Por Pablo Rangel
Macuriano Colacorta era uno de aquellos hombres de los que por gracia de Dios quedan ya muy pocos. Macho, hecho y derecho, un predador de la naturaleza, arremetía contra todo lo bello, delicado y frágil. Cuando alguien le decía que lo que hacía no estaba bien, tenía unos bestiales arranques de ira. Después de matar inocentes animalitos decía desde su picop Ford de doble cabina y llantas con aros de magnesio, “a mí por ser pobre es que me critican”.
Así transcurrían los días en su natal y caluroso pueblo, allá por Teculután, Zacapa. Salía quemando llantas en la carretera y disparando al aire con su pistola calibre 45 puesta en automático con unas tolvas de 25 tiros, después de cada rafagazo alternaba las pistolas, ahora una 9 mm con una tolva de cuerno de chivo disparaba hasta que el arma se ponía al rojo vivo. Coronaba su terrible manía con una cerveza bien fría, la tomaba a medias, apretaba la lata y la lanzaba al piso, inmediatamente abría otra y le rebalsaba la boca con la espuma entonces la tiraba al piso también. En estas vueltas se acababa una caja de 24 de la que solo se tomaba dos enteras.
Macuriano no le temía a nada. En su pueblo contaban mil historias de la Llorona, del Cadejo, del Sombrerón, pero él siempre decía que le daban risa, incluso una vez comentó que se le apareció el jinete sin cabeza pero él lo bajó a balazos del caballo.
No perdía la ocasión de mostrar su valentía. Hubo un concurso en el que los hombres más osados iban a pasar una noche en un cementerio, Macuriano fue y hasta pidió dormir dentro de un ataúd, pasó la noche ahí, tranquilo dijo él, hasta soñó que estaba nadando en la piscina de un balneario rodeado de un montón de personas que le aplaudían mientras se lanzaba de panzazo en la piscina.
El humor de Macuriano era también chusco y altisonante. Bromeaba feo. Una mañana soleada del verano de 2016 iba una familia cargando el féretro de un pequeño niño que había muerto por desnutrición en una de las casas más pobres del pueblo. Él detuvo su picop y dijo a los deudos que si querían lo pusieran en la palangana, así avanzaban más rápido. La familia no quería aceptar el favor, pero al verlo armado y acompañado por dos tipos iguales decidieron que sí. Les gritó “¡pongan la caja atrás!”. Cuando lo empezaron a colocar aceleró el carro y quienes estaban subiendo la pequeña caja cayeron al camino, el féretro también, la puerta se abrió y el cadáver del pequeño cayó al suelo. Al acelerar con tanta fuerza llenó de polvo a toda la gente que solamente bajó la cabeza y trataba de guardar de nuevo al infante en el ataúd. Se escucharon las carcajadas de fondo y unos disparos al aire.
Finalmente, la caravana fúnebre iba llegando al cementerio cuando Macuriano estaba observando todo con un cigarro en la boca, codeó a sus amigos para que vieran. Los dolientes estaban enterrando la caja en un hoyo no muy profundo, cuando se acercó y riéndose escupió sobre el ataúd. El papá del niño volteó a ver molesto y la mamá también, Macuriano les dijo “¿qué me ven pues?” e hizo el ademán de que se iba a orinar sobre la caja. Mientras sus amigos reían, todo se quedó en silencio hasta que dentro del público habló una anciana.
-¡Pará pedazo de bruto! No hagas que te joda a vos y a tu familia.
-¿Qué quéeee? Aaaahhh jajajajajaja, miren lo que dice la momia.
-Te advierto que si haces lo que pensás hacer lo vas a pagar caro maldito
Macuriano se dio la vuelta riendo desdeñosamente. La mujer que le había hablado era la abuela de la familia, quien se decía que había llegado con varios gitanos al pueblo hacía mucho tiempo y tenía poderes con la brujería. Cuando se fueron los tres cafres, las personas pensaron que no iban a volver. Pero no fue así. De pronto, vieron algo que volaba por los aires y finalmente cayó sobre la caja en medio de quienes estaban rezando por el alma del niño. Macuriano y sus amigos habían lanzado un perro muerto.
La mujer anciana se dio la vuelta y gritó con la poca fuerza que tenía, sin dientes, encorvada, descalza: “Te maldigo Macuriano, a vos y a toda tu prole hasta el último, que todos mueran mal, que los que vivan prefieran la muerte, te regalo pobreza, miseria, traición, que del primero al último de los demonios del infierno te tomen de la cabeza y te hagan hartar caca, que se te pudra el corazón y apestes a muerto, que te arrastres como gusano y de último que te entierren vivo en un lago de mierda y te atorés de meados, por la fuerza de Satán, Azrael, Astarot y Lamia, y toda la corte de ángeles caídos que tu vida y la de los que se te acerquen sea maldita”.
Cuando terminó de decir esto, los dos amigos de Macuriano salieron huyendo despavoridos por la carretera. Él volteó a ver y dijo “momia loca, jajajá”. Se subió y encendió el carro, le dio la vuelta y enfiló hacia el pueblo. 5 minutos después, veía a un grupo de hombres con pasamontañas salir corriendo de un turicentro. Todavía se escuchaban las detonaciones de fusil. De último un bombazo. Los hombres se fueron en una camioneta Suburban en la vía contraria. Él llegó y vio que habían masacrado a una familia. Se acercó un poco más y se dio cuenta que era su papá y su mamá. Su abuelito estaba todavía con vida, trató de levantarlo pero se le cayó de regreso y se dio un tremendo golpe en una grada. Ahí cerró los ojos y murió. En la piscina pudo ver reflejada una cara gigante con dos ojos rojos, eran sus dos hermanos pequeños que flotaban ensangrentados.
Llegó la policía y él estaba en estado de shock. Cuando entró la primera patrulla, vio que uno de los policías se reía a carcajadas afuera del lugar. Macuriano salió molesto y llorando a pedirle que hiciera silencio. De pronto, el policía dio la vuelta y tenía la cara roja y le sobresalían unos cuernos, el susto fue tan fuerte que saltó hacia atrás “¡el diablo!” gritó. En eso sintió que un niño le halaba el pantalón, volteó a ver y era el niño del ataúd.
“¡No puede ser estoy loco!” gritó. De lejos pudo ver que el policía de los cuernos hablaba con la gente y todos lo veían. De pronto una voz en la cabeza le dijo a Macuriano “todos creen que mataste a tus papás y hermanos, te quieren quemar vivo”. “¡No! ¡Yo no fui!” Y se agarró la cabeza, empezó a caminar para atrás para finalmente huir corriendo por las calles del pueblo hasta que se perdió en las últimas casas. Volteó a ver y decenas de personas venían detrás de él, al verlos más despacio se dio cuenta que eran demonios. Se escondió en una fosa séptica. Veía pasar a todos desde una rendija que se hacía entre dos tablones. Una de las maderas en las que estaba parado se quebró y cayó al hoyo de la fosa que estaba llena. La materia fecal lo tapó y no podía flotar pues era como el lodo y cada intento desesperado lo hundía aún más. La nariz y la boca se le llenaron de heces con orina, empezó a tragar hasta que se ahogó por completo. Esa tarde nadie se dio cuenta que él estaba en ese lugar, y la letrina fue utilizada por otras 10 personas.
Se supo después que la familia que había sido masacrada no era la de Macuriano. Por otro lado, la policía nunca llegó al lugar y finalmente de él muy pocas personas se acuerdan, nadie notó su ausencia, solo sintieron que el pueblo era más alegre, más bonito y más seguro.
Pablo Rangel (Ciudad de Guatemala, 1975). Su infancia y adolescencia fueron cercanas al gnosticismo, esoterismo y magia. Desde 1997 se formó en las Ciencias Sociales en la Usac, Noruega y FLACSO. Se dedica a la docencia y escribe desde análisis políticos hasta pequeñas historias de terror y medicina natural.