubicundo como Esaú, pero que se roba la primogenitura como Jacob. Es este primogénito usurpador quien debe continuar con el legado de la vida pública, con el pensamiento político sostenido en las ideas de Dios, Patria y Libertad aliándose con quienes estén dispuestos a transar y asegurando que en su discurso a cada dos por tres se haga referencia a la divinidad.

Pero este no es el único caso. Hay también otras primogenituras que en el mundo de los criollos se inician inventando ancestros aristocráticos coloniales, explotando, según sea la época, la grana de oro, el café o las telecomunicaciones, pero siempre al amparo del Estado en cargos eclesiásticos, diplomáticos o burocráticos, a quien critican pero de quien han vivido. Así es el patriarcado y así sus primogénitos, usurpadores y transas.

1 El análisis que se hace pretende explicar cómo estos textos bíblicos fundamentales para las religiones judía y cristiana han contribuido en la construcción de una forma de interpretar la realidad y no se trata de una exégesis.
2 Las características varían según la versión consultada, o Reina Valera (1960), o Biblia de Jerusalén.

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