Por Junio Jocol
El 10 de febrero fui contratado para tocar en el restaurante y cantina Mi Verapaz. Jonathan Salazar fue quien se encargó de contactarme y ofrecerme el toque, como recién regresábamos de una gira por Centroamérica, ofrecí llevar a algún miembro de la «Caravana», así que por esta razón Diego Zarat se encargó de abrir la noche, (si querés empiezo yo porque ahorita no están tan bolos, y ya después vos los agarrás más alegres, me dijo).
Acepté este toque por dos razones: la primera porque Jonathan me invitó y pensé que eran actividades de La Hora o de Barrancópolis y resulta que según yo, esos son los medios más importantes para la escena artística y cultural hoy por hoy en Guatemala, así es mi estimado lector, talvez pensará que me estoy pasando de culebra o que quiero quedar bien con Salazar, pero aunque no me crean, considero que el trabajo que ha hecho desde que se hizo cargo de la sección cultural de esos medios, ha venido apenas a saciar un poquito el inmenso apetito y necesidad de exposición y cobertura que necesitan todos los gremios artísticos del país. Claro que no alcanzan los patojos de esos dos pequeños medios a cubrir la increíble cantidad de viejos y nuevos artistas que hay por estas tierras, pero como ellos mismos dicen es lo que hay.
La segunda razón por la que acepté, es porque me gusta la cantina Mi Verapaz, ya hace unos años hice una minigira en El Río Perla y en Shai-wa, el tipo de lugares a donde migraron los antes habitantes de Las cien puertas, lugar que se hizo famoso por volverse el punto de encuentro de artistas, bolemios e intelectuales del Centro Histórico, que fueron espantados por los nuevos inquilinos del famoso pasaje y sus clientes ávidos de reguetón.
Pertenezco a ese selecto gremio de bolemios. El otro día fuimos a invadir las rockolas de estos lugares donde antes no paraban de sonar Los Bukis, Los Temerarios, don José Alfredo Jiménez y Chente Fernández, ahora de repente empiezan a sonar los Doors, los Beatles, el finado Cerati y Calle 13. De vez en cuando aparecía un mix de 13 minutos de Bronco (que yo ponía para joderles el repertorio a los jípsteres, jejeje) y convivíamos con las ofertas de litros y los baños insalubres de dichos lugares accesibles al bolsillo adelgazado de la economía artistera de esta ciudad.
Pues bueno, volviendo al toque: regularmente no me gusta tocar en bares o restaurantes, quizá ustedes no lo sepan pero eso de tocar para bolos no es muy alegre, menos si uno esta sobrio. Cuesta mucho sosegar al ego cuando estás sobre un escenario y las voces, carcajadas y botellas suenan más que tu guitarra y vos. Conociendo dicha situación a través de experiencias anteriores, me dispuse a entrarle al asunto, quizá envalentonado por ir acompañado de Diego que en el viaje resultó ser un gran brócoli y compañero ideal para hacer música.
Como dije antes, él quiso empezar y justo pasó que el público fue bastante indiferente. En su mayoría la audiencia estaba compuesta por chavos millenials que les dicen; apenas se enteraron de alguna canción de Diego, pero empezó a pasar lo interesante del asunto. En primera fila había una mesa de Baby Boomers (mara rascando los 50 primeros añitos de juventud), ellos estaban extasiados poniéndole atención a todas y cada una de las palabras, notas, comas y acordes de aquél, y canción tras canción aplaudían, chiflaban y gritaban una y otra vez, ¡Increíble!, no puede ser, sos lo mejor. A un lado del escenario estábamos Diego Josué Zarat Cosajay (Papá de «Dieguito»), Sergio Briones, Pancho y su servilleta, todos músicos y «orgullosos» miembros de la disque llamada Generación X, maravillados por la capacidad musical y la alta poesía del susodicho patojo de 20 años y además por la increíble conexión de su música con gente 30 años mayor que él.
Llegó mi turno y debo confesar que estaba un cacho ahuevado; subirme después de ese muchacho que toca y escribe al nivel de Silvio Rodríguez no es fácil, y menos si no pasás de tres acordes y canciones tan simples como las que yo me echo. Ni modo, a sacar el pecho y hacer como que si uno fuera bueno, además con trampa porque aprovechando el talento del patojo pues le pedí que se quedara a ejecutar conmigo todo el toque (jejeje un poquito explotador que soy, así mis canciones ya sonaron mucho más llenas y bonitas). La gran sorpresa fue que las juventudes jípsteres milenoides pusieron atención a mis canciones… bueno, así lo sentí o lo quise ver. Por ahí andaban un par de amigos que hasta me coreaban las rolas. Me hicieron vivir una bonita velada y sentirme reconciliado con la idea de tocar en este tipo de espacios que parecieran no ser los más adecuados para el recital que este intento de cantautor sueña, pero que en determinado momento y bajo ciertas circunstancias puede aguantar y hasta funcionar.
Los Baby Boomers fueron maravillados por el increíble talento de un imberbe de 20 años que los transportó a uno de los mejores conciertos de su vida reciente. Los millenials me regalaron un rato su atención y me hicieron reconciliarme con la idea de tocar frente a todo tipo de público y en cualquier lugar. Mis colegas de la Generación X, fueron testigos de este maravilloso encuentro intergeneracional y de mi particular FIRMA DE LA PAZ en este undergroúnico y renovado lugar que al parecer escribirá las nuevas páginas de la historia artística en la capital iberoamericana del asesinato de usuarios del transporte público.
Mi Verapaz supo mezclar en sus paredes lo nuevo con lo viejo, remodelar su ambiente sin desechar todos los años que carga de historia y ahora empieza a abrazar a la escena artística que busca espacios donde florecer. El desfile ya empezó: Alejandro Arriaza, Carlos Lucero, Diego Zarat, Tony Delgado, Marlon Valenzuela, Lu Van Blues, quien escribe, y seguramente muchísimos más músicos, poetas, actores, bolemios, pintores, políticos, charas, y demás flora y fauna del Centro Histórico sedienta de tertulias llenas de ocio y cerveza. ¡¡¡AHÍ NOS VEMOS EN MI VERAPAZ!!!
Mi Verapaz supo mezclar en sus paredes lo nuevo con lo viejo, remodelar su ambiente sin desechar todos los años que carga de historia y ahora empieza a abrazar a la escena artística que busca espacios donde florecer.
Junio Jocol. Dice mi hermana mayor que me recogieron del basurero de la zona 3 de Jocoltenango allá por mil novecientos no quiero acordarme, como no tenía nariz, según me contó mi tía, me llevaron donde el carnicero de la esquina a que me pusiera un pedacito de salchicha y así nadie se diera cuenta. Desde pequeño soñaba con ser como Pedro Infante, cantante famoso, pero como ya no hay disqueras y se pasaron los años, me tiré a las calles a cantar historias de camioneta y vagancia por el mundo.