Pilar Gutiérrez
29 de diciembre de 1996. Tengo 17 años y dos buenas razones para sentirme plena: estoy enamorada y hoy termina la guerra en el país de la tristeza. Vine al Parque Central para observar los rostros de los orejas, los guerrilleros, la gente bien y la gente común. He venido también para reunirme con mi amor, el poeta L.
Muchos orejas están aquí para vigilarnos. Hoy su rostro está más gris que de costumbre, quizás porque ven en la paz una amenaza. También hay muchos guerrilleros que intentan camuflarse, pero los traiciona la emoción, el miedo y el cansancio. Por suerte, hay poca “gente bien” y es que a ellos el parque les da asco. La gente común camina con cara de pendeja. Quieren hacernos creer que no saben de ejército, de guerrilla, de horror, de amor, ni de nada. Están acostumbrados a fingir ignorancia, desinterés, neutralidad.
Observo a todas estas personas, pero en realidad pienso en el amor. Son las cinco en punto y estoy parada en la Catedral esperando al poeta L. Quiero ver su rostro de gitano triste, tomar sus manos huesudas y soltarle un beso alegre. El poeta L. llega con cinco minutos de retraso. Trae los ojos perdidos y un aliento a alcohol tan rancio como para agriarle el humor a cualquiera. Le suelto mi plan para la tarde-noche: vemos la ceremonia, aplaudimos, lloramos, pedimos a los duendes un mejor futuro para el país de la tristeza y… nos vamos a un motel.
Pero el poeta L. no aprueba el plan porque es un maldito poeta. En lugar de testificar el fin oficial de la guerra, propone ir a un bar y luego al motel. Odia las ceremonias, no cree en la paz y piensa que el país de la tristeza no tiene arreglo. Al fin de cuenta me lleva poco más de diez años así que seguimos su plan. El bar de mala muerte, me ofrece en bandeja de plata los afilados diálogos de los amigos del poeta L. Dos horas escuchando al coro nacional de borrachos cínicos y amargados:
Yo, ni por mula me hubiera hecho guerrillero. Los comandantes culeros su madre. Vos sí te metiste, así que no chingués, lo que pasa es que no aguantaste. Puta muchá, yo conocí a un cerote que lo torturaron todo y quedó bien loco el pisado. Y al final seguimos en las mismas. Lo que pasa es que mucha mara se metía porque se quería morir. Ay sí vos, todos querían ser mártires, todos querían ser el Che Guevara. ¿Y esta mujercita quién es? A la gran… usted sí que no tiene concepto. Suertudo el muchacho.
Por fin salimos a buscar el motel en dirección a la Cruz Roja. Llegamos a Las dos flores y la guerra me supo más amarga, pero mi interés ahora era coger con el poeta L. y así terminar por fin de perder mi virginidad. La primera vez había sido apenas dos semanas atrás y yo no había sentido nada más que un poco de dolor. En esta segunda oportunidad esperaba encontrar algún aliciente para seguirlo haciendo. Que esto sucediera en un día histórico me parecía muy romántico y excitante. Pero fue igual. La única diferencia es que sentí un poco menos de dolor. Desde esa noche dejé de pensar que el poeta L. era un hombre tímido y encantador, y empecé a verlo como un simple bolo tontorrón.
A las doce de la noche, a lo lejos, se escucharon las campanas de la Catedral. Salí a buscar un baño, pero un pleito en el pasillo me regresó de inmediato. Me empezó la angustia: ¿Qué diría mi madre si sabe que estoy con este hombre, en este motel de mala muerte y con fines pasionales? ¿Y si el poeta L. es un loco o un oreja? ¿Y si me pega una enfermedad? Me calmaba por un rato, pero luego pensaba en la guerra, los muertos, los desaparecidos, los torturados, los verdugos. ¿Cuántos siglos durará esta derrota? ¿Cómo se sentirán los sobrevivientes, los derrotados? ¿Cuándo dejaremos de ser el país de la tristeza? Mientras tanto el poeta L. durmió el placentero sueño de los hombres después del orgasmo.
Yo amaba al poeta porque escribía bien y me fascinaba su cara de gitano. Pero dos semanas después lo dejé. Lo mío, por aquel entonces, no era ni cocaína ni cinismo ni sexo gris. Quería florecer y creía que mi país iba a florecer. Quería amor, pasión, esperanza, así que me concentré en eso. Luego vinieron las decepciones, la amargura y el cinismo, y después otra vez el amor, pasión… y así sucesivamente hasta hoy.
¿Cuántos siglos durará esta derrota? ¿Cómo se sentirán los sobrevivientes, los derrotados? ¿Cuándo dejaremos de ser el país de la tristeza? Mientras tanto el poeta L. durmió el placentero sueño de los hombres después del orgasmo.