Por Pablo Rangel

Hace más de 30 años decidimos venir a vivir con mi familia a la ciudad de Guatemala. Todavía recuerdo con bastante nitidez cómo se veían aquellas calles de la ciudad, incluso, había algunas que no habían sido asfaltadas, eran de tierra. Algunas viviendas no estaban terminadas de levantar después del terremoto de 1976. Calles de tierra y casas derruidas se mantuvieron así hasta la década de 1990.

Ahora pensar esas avenidas sin asfalto y sin tráfico pesado es de lo más extraño. Pero, en aquellos dorados tiempos eran los lugares predilectos para jugar y dejar correr los pasatiempos infantiles. Los carros pinchaban llanta seguido, así que uno de los trabajos que hacíamos para ganarnos un agua y una bolsa de ricitos era recoger los clavos, tachuelas y metales que encontrábamos entre la tierra.

En aquella época se veían cosas espantosas, aunque ahora parece que hay peores, para mí eran impactantes porque eran salvajes y descarnadas. Como la vez en que vimos con los niños de la cuadra a un hombre que huía con la camisa ensangrentada mientras unos policías corrían detrás de él. Cuando finalmente le dieron alcance (nosotros viendo toda la escena) el hombre levantó las manos y lo que llevaba en sus brazos cayó al piso: ¡Era la mano de una mujer con varios anillos de oro y pulseras! ¿Cómo le arrancó la mano a la mujer? Es algo que hasta hoy nunca entendimos.

También recuerdo la historia de una niña que jugaba con nosotros. Ella venía de Samayac, nos contó que en su casa sus tíos se habían batido a machetazos por un problema de tierras, ambos quedaron seriamente heridos y uno de ellos murió cuando el otro le dejó metido el machete a mitad de la cabeza. Eran cosas muy malas, muy sangrientas.

Por si eso fuera poco, varias veces vimos cosas sobrenaturales. En la misma cuadra que nosotros, vivía un hombre, que según decían, era brujo y tenía la capacidad de transformarse en perro, zopilote, rata y cualquier otro animal. Entraba en un trance bioquinético, se transformaba en un animal y se iba a atacar a las personas que le encargaban. Curiosamente, había gente que moría en la colonia presa de infecciones o de rabia por mordedura de algún animal. Nadie sabía si era obra del brujo o pura casualidad. Lo que sí vimos y recordamos impactados, incluso un niño quedó muy mal después, fue el momento en que el hombre fue ejecutado por otros que hasta ahora no sé si eran de este mundo o del otro.

Esa tarde, después de ver Mazinger Z, en una tele-radio blanco y negro que teníamos y alrededor de la cual nos reuníamos varios niños, salimos a jugar a la calle. Tocaba una buena chamusca pues los grandes, que eran trabajadores en los talleres de mecánica ya se habían ido a sus casas. Estábamos jugando cuando vimos un bulto que se movía a un lado de la calle. Todos pensamos que era un perro o algo parecido que estaba caminando a escondidas pues ya empezaba a caer la noche. Después apareció otro bulto parecido y nos dimos la misma explicación.

Seguimos jugando pelota cuando de pronto se escucharon unos gritos que pedían auxilio en la casa del hombre que les mencioné. Los patojos éramos shutes -como decían las viejitas- y nos acercamos a ver, hasta dejamos la pelota de plástico a media calle. Los alaridos se hacían cada vez más desgarradores a medida que nos acercábamos a la puerta. De repente se oyó un rugido como el de un león, como los de la Aurora (recuerdo que acababa de haber ido al zoológico) y unos golpes sobre algo. Los gritos seguían, hasta que vimos al hombre que se transformaba en animales salir corriendo lleno de sangre. Desde arriba del techo de su casa voló una silueta oscura como un jabalí gigante. De la sombra salían unas garras que lastimaban al hombre. El otro bulto corrió por la tierra y se puso frente a él, se le lanzó a la cabeza, el hombre gritaba ¡No, por favor!

Finalmente cayó de rodillas y una de estas entidades se le metió por la boca, no cabía, pero empezó a partirle la mandíbula y garganta, el hombre hacía unas caras espantosas hasta que la sombra se metió dentro de él. Se escuchaba que algo dentro de él regurgitaba hasta que vomitó uno a uno los órganos vitales. El corazón, los pulmones, el estómago, los intestinos, todo quedó regado junto a la pelota. El tórax se le partió a la mitad y de dentro salió una de las sombras. Cuando estos dos seres infernales estaban cerca, se unieron uno con el otro y formaron un torbellino que desapareció. Todos estábamos petrificados, era demasiado lo que habíamos visto.

A los minutos llegaron los bomberos y ya no se llevaron al hombre que quedó tendido sobre la tierra. Llegaron varias patrullas, los policías aún vestían unos uniformes de camisa celeste y pantalón azul, unos cinchos blancos con balas y revólveres.

La madera de las casas de la cuadra quedó tronando toda la noche, parecía que alguien tocaba las puertas, los muebles, los tapancos. Después de eso nuestros papás no nos dejaron salir por varios meses, todos nos negábamos a pasar por ahí. Un domingo, la procesión de Corpus Cristi pasó por la calle y los vecinos pidieron al padre que bendijera el lugar, así lo hizo. A la semana empezó el proceso de medición y excavación para asfaltar la calle, nuestra sorpresa fue inmensa cuando encontraron cientos de frascos, con pelos, fotos y pedazos de ropa del hombre enterrados frente a su antigua casa. Supimos después que varios brujos de Boca del Monte se habían unido para enviar a los entes infernales que acabaron con la vida del brujo de la cuadra.


Pablo Rangel (Ciudad de Guatemala, 1975). Su infancia y adolescencia fueron cercanas al gnosticismo, esoterismo y magia. Desde 1997 se formó en las Ciencias Sociales en la Usac, Noruega y FLACSO. Se dedica a la docencia y escribe desde análisis políticos hasta pequeñas historias de terror y medicina natural.

En aquella época se veían cosas espantosas, aunque ahora parece que hay peores, para mí eran impactantes porque eran salvajes y descarnadas.

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