Miguel Flores
Doctor En Artes y Letras

La investigación documental, al igual que los experimentos, siempre lleva a descubrimientos inesperados. La búsqueda de información sobre el mural Nacionalidad Guatemalteca de Roberto González Goyri condujo a la tesis de graduación del arquitecto Ovidio Fernando Estrada Solares, egresado de la Universidad de San Carlos. Esta investigación es el registro y catalogación de los edificios de la Municipalidad de Guatemala y del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS). El reporte final de Estrada deja ver las graves alteraciones que distintas administraciones han realizado a estos dos edificios emblemáticos de la arquitectura moderna del país. Del edificio municipal da cuenta de los deterioros en muros y superficies a 59 años de inaugurado.

Entre toda la fundamentación que esta investigación presenta, se consigna el costo de construcción de este emblema del Centro Cívico: Q1 millón 288 mil 752.79, y en una tabla detalla los distintos rubros de gastos como mano de obra, materiales, ventanas y puertas, etc. Un dato, por demás interesante para el arte guatemalteco es el costo de los murales que quedó consignado así: murales interiores Q18 mil 980; murales exteriores Q3 mil.

¿Por qué es importante este dato?, porque deja entrever que cada uno de los murales realizados por Guillermo Grajeda Mena y Dagoberto Vásquez tuvieron un costo de Q1 mil 500 cada uno. Mientras que el realizado por Mérida, es seis veces mayor. ¿Cuestión de metros cuadrados?, ¿Asunto de materiales?, ¿Dificultad técnica? La diferencia de precios es a la larga un asunto relativo al grado de consagración que posee un creador. No tiene el mismo valor simbólico de un sacerdote de una parroquia y el obispo de una diócesis, tienen atributos diferentes que marca la distancia entre uno y otro.

Para 1958 fecha de la inauguración del edificio municipal el mundo de las artes visuales vivía una efervescencia que emanaba de la Escuela Nacional de Artes Plásticas y el retorno de los llamados becados por el gobierno de la Revolución. No hay registros de galerías de arte como instituciones donde fuere posible exponer los jóvenes artistas su trabajo.

Quienes han investigado sobre el Centro Cívico coinciden en la simbiosis que los arquitectos, Roberto Aycinena, Pelayo Llarena, Jorge Montes y Carlos Haeussler hicieron del arte visual y la arquitectura. Al respecto, el arquitecto Estrada expresó: “Los arquitectos Pelayo Llarena y Roberto Aycinena se unen a los maestros Dagoberto Vázquez y Guillermo Grajeda para darle vida a la concretización (sic) de una idea en la cual se integra la arquitectura con la plástica expresiva (sic), dando como resultado un discurso particular donde lo tangible como lo intangible se hace uno y añade a la narración de una historia que va de la mano de un proceso urbano evolutivo que transforma a la ciudad”. La integración arte-arquitectura fue el producto de la formación de todos estos arquitectos formados en la Universidad de Illinois y en la UNAM.

La formación en Estados Unidos y México correspondía a las tendencias modernas que ambas ciudades habían recibido gracias a la tradición arquitectónica recibida de inmigrantes antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Ambos profesionales, fueron los primeros en su género en conocer de arte en forma sistemática. Actuaron como curadores del trabajo artístico a integrar, bastaría con conocer sus colecciones privadas de arte, para verificar su vinculación con los artistas.

Puede reconocerse el desafío que Aycinena y Llarena enfrentaron al proponer la obra abstracta de Carlos Mérida para el interior de la Municipalidad o la nueva figuración planteada por Dagoberto Vásquez y Grajeda Mena. A la formación profesional de arquitectos y artistas, se suma la formación intelectual del alcalde de la época, Julio Obiols Gómez. El fin de una triada municipal visionaria como no se ha tenido otra vez, integrada por Martín Prado Vélez y Juan Luis Lizarralde. La Municipalidad de Guatemala tuvo profesionales altamente calificados en las ramas de ingeniería y urbanismo a lo que se suma una vinculación innata al mundo del arte de la ciudad, gracias a sus respectivas posiciones y relaciones sociales.

En el edificio municipal se conjugaron tanto la experiencia como las nuevas ideas. Por entonces, Aycinena contaba con un grado universitario en Economía y otro en Arquitectura con tan solo 41 años; Llarena tenía 34 años. Grajeda Mena contaba con 50 años y la experiencia de haber dirigido la Escuela de Artes Plásticas y participado como dirigente estudiantil. Dagoberto Vásquez contaba con 36 años al realizar el mural de la municipalidad. Por otro lado, Carlos Mérida tenía 67 años cuando diseñó y elaboró el mural del interior de edificio. Es evidente que para que hoy pueda apreciarse la obra integrada a la arquitectura de la municipalidad privó el interés y entendimiento de la vinculación del arte y la arquitectura del poder municipal de la época. Algo imposible de lograr hoy en día con una comuna politizada e ignorante de lo que es el arte.

La diferencia de los montos asignados es abismal. Claro que el precio de materiales (cemento expuesto y mosaico veneciano) difiere, un material fabricado en Guatemala y otro importado. Aun así, la diferencia es muy grande. Hay que tomar en cuenta que Mérida le fue encomendado dos murales del IGSS y luego intervenciones en el Banco de Guatemala y el Crédito Hipotecario Nacional.

En forma clara se hace evidente el nivel de consagración –reconocimiento– que poseía Mérida, con toda la obra muralista realizada en México y Estados Unidos, libros publicados y reconocimiento internacional. Fue una apuesta segura en términos profesionales, experiencia y un arte provocativo. La crítica de la época no hace una hermenéutica sus obras, solo mencionan sus antecedentes profesionales, lo que creó un aura a su alrededor que aún sus descendientes y galerías locales mantienen. Mientras tanto Dagoberto Vásquez y Guillermo Grajeda Mena, su camino de reconocimiento local duró más tiempo en consolidarse y lograr el reconocimiento.

Hoy en día, a la par de la consagración del carisma del ser artista reconocido en el plano simbólico está la consagración por parte del mercado. En el plano simbólico los indicadores son críticas de expertos, premios, publicaciones, reconocimientos por instituciones especializadas, exposiciones patrocinadas por museos o centros culturales. El reconocimiento del mercado, el indicador son las ventas, tanto locales como internacionales, un aspecto difícil de comprobar, dado la opacidad con lo que se manejan las transacciones del arte. En Guatemala solo existe un artista (residente en Guatemala) que ha logrado conjurar estos dos planos consagración, que se le reconoce local e internacionalmente y, además, vende en Guatemala, Estados Unidos y Francia.

Es evidente la carencia de acciones de reconocimiento al arte visual, por parte de la institucionalidad del arte, tanto pública como privada. Por ello, lo que se vende es asumido como lo mejor, algo que no siempre es así. Hay que investigar más para conocer los entre telones del éxito de un artista para tener una idea clara de la situación del arte actual en el país. Un propietario de galería decía que “el costo de una obra de arte es el que el cliente esté dispuesto a pagar”, una prueba de esto es el resultado de la última subasta de un Leonardo Da Vinci.

 

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