Carlos René García Escobar
Antropólogo. Escritor.

Luis Díaz se acerca inminentemente a los cincuenta años de labor creativa de orden artístico. Sobre su trabajo se han publicado numerosos escritos en los géneros de la crítica y la opinión periodística en las columnas de connotados y connotadas figuras de la crítica plástica y de la información mediática. Su primera exposición se realizó en 1964 en la ENAP y de allí en adelante se desarrolló eficazmente una carrera artística que le permitió obtener famosos y codiciados premios internacionales y nacionales en ambas ramas, la pintura y la escultura.

Su profesión en la arquitectura le llevó a engarzar perfectamente estas disciplinas creando armonías plásticas geométricas y abstractas, produciendo una definida identidad artística entre lo guatemalteco histórico e idiosincrásico con las corrientes contemporáneas del arte en lo internacional.

Debe anotarse para los anales históricos del arte guatemalteco que en 1964 fundó la Galería DS con Daniel Schaeffer, ubicándola en la Avenida Reforma. Fue el primer espacio que le otorgaría a los guatemaltecos situarse en primerísimos lugares de la escala nacional e internacional en cuanto a la producción plástica y en donde se expondrían sus primeras creaciones artísticas plásticas.

Los críticos y las páginas sociales y culturales de los medios nacionales en ese momento no tardarían en desplegarse en elogios y reflexiones profundas acerca de su producción plástica. Y de ahí en adelante Luis Díaz formaría parte importante del vanguardista y prolijo mundo del arte en Guatemala.

A poco de cumplir su cincuentenaria labor creativa en la historia contemporánea del arte en Guatemala es el caso de hablar de la obra que lo elevó a las alturas en la cima del arte nacional, Gucumatz. Y también de su libro autobiográfico: El Gucumatz en Persona.

En 1971, Luis Díaz se consagra obteniendo el primer premio de la Bienal de Sao Paulo, en Brasil, con esta magnífica obra en la cual llevó al arte conceptual la figura mítica del dios Gucumatz, en k’ikche’; Kukulkan, en maya; Quetzalcoatl, en náhuatl. Para los guatemaltecos, simplemente Gucumatz. Así lo confirmó Edith Recourat (+), critica plástica que para esa época escribía en El Imparcial.

Gucumatz no es solo el nombre, sino lo que significa en la unicidad universal del hombre y su permanencia eternal a través del símbolo de la esperanza futurista, por la que la serpiente terráquea y voladora se muerde la cola formando un círculo infinito, en el que quedan atrapados los habitantes de una tierra acuosa, montañosa, convulsiva e irredenta como la que ostenta a este su dios terreno, navegador y volador.

El caso es que Gucumatz, la serpiente que vuela, efectivamente voló con estela blanquiazul y se aposentó en Sao Paulo, Brasil, para darle a Guatemala, tierra de árboles viejos, el primer premio latinoamericano en su XI Bienal de Arte, la misma, de alcances sobradamente internacionales.

Y así tenemos ahora, cinco décadas después, un documento completo que no sólo nos refiere al Gucumatz en Persona, sino a toda una historiografía hemerográfica, fotográfica e ilustrativa de toda una dinámica, vital y vívida, de las relaciones de Luis Díaz con los creadores más insignes de la producción plástica guatemalteca de estas décadas.

Recortes de publicaciones periódicas cotidianas, semanales y mensuales, impresos, críticas, imágenes, entrevistas, catálogos y toda clase de información al respecto, encontramos en un volumen tamaño carta en papel blanco brillante de 346 páginas numeradas y profusamente ilustrado a color y en blanco y negro. Presenta todos los datos ordenados por año, imagen o texto, medio de publicación, autor(a), país, y fecha de publicación. De esta manera no hay cómo perderse. Los historiadores del arte tienen aquí una joya irrepetible, a no ser que alguien más haga lo suyo e imite este proceder técnico para hacer historia.

Según mi criterio, otra gran obra que consagra a Luis Díaz, es el trabajo titulado Atitlán Guatemala (1979, Galería El Túnel) que cubre las cuatro paredes de un ambiente y que el artista explica de la siguiente manera:

“Esta obra quiere ser un homenaje a la naturaleza: al suelo y al hombre de mi país. Con ella mi trabajo parece haber tomado un rumbo distinto. Ya no le encuentro sentido a plantear de la misma manera el tema de la violencia, que al espectador y a mí nos toca tan de cerca y cotidianamente, como contra partida de esa violencia, como reacción frente a sus cruentos resultados, busco aproximar al público a la vida y no a la muerte, a la afirmación y no a la negación, a lo intemporal y no a lo efímero, por eso escogí Atitlán. Sin embargo en la medida en que iba avanzando en mi obra, descubrí que el lago Atitlán se me revelaba cada vez más como una superficie gris metálica, como un mundo estéril, deshabitado, y me di cuenta, poco a poco, que también contra Atitlán –corazón de mi tierra- se viene ensañando la violencia: la locura de la industria, el monstruo de la contaminación. Quizás por ello mi trabajo, realizado con desechos de materiales utilizados en las artes gráficas, se torne una advertencia y, ojalá oportuno alerta. Debo agregar, antes de concluir, que esta obra lleva implícita la pretensión de un necesario retorno a la naturaleza, de un llamado al orden natural que supone la obediencia de sus leyes. Solo me resta contar que con este trabajo cumplo con una vieja promesa: un artista guatemalteco me pidió alguna vez que le hiciera una escultura sin volumen, y recuerdo que le respondí que prefería hacerle un lago sin agua”…

Un tercer trabajo de dimensión colosal, igual que los dos anteriores aquí citados, entre otros de igual calidad como GuateBalas, ganador de primer premio en la bienal del CSUCA en Costa Rica en 1971, es el Arte de Resistencia. Como dijo Cortázar, “De todos los fuegos, el fuego”. Esta es una exposición del fuego. Pero no en su condición de elemento destructor, sino en la de inspirador de ideas y de purificación.

Son fuego las expresiones más genuinas de los campesinos en todas las culturas cuando estas refieren a sus necesidades de sobrevivencia directa. Luis Díaz las expresa por medio de ese fuego: nosotros queremos justicia – nosotros queremos maíz – nosotros queremos frijol – nosotros queremos tierra – nosotros queremos paz. Aquí se resume una buena parte de la realidad nacional y no estamos hablando de un arte panfletario porque no lo es. Es sencillamente la interpretación abstracta de algo tan ingente que la sociedad guatemalteca y su gobierno no han podido resolver hasta hoy.

Queda preguntarse luego de cinco décadas de éxito, ¿Qué nos dirá Luis Díaz sobre la campante corrupción en el país? Parece una pregunta tonta de mi parte, pero creo que necesita una respuesta artística iluminadora que, los guatemaltecos conscientes, podemos ofrecer musicalmente, literariamente, dramáticamente, plásticamente, danzariamente, cinematográficamente, fotográficamente, ¿Qué sé yo?

Mientras tanto, ya nos dio una respuesta durante los cincuenta años reflejados en este libro: El Gucumatz en Persona.

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