Por Fernando Valdiviezo
Los seres humanos, al igual que varias otras especies animales, estamos programados, primero genéticamente y luego culturalmente, para obedecer. Desde el reflejo condicionado y no intencional del cerebro ante peligros o situaciones comprometidas hasta reacciones como el hambre y el sueño entre otras necesidades fisiológicas.
De ahí que la mente humana específicamente tiene ya de fábrica, las condiciones que le permiten, de acuerdo a programaciones y condicionamientos desarrollados durante largos períodos de tiempo, formar caracteres “propios“. Ejemplo de esto son los valores morales, las creencias religiosas, las escalas jerárquicas y varias otras condiciones. Así, miles y miles de generaciones de personas han pasado por la vida dando por hecho que vivieron, que sintieron, que tomaron decisiones, que asumieron riesgos y jamás se enteraron que solamente se limitaron a obedecer órdenes y punto. Actualmente, en este mundo globalizado y superficial, grandes corporaciones y súper poderes toman las decisiones al más alto nivel y así mismo, enormes masas humanas obedecen sin más, viviendo vidas que no son las suyas, disfrutando placeres inventados y superficiales y sufriendo dolores ajenos.
La llegada del internet que comienza con la comercialización masiva de la televisión, es el nuevo padre y madre de las generaciones más recientes de personas. El poder de decidir en un instante. El poder de comunicarse, el poder de ganar o perder sin ganar ni perder. Para esas jóvenes criaturas humanas ya no es necesario saber nada, mucho menos entender. Se vive hoy en un mundo automático que condiciona a los individuos a la pura reacción ante estímulos mayormente del tipo visual. El berrinche inmaduro es ya la toda justificación para el insaciable deseo de poseer.
Poseer maquinitas, jueguitos y contactos. Maquinitas para vernos y acariciarnos. Jueguitos para entretenernos y dormir despiertos. Y contactos, es decir, relaciones sociales a distancia sin compromiso, sin gesto y sobre todo, sin tacto. El acceso barato a la información de la moda y el look nos hace sentirnos quien no somos. Es tan fácil lucir como las personas que vemos en una pantalla. Ser como ellos, los modelos, los actores, los futbolistas, los políticos, los economistas de moda y una serie de nuevos referentes, nos hace sentir la falsa sensación de placer y poder. Placer por el estímulo del ego. Placer de sentir que ser alguien es fácil y que no es necesario el oficio ni el sacrificio.
Ante este fácil y condicionado panorama, la mesa está servida para quienes siendo políticos, religiosos, artistas, deportistas sólo decidan cuándo tomar su parte del pastel. Los partidos políticos y las iglesias principalmente, son quienes mejor han capitalizado esta condición acarreando océanos de seres humanos hacia el puerto que ellos estimen conveniente. Se derrocan gobiernos, se instalan nuevos. Se crean y veneran dioses y se olvidan antiguas deidades de acuerdo a programaciones convenidas.
Las marcas transnacionales de prendas deportivas no tienen ya dónde guardar tanto dinero. La creación de mega símbolos icónicos ha llevado en estos días, sobre todo en las sociedades asiáticas, africanas y latinoamericanas a una masiva adquisición de ropa que acerca y hace creer que se puede ser como réplicas de Ronaldo o la Kardashian. El mundo actual cada vez carece de menos esencia. Sus jóvenes están muy ocupados viéndose en la selfie, autoestimulando los genitales de su ego con la sensación barata de belleza y riqueza instantánea. Para ellos, los valores, las tradiciones y el contexto de su realidad son vanos. Cada vez la calidad y calidez humana son menores. Ya no importa en lo absoluto el ser. Lo que importa es parecer.
La gran interrogante es: en veinte años, ¿quién gobernará el mundo? O ¿cómo se gobernará a esas enormes masas humanas de mediana edad y acostumbradas a tener lo que se les da la gana sin merecerlo? Y peor aún ¿cómo educarán ellos a su descendencia? Y ahí es donde entra el poder del poder. La gigante mano que se oculta por detrás y que maneja los hilos a su conveniencia. En dos o tres décadas a lo sumo, la sociedad será una malformación humana cada vez más fácil de dirigir porque la clave de todo esto es la superficialidad. Un ser sin contenido es un objeto y nada más. Finalmente, el poder del poder reside en ejercer presión para crear seres sin esencia, y estos seres vacíos sólo son máquinas automáticas.
Sobre el autor
Fernando Valdiviezo (Guatemala, 1962) Licenciado en Artes Visuales con especialización en pintura por la Universidad de San Carlos de Guatemala (Usac). Desde 2004 es catedrático de dibujo en la Escuela Nacional de Artes Plásticas “Rafael Rodríguez Padilla”, (ENAP).
Asista a la inauguración
“Máquinas automáticas” de la serie Hablando en plata
Jueves 13 de julio de 2017 a partir de las 18:30 horas en la galería de arte Rocío Quiroa (11 calle 3-36, zona 10, ciudad de Guatemala). Cóctel, entrada libre.
Así, miles y miles de generaciones de personas han pasado por la vida dando por hecho que vivieron, que sintieron, que tomaron decisiones, que asumieron riesgos y jamás se enteraron que solamente se limitaron a obedecer órdenes y punto.