Por Ivonne Monterroso

Tenía ratos de no ir a ver una obra. Acostumbro ir a las salas de teatro cuando hay conciertos sinfónicos, presentaciones de danza clásica, incluso cuando proyectan una que otra película de algún director guatemalteco, pero habían pasado años desde la última puesta en escena que vi.

Recuerdo que cuando tenía unos cinco veranos encima, fui a ver Blancanieves, probablemente en el Teatro Abril. Con el paso del tiempo, las obras eran cada vez menos infantiles. Del colegio nos llevaban al Centro Cultural Miguel Ángel Asturias cada tanto, una vez al año si nos iba bien, siempre por parte de la clase de literatura o comunicación y lenguaje como la conocimos antes. Cada una de estas salidas era una odisea para los pobres profesores a cargo de un generoso y bullicioso grupo de adolescentes indisciplinados, casi un espectáculo circense.

El desorden y el flirteo de algunos chicos con otras chicas de grados menores era tema de conversación en los buses, donde nos metían cuales sardinas, alternados por grado y sección, y siempre vigilados por nuestro maestro guía. Algunos al bajar aprovechábamos para comprar chucherías, una gaseosa o poporopos, había otros más rex que siempre se topaban a más de algún chiclero y compraban unos cigarros para fumarlos y rolárselos entre varios en cualquier descuido del profe. Era un caos. Unos perdían su tique, otros se quedaban en los baños, etc. Sin embargo, una vez dentro de la sala, todos nos quedábamos quietos, sin hacer ningún ruido. Al empezar la obra, no podíamos poner atención a algo que no fuera para comentar sobre los personajes, su vestuario, su maquillaje o un poco de la trama de la misma. Sin duda, ir al teatro nos gustaba y aún más si nos sentíamos identificados con alguno de los personajes.

Pasaron los años y las idas al teatro disminuyeron considerablemente al punto de extinguirse. Hace unos días, un amigo me habló sobre el arranque del XI Festival Nacional de Teatro y la posibilidad de asistir. Inmediatamente le dije que sí. Aparecimos una calurosa noche de viernes en fin de mes en el Teatro de Cámara “Hugo Carrillo” del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias.

Los espejos y luces de la entrada, con sus formas llamativas y singulares no pasan desapercibidas a los ojos curiosos que buscan sus boletos en la taquilla. Al momento de tener mi entrada en la mano me emociono, como siempre me pasa antes de un evento. Una señora nos lleva a nuestros asientos, lejos del escenario. Estos no nos convencen, así que decidimos escabullirnos a primera fila, la sala no estaba muy llena así que teníamos que aprovechar. Ese momento me trajo recuerdos de secundaria, cuando nos poníamos a buscar con varias amigas un asiento cercano al escenario para ver a los actores guapos de las obras.

Mientras todos iban acomodándose, se enciende el proyector y comienzan a aparecer imágenes de una mujer en la pantalla, se notaba que las fotografías eran de finales de los años setenta y principio de los ochenta. Un joven espigado que estaba en la entrada recibiendo a los espectadores, sube al escenario a dar la bienvenida e invita al Viceministro de Cultura Y Deportes, el señorón sube y saluda de una forma cordial. Menciona cómo inició su carrera y también sus experiencias en el teatro como actor hace ya algunos años, a todas las personas, escritores, directores, productores, actores y actrices que conoció en todo ese tiempo. El Viceministro recalca la importancia del teatro y cómo debe considerársele un elemento cultural de transmisión de conocimiento, historia, pero sobre todo arte.

En una esquina del escenario están instaladas dos sillas bastante altas, iluminadas por un reflector donde un joven de cabello largo agarrado en una cola, anteojos y camisa de cuadros se posiciona. El muchacho hace un recorrido por la trayectoria de la homenajeada en esta edición del festival, la actriz guatemalteca Margarita Kenefic. Mientras escuchamos, las fotografías siguen desplegándose y mostrándonos a una mujer joven con diversos vestuarios, montando obras sobre distintos escenarios; desde una sala de teatro formal hasta un pequeño teatro improvisado en alguna aldea del interior del país.

Una mujer que se percibe apasionada por lo que hace, yo la siento comprometida con su público y con sus compañeros de escena. El chico continúa el monólogo describiendo la larga trayectoria de la artista, de los colectivos a los que perteneció, de los que fue creando junto a otros compañeros actores y el impacto que causaban las compañías de teatro en aquel entonces, pues se les veía como otra forma de hacer denuncia y exteriorizar a los personajes o nombres que resonaban en aquellos tiempos sangrientos.

Minutos después invitan a Margarita a subir al escenario, todos aplauden. De la oscuridad del público sale una mujer con cabellos largos platinados, vestimenta holgada y cómoda al igual que sus zapatillas, ella saluda al muchacho y toma asiento a su lado. Inmediatamente comienza un intercambio de ideas, él lanza las interrogantes y ella nos narra su experiencia como actriz en Guatemala durante todo ese tiempo, desde sus primeras incursiones, su trabajo al lado del legendario Hugo Carrillo, el compromiso que mantiene con el país y el sabor del exilio.

Margarita menciona cómo el teatro ha sido parte elemental en su vida, a la mayoría de sus amigos los conoció sobre las tablas, compartiendo, ensayando, actuando y cheleando. Dice que ha estado por mucho tiempo en ese círculo porque le gusta, siempre le ha gustado la idea de tomar un personaje de un libreto y apropiarse de él, tener las mismas reacciones, los mismos gestos. Su intervención fue muy enriquecedora, recuerda el sentimiento de fraternidad con todos sus compañeros, con los que comparte más allá de los escenarios, también en reuniones de amigos y viajes improvisados después de alguna gira, de los que seguro tiene muchas anécdotas. El tiempo fue un punto en contra, pues había mucho más que escuchar, pero también debían presentarse los demás artistas que estaban tras telones.

Poco después tiene lugar un interludio compuesto por una breve actuación donde intervienen dos actores y dos actrices, todos con una vestimenta casual. Los cuatro le dan vida a fragmentos de libretos en donde tuvo alguna participación Kenefic en sus años mozos.

Acto seguido se presenta la obra principal que nos ha congregado esa noche, La Caminata, a cargo de dos compañías de teatro, Strollad La Obra desde Bretaña/Francia y Andamio Teatro Raro representando a Guatemala. El telón se corre y aparecen los personajes cantando en francés, caminando en círculo y cargando parte de su utilería.

Los diálogos no son todos en español, hay fragmentos en francés, lo que hace más difícil poder entender la trama, sin embargo, gracias al despliegue gestual y corporal de los artistas se podía asimilar el contexto sin la ayuda del diálogo. Justo eso mencionaba Margarita en una de sus intervenciones, “lo mágico de un actor es que puede dar a entender algo mediante los gestos y emociones que expresa, no precisa de la oralidad para que su actuación sea comprensible”.

El público en la sala es diverso, hay desde jóvenes hasta adultos mayores. Muchos tenían toda su atención puesta en lo que sucedía y otros no tanto, tal vez por el cambio de idioma de español al francés y luego un poco de inglés con el que transcurría la obra. Los minutos pasaban, el suspenso y la incertidumbre seguían incrementándose, nos sentíamos dentro de un campo de concentración junto a los personajes, la iluminación cambiaba de golpe y el ritmo también; se notaba el miedo en los ojos de los actores, ellos no podían creer la situación que estaban viviendo, otros seres humanos no muy lejos del pueblo en donde “estábamos situados” eran tratados cruelmente y exterminados. Todo se volvía tan real, tan vívido y triste que causaba en cierto modo una impotencia en nosotros al ver lo que sucedía. Los colores de las luces le daban un toque dramático a sus rostros que dejaban correr algunas gotas de sudor en las frentes, mostrando así el empeño y esfuerzo que le ponían a su interpretación. Esa era la magia que estaba buscando, algo distinto en medio de la rutina diaria que me dejó en qué pensar el resto de la semana.

Las adaptaciones de situaciones reales para ser presentadas en un escenario son impresionantes, pues se sienten más cercanas, casi como sentir el sabor de boca amargo ante un momento de tensión o tristeza, al igual que sentir emoción o alegría, risa o llanto, dependiendo de las circunstancias.

Sin duda, existe una diferencia abismal entre ir al cine y asistir al teatro, los efectos de cine le quitan cierto sentido a lo que acontece, no se interactúa con los actores, sólo se les ve, en cambio el teatro ofrece otro tipo de mística. Las miradas fijas buscando respuestas en la oscuridad del público, las preguntas que realizan y que queremos contestar de una manera inmediata, toda esa experiencia es diferente en cada presentación y nunca se sabe a ciencia cierta qué pasará, esto motiva a querer seguir yendo, a pagar por ver un drama en vivo, vale la pena dejar de gastar en una oferta de chela para ir a sentarse un momento en una butaca y observar algo que puede llegar a cambiar tu percepción sobre realidades y situaciones que antes considerabas incuestionables.

Ivonne Monterroso. (Guatemala 1994 – …) Morena de ojos grandes, melómana, “tía cosa” por las noches, cantante de ducha, inquieta por naturaleza, astral nebulosa, soñadora y amante de todo.

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