José Ramón Mena Asaba

Para aquellas ocho familias que vivían como una gran familia allá por la 10.ª avenida, cerca del Cerrito del Carmen, el año 1956 era como cualquier otro: sin pena ni gloria pasaban los días y los meses sin nada especial, pero no era así para Pepe y su mamá, pues el papá de éste estaba preso desde el mes de enero por “atentado contra las Instituciones Democráticas”; su pecado o delito era haber pertenecido a un sindicato durante los efímeros 10 años de la Revolución de Octubre y él prefirió quedarse en su país a sufrir la ignominia del exilio.

Así las cosas, la mamá de Pepe tuvo que dedicarse a lavar y planchar ropa ajena para poder subsistir y este patojo se convirtió en el “gerente de distribución”, pues era el responsable de efectuar las entregas de la ropa perfectamente lavada y planchada, labor que multiplicaba su tiempo, pues también era el responsable de visitar tres veces al día el Primer Cuerpo de la Policía para llevar los tres tiempos comida a su papá y por otro lado no descuidar los estudios, pues era el abanderado de la escuela.

El tiempo avanzaba y a pesar de que los abogados del Bufete Popular ponían atención especial al caso, fundamentalmente por el cariño que le habían tomado a Pepe, pues ellos ya eran clientes del lavado y planchado de ropa, cuyos ingresos eran abonados a cuenta de honorarios. El caso no avanzaba positivamente, terminó la época escolar en el mes de octubre y nuevamente Pepe fue el abanderado de la escuela por sus notas altas, pero sus días eran tristes, pues no había podido entregar a su papá las calificaciones.

El mes de octubre de ese año la prensa anunció un concurso para los niños que ya estaban de vacaciones; consistía en anotar los números de placas de una marca conocida de autos para determinar la presencia de esa marca en la ciudad. La labor de Pepe de “gerente de distribución de a pie” le permitió conocer prácticamente toda la capital y como ya no había compromiso escolar, después de entregar la comida en prisión, o de entregar ropa, se iba con su cuaderno en mano a recorrer todas las calles para apuntar los números de las placas de la marca de autos que indicaba el concurso. Por las noches verificaba que no hubiese duplicaciones con las apuntadas el día anterior y con la ayuda de una sumadora de mano con un rollo de papel que un vecino le prestaba, pasaba impresos en el rollo los números de placas ya depurados. Esta actividad permitió a Pepe olvidarse un poco del drama que vivían él y su mamá.

Finalizó el mes de noviembre y el 1 de diciembre los listados debían ser entregados en la oficina de distribución de los autos. Inmediatamente después de llevar el desayuno a su papá, Pepe se dirigió a entregar su listado debidamente ordenado en un rollo de sumadora y el encargado de recibirlo le dijo:

“Qué buena idea la tuya, patojo, no dejés de venir el 23 de diciembre en la tarde porque ese día se sabrá el resultado del concurso”. Pepe soñaba en ganarse aunque fuera un pequeño carrito o cualquier juguete, pues sabía que para esa Navidad no tendría acceso a manías o habas, mucho menos una manzana o un juguete; por lo tanto, deseaba con toda su imaginación de niño ganar algo en el concurso.

Corrían los días y no había esperanza de que su papá saliera de prisión y cuando pepe iba con su mamá al bufete la respuesta era siempre la misma:

“No se preocupe, señora, lo sacaremos antes de Navidad”. Pepe sufría, pues sería la primera Navidad de sus infantiles y puros diez años que no estaría papá en la casa.

Llegó el amanecer del 23 de diciembre de 1956 y muy de mañana fueron al bufete a implorar, a suplicar, que hicieran algo por sacar al papá de Pepe, pues durante muchos días éste no había probado calor humano y mucho menos el de su familia. El abogado tomó su maletín y con mucho cuidado se puso el dedo índice en la boca para indicar a la mamá que hiciera silencio y que se fuera directamente hacia el “primer toro”, como era conocida esa ergástula. Pepe iba extrañado por el silencio de todos y, al llegar a la prisión, el abogado se dirigió al jefe de policía:

–Estimado jefe, traigo la orden de libertad del señor Pepe Jara… —Pepe no muy entendía—.

–Licenciado, antes necesito revisar los papeles para ver si todo está en orden.

–Claro que sí, aquí los tiene. —mientras pasaban segundos que parecían años—.

–¡Todo está en orden, Sargento! —el clap del tronar de los tacones sonó a un eco muy fuerte—.

–¡¡¡Ese que le llaman Pepe Jara sale libre con todo y chamarras!!!

El triple abrazo padre, madre e hijo realmente indescriptible; lágrimas, besos, abrazos, risas, todo al unísono; no hubo tiempo para agradecer al abogado y se fueron en un solo abrazo, caminando, viendo la luz del día a su cuarto allá en el palomar. Para toda esta gente, que era como una gran familia, fue una agradable sorpresa ver entrar a los tres en un solo abrazo y alguien dijo:

–Yo pongo un peso para el ajuste de una pescuezuda.

–Yo estoy preparando un caldo y alcanza para todos — dijo doña Tomasa—.

–¡Yo pongo las tortillas!

–¡Yo pongo las aguas!

Y así, aquel 23 de diciembre fue una Navidad anticipada, más por el calor humano que por las pertenencias materiales. A eso de las tres de la tarde, doña Tomasa habló y dijo:

“Mirá Pepito, recordate que hoy dan el resultado de las placas.”

–Pero no sé si ir o no, porque como ya está mi papá aquí, creo que no quiero ir —dijo Pepe—.

–Andá m´hijo, de repente te ganaste algo.

Y así, Pepito se fue a averiguar el resultado del concurso. Llegar, entrar y preguntar.

–Disculpe, señor, quiero saber el resultado del concurso de las placas

–¿Cómo te llamás, patojo?

Pepe Jara

–¡¿Pepe Jara?! ¡Pero si vos te ganaste el primer premio!

–¡¡*gulp*!!

–El encargado de la distribuidora se emocionó con la cara de sorpresa e inocencia de Pepito—.

–¿Y no sabés cuál es el primer premio? —preguntó el encargado—.

No, no sé, tal vez un carrito. —respondió Pepito—.

–No, patojo, es una bicicleta.

–Bici…bici… ¡¿bicicleta?! ¡¿Yo?! ¡¿Para mí?!

–Sí, para vos. ¿Y qué te pasa? ¿No estás contento? —Preguntó el encargado con cara de angustia—.

–Sí, pero, ¿Cómo hago para llevarla a mi casa si no sé manejarla? Nunca he tenido una…

–No te preocupés, Pepito, yo te envío con todo y cycle a tu casa.

–Gracias, señor, y feliz Navidad para usted y todos sus hijos. —Al encargado de la distribuidora se le hizo un nudo en la garganta porque ese primer premio quedó en alguien a quien hizo feliz y eso sin saber todo el drama que vivió Pepito—.

–También a vos, Pepito, feliz Navidad y desde luego a tus papás. y, decime, ¿feliz por tu cycle?

–Sí, muy feliz porque me ayudará mucho.

–¿En qué te ayudará?

–En que cuando aprenda a montarla, entregaré más rápido la ropa que mi mamá lava y plancha…

El encargado ya no pudo articular palabra; el transporte de la distribuidora a su casa pareció un siglo y al llegar todo se convirtió en un manicomio. La felicidad de la libertad del papá, más la bicicleta que se ganó, ¿qué más podría pedir a la vida?

Así fue como Pepe tuvo la Navidad más feliz de su vida y, hoy, después de tantos años, la recuerda como su Navidad en bicicleta.

PRESENTACIÓN
Feliz Navidad

«No hay deber más perentorio que el de dar las gracias».
Cicerón.

Queremos agradecer desde este espacio del Diario La Hora, la fidelidad y la constancia por preferirnos como su lectura de fin de semana. Gracias por los consejos recibidos a través de su correspondencia, por su ánimo, acompañamiento y cercanía… nunca terminaremos de pagar la deuda con que expresan su cariño hacia nosotros.

En esta edición, a propósito de la fiesta del natalicio de Nuestro Señor Jesucristo, presentamos a usted dos textos para la ocasión, uno, «Navidad en bicicleta», escrito por José Ramón Mena Asaba, el otro, «Fábula de Navidad», de la pluma de Leonidas Letona Estrada. Creemos que estos cuentos están a tono con la celebración y representan los sentimientos de la época que vivimos.

Asimismo, desde el número anterior, hemos querido abrir el género epistolar, de la mano de la correspondencia amorosa de algunos personajes importantes del ámbito literario. Empezamos con Franz Kafka y Gustave Flaubert y continuaremos con Oscar Wilde, Lewis Carroll, Balzac, Ernest Hemingway… entre tantos otros. Conocer el alma humana de esos colosos de la escritura es una forma fantástica de apropiarnos de su producción literaria.

No queremos finalizar la presentación, sin agradecer a quienes han sido parte de estas páginas, particularmente a los colaboradores de esta edición, los ya mencionados y Miguel Flores y Adolfo Mazariegos. Para todos, la familia del Diario La Hora, les deseamos una muy Feliz Navidad y un Venturoso Año Nuevo. Muchas bendiciones para usted y su familia.

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