Por Adolfo Mazariegos

–¿Por qué quiere suicidarse?– Le pregunté al hombre de saco a cuadros y corbata roja que estaba a punto de lanzarse del puente. Llevaba un bigotito ralo y castaño recortado con esmero. Era menudo y enjuto, y al final de unas gafas que parecían fondos de botella de champaña barata, sus ojillos asomaban claros y aguados, como dos huevecillos de rana en un estanque.

–No lo entendería– me respondió. Suspiró sonoramente y, después de parecer que meditaba por un instante, se sentó en la orilla de aquel enorme barandal de concreto, lanzando de vez en cuando pequeños escupitajos al vacío.

–Si quiere, puede contarme –ofrecí.

Me observó de reojo. Esperó un momento y empezó a hablar.

–Me llamo Antonio Pérez –dijo–, trabajo de lunes a sábado, de ocho a cinco, en una oficina de contabilidad que está cerca del centro. Suelo usar saco y corbata todos los días, me gusta estar elegante (como puede apreciar), aunque mi cubículo en la oficina esté al fondo del local y allí nadie me vea…

–¡Ah! Ya entiendo –aseveré, interrumpiéndole–, ¡tiene problemas en el trabajo! Eso nos pasa a muchos. Créame, sé a qué se refiere.
Traté de aparentar que conocía al dedillo ese tipo de situaciones.

–No! No es eso –espetó, con brusquedad–, aunque cueste creerlo, y aunque sea un asunto que a lo mejor le provoque risa, el problema es mi nombre. Llamarme como me llamo es algo que me ha ocasionado algunas situaciones desagradables a lo largo de mi vida, situaciones que, aunque no han pasado a más, no han dejado de ser…, digamos…, incómodas para mí. Usted me entiende.

–Pues…, honestamente no, no le entiendo, pero a lo mejor…

–Es muy sencillo –me interrumpió ahora él–, vea: ya le dije que me llamo Antonio Pérez ¿verdad? Desde la escuela primaria, los demás niños no dejaban de hacerme bromas como: “eres Pérez y Pérez serás”… Sí, ya sé que dicho así, probablemente no parezca algo de importancia, pero para un niño de siete u ocho años, que era la edad que yo tenía entonces, resulta confuso escuchar algo que suena como a “perecerás”, ¿verdad que suena extraño? Y situaciones similares le puedo contar muchas más. Como cuando entré en la secundaria: uno de los profesores, no sé por qué, tenía la manía de llamar a los estudiantes únicamente por su primer apellido y la inicial de su primer nombre, así: “Sabines, G.”, (por ejemplo). La G podría haber sido de Gonzalo, Gustavo, Gabriela, qué sé yo. Pero cuando me llamaba a mí, todos reían y hacían chiste repitiendo: “Pérez A”, que a mí me sonaba como a “pereza”. ¿Ve usted?, “pe-re-za”. En una ocasión (recientemente), me sentí un poco enfermo y quise ir a que me viera un médico. Solicité permiso en el trabajo y llené la boleta correspondiente. Debía anotar mi nombre y algunos datos para justificar mi ausencia. La boleta estaba dividida en columnas: en la primera debía anotar mi nombre, en la segunda, el objeto del permiso, en la tercera, las horas en que estaría fuera, y así sucesivamente hasta completar la boleta. Se la entregué a la secretaria y ésta leyó velozmente y en voz alta (sin los encabezados que la boleta tenía), lo que yo acababa de escribir: “Antonio Pérez, cita, de diez a doce”. Sentí las miradas de los demás compañeros de trabajo que, asomando las cabezas por encima de las divisiones de cada cubículo, no pudieron evitar esbozar sonrisas sarcásticas. Tanto ellos como yo escuchamos “Antonio perecita”. ¿Se da cuenta?, pe-re-ci-ta, ¿tengo razón, verdad?… Por eso es que voy a suicidarme, ya no soporto tanta burla por causa de mi nombre…
Lo observé, sonriente y compasivo antes de volver a hablar.

–¡Amigo mío! –Dije finalmente–, si usted tuviera razón, yo también tendría que lanzarme desde este puente, tal vez habría espacio para los dos, incluso allá abajo. Mi nombre es Armando Pérez, “Pérez A.” como usted, ¿lo ve?, pero, ¿sabe?, la verdad es que a mí…, a mí me da pereza suicidarme.

*El editor de este suplemento, en un acto intempestivo de autoritarismo, cambió el nombre del presente relato (titulado originalmente como “Pérez A.”) sin mayor explicación. Este cuento fue incluido en la antología de cuento breve “Pereza” publicado por Editorial Benma, México

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