Por Jorge Ovalle Menéndez

Un hombre camina con una bolsa de comida para perros en la mano izquierda, es un pequeño paquete, como de cinco libras de peso; en la mano derecha lleva un gran paraguas negro que le protege de la lluvia que cae desde hace tres días con fuerza y abundantemente de forma vertical sobre las oscuras calles y avenidas del municipio, lluvia que se precipita en forma perpendicular, con ímpetu y copiosamente en todo el pueblo.

Bajo la tormenta, un individuo arranca su motocicleta, sale del parqueo de un comercio de muebles y, al hacerlo, al pasar cerca del hombre del gran paraguas negro y la comida para perros, casi lo atropella, por su forma de conducir torpe y sin control… Así, sigue avanzando, sin dominio y bruscamente, con unos bancos plásticos amarrados en la parrilla de su vehículo de dos ruedas, lo que le dificulta aún más su transitar por las calles y avenidas llenas de hoyos y de agua de lluvia, los cuales provocan un zigzagueo mayor de la moto conducida por el ya de por sí tosco e inepto piloto.

En su inhábil avanzar, por poco atropella a una joven que, para advertirle de su presencia, emite un suave silbido y salta presurosa a la pequeña banqueta, como todas las del pueblo, que está a su lado izquierdo, empujando con fuerza al hombre del paraguas negro, que por poco bota el paquete como de cinco libras de comida para perros. Éste sigue su camino sin ponerle atención al incidente y sin soltar el gran paraguas negro que le protege de la pertinaz lluvia, la joven del suave silbido, por el contrario, pegada a la pared, se queda echando pestes en contra del irrespetuoso e inútil de la motocicleta, que se va sin darse cuenta de lo que ha provocado y, evidentemente, sin disculparse.

Casi todos los comercios están cerrados, pero en una de las ventas callejeras, en una de las champas ubicadas al llegar al tope de la avenida, se escucha la estridente, ensordecedora y destemplada música de reggaetón que ofrece un comerciante, observándose colgados de delgados lazos cd´s y dvd´s piratas que en ese lugar, cerca del mercado, se venden hasta ya entrada la noche. Otra joven, empapada de pies a cabeza, ante un gran charco de agua de lluvia formado por la falta de desagües en el municipio, camina a media calle tratando de esquivarlo, intentando rodearlo, ante la descortesía, insolencia y vulgaridad de algunos pilotos de automóviles que le bocinan ruidosa y repetidamente, además de insultarla, sin tomar en cuenta que ella, por el estado del tiempo y las condiciones de las calles y banquetas del pueblo, no puede más que caminar en medio de las primeras, arriesgándose a tener un accidente.

El hombre de la comida para perros y del gran paraguas negro atraviesa la calle para evitar esa asquerosa poza de agua de lluvia, que siempre se forma en ese lugar y que se revuelve con el aceite de las chicharroneras que todos los días, de siete de la mañana a dos de la tarde, allí se establecen, con la suciedad que los inquilinos del mercado dejan cotidianamente, con el excremento de las cabras que, igual, por allí pasan día a día, pastoreadas por un educado y respetuoso hombre que a quienes encuentra a su paso saluda con una sonrisa y un buenos días y que ofrece la leche de estos animales a aquellos que les gusta dicha bebida.

El hombre del gran paraguas negro y la comida para perros atraviesa la calle sin percatarse que un vehículo se acerca velozmente en sentido contrario, bañándole con la inmunda agua del charco, cuando pasa cerca de él en su rápida carrera. No le da tiempo para reaccionar, ni para insultar al piloto, que indolente, insensible, indiferente, negligente, despreocupado, desatento, irrespetuoso y mal educado sigue su camino, protegido en la comodidad y bienestar de su vehículo, quizás escuchando la música que más le agrada, contestando su celular o tal vez enviando mensajes de texto, irresponsablemente, ajeno al mundo exterior a su automóvil.

Mojado y maloliente, sigue su camino, recordando románticamente, a pesar de todo, la escena de la película donde el actor Gene Kelly disfruta bailando tap bajo la lluvia. Luego, al caminar por un puente de piedra, ya cerca de la entrada a su colonia, recibe otro baño provocado por dos pilotos que pasan raudos, repentinos y violentos compitiendo irresponsablemente en la noche y en la calle casi desierta a esa hora, el policía municipal de tránsito se hace el desentendido y despreocupado finge protegerse bajo un exiguo y endeble árbol, uno de los dos o tres que han quedado en el sector, luego que el alcalde ordenara talarlos, cortarlos, con el pretexto de que iban a hacer banquetas a lo largo de ambos lados de la calle principal de la colonia, que ahora luce llena de baches, porque por ella transitan trailers, camiones, camionetas y toda clase de vehículos por órdenes de la autoridad del municipio, en el cual habita el hombre de la comida para perros y el gran paraguas negro, quien ahora dobla hacia la izquierda, se detiene frente a la puerta de su casa, saca el llavín de la bolsa de su pantalón, quita llave y entra.

Guatemala, 19 de junio de 2017, 00:39 horas y ya no llueve.

Mojado y maloliente, sigue su camino, recordando románticamente, a pesar de todo, la escena de la película donde el actor Gene Kelly disfruta bailando tap bajo la lluvia.

Artículo anteriorNormalizamos la corrupción
Artículo siguienteEsposa de Cosby ataca a juez y fiscales