Por Omar Calvillo
Los barrios del centro tienen alma, tienen vida;
y el barrio recoleto la tiene en demasía;
tiene también una vasta memoria colectiva,
donde se apilan los recuerdos, párvulos y añejos.
La tradición es su bandera y sus calles son crisol
que funde a todos en una fragua de devoción.
Barrio de longeva espiritualidad franciscana,
en medio de vetustas arboledas de sauces llorones,
donde el estío se refresca en una pileta.
Tardes cansinas, largas pláticas de abuelos,
mientras las abuelas bordan con mimo y primor
la trama y la urdimbre de nombre: La Recolección.
En el barrio, previo a iniciar la Semana Santa,
se vive expectante y con recogimiento un triduo,
que inicia al atardecer del Viernes de Dolores
y que concluye al alba del Domingo de Ramos,
cuando los vecinos, se alborozan y se embelesan
ante una silueta divina, profunda y serena.
Se adornan las puertas con cortinajes cárdenos,
de las rejas penden estaticias, coralillos;
las voces se afinan, se disfrutan golosinas,
aquel mismo algodón rosicler de tantos lustros.
Manos pringadas por la tintura del aserrín.
Todo un sinfín de faenas dadas en oblación.
La imagen del mismo Jesús, aquel que obró portentos,
transita por callecitas derramando consuelo;
manos apacibles pese a los tensos tendones;
cirio que en “La Floresta” se fracciona en mil velitas.
Tu templo rebasa sus muros, tu templo es tu barrio,
tu barrio es la oveja a quien cuidas en tu camarín.
Del barrio aquel ya no soy huésped, soy peregrino,
lo visito para nutrirme de vitalidad
y desde un balcón de recuerdos veo su cúpula,
escucho a “Los Penitentes”, las marchas de Fray Miguel,
el mazo y la gubia del taller de don Huberto,
porque soy recoleto, tengo alma de callejón.
Omar Calvillo. Artista y arquitecto guatemalteco. Con pleno interés desde temprana edad en temas de estética orientó su vocación a formarse académicamente como arquitecto en la Universidad de San Carlos de Guatemala y en forma autodidacta como pintor.