Por Julia Silvestre

En los últimos cinco años, los 8 de marzo me llevan a una especie de ritual que envuelve el día en un aire de fiesta y lavanda. Me gusta salir a la calle y sentirme segura mientras camino. Hay algo en esta fecha que me hace sonreír y ver mucho mejor los colores que invaden la zona uno.

Mis ojos se inundan del violeta que llevan las mujeres combativas, del multicolor de los güipiles que portan las mujeres mayas, de las sombrillas arcoíris del movimiento de la diversidad sexual, del carmesí de los claveles que levantan las compas y que colocan en relieve la memoria compartida, así honramos a nuestras mártires violentadas sexualmente durante la guerra.

Me gusta pensar que hoy hay un vínculo que florece entre todas nosotras, encuentro una complicidad envuelta entre risas y cantos cuando volteo a ver a una comadre marchando. A lo largo de la sexta avenida encuentro un espíritu de lucha, de amor y reivindicación.

Veo mi teléfono y los mensajes de agasajo comienzan a llegar: “feliz día de la mujer, hermosa”, “por la bendición de ser mujer, feliz día” y mamarrachadas así mientras observo a las oficinistas con sus rosas rojas, dulces y chocolates; afuera de la marcha el sentimiento cambia y se convierte en un acontecimiento mercantil que viene a hablarnos de la belleza de ser femenina, de tener un día para nosotras donde podamos sentirnos especiales, donde por un día nos sintamos contentas de que nos agasajen y se nos reconozca, aunque sea con dulces y rosas, que valemos por bonitas, por luchonas y por aguantadoras.

No necesitamos que alguien nos valore, o pensar que existe un día para nosotras. Somos personas con un legado de mujeres fuertes que han cambiado el mundo, pero eso no nos lo cuentan para que sigamos conformándonos con obsequios y nimiedades.

Nos conformamos con la ilusión de ser agasajadas por femeninas y nos da miedo pensar que el día de los chocolates y flores es en realidad una jornada de lucha, un día para decir “¡Nos están matando!”, tenemos miedo de gritar esa ansiedad que nos carcome cada día cuando salimos a la calle y no tenemos la certeza de saber si vamos a regresar a nuestros hogares a salvo o bien, el temor de que en nuestras casas nos griten, nos peguen.

Preferimos pensar sobre las mujeres que hoy son asesinadas que “ellas tuvieron la culpa porque saber en qué andaban metidas”, es mejor eso, a reconocer que en este país los asesinatos son cometidos solo por el hecho de ser mujer, y eso es condición suficiente para torturarnos, violarnos y asesinarnos. No hay que estar metida en nada, los gritos de nuestras vecinas siendo golpeadas todas las noches nos lo confirman.

A veces es mejor hacer oídos sordos a lo que sucede alrededor porque duele y en muchas ocasiones nos conformarnos con lo que se nos da porque al final de cuentas tan bonito que es recibir dulcitos un día cualquiera porque después de eso la realidad no es tan amable. Podemos callar las inquietudes aduciendo que no nos pasa, que no nos sentimos violentadas, obviando descaradamente que como población somos más de la mitad del país y que por lo tanto la empatía con la realidad de nuestras vecinas, de nuestras tías, primas, amigas, con las desconocidas de la ciudad y de los pueblos es algo que nos compete como grupo poblacional, como género, como seres humanas.

El 8 de marzo es un día de alegre lucha porque no se puede avanzar si no lo hacemos desde el corazón, desde la fuerza que motiva la alegría de una mujer que camina segura y acuerpada por las mujeres que ya no están, por las que luchan ahora y por las que seguirán alzando la voz por nuestra dignidad de ser humanas.

…la alegría de una mujer que camina segura y acuerpada por las mujeres que ya no están, por las que luchan ahora y por las que seguirán alzando la voz por nuestra dignidad de ser humanas.


Julia Silvestre (Guatemala, 1989) Socióloga y feminista con raíces santarrosenses y quichelenses, pero citadina al final de cuentas. Sobreviviente del salvajismo de los taxistas. Con su bicicleta se siente la dueña de las calles.

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