Por Mario González

Papá, quiero volver a mis días infantiles y juveniles, cuando usted, con la belleza y el encanto que le daba al relato de las lecturas de sus libros preferidos, me dejaba fascinado, imaginando tantas cosas bonitas que despertaron en mí, el hábito de la lectura y en especial, mi amor a la ciudad donde nací.

Hoy, quiero que vuelva a narrar, con el mismo encanto, los misteriosos encuentros de don Rodrigo de Arias Maldonado –Marqués de Talamanca- con el hoy Santo Hermano Pedro, que también con mucho encanto y soltura, narra don José Milla y Vidaurre en su novela “Los Nazarenos” que era uno de sus libros preferidos. Cuando usted concluya, le contaré algo que le va a sorprender…

Imaginemos que estamos sentados en una de las baldosas del amplio corredor, frente al frondoso naranjal a la mitad del patio y del guayabal con su lorita “Lolita” que llamaba con sentimiento a su lorito “Arturo”. Las tardes antigüeñas, eran con sopor en el verano, húmedas y tristes en el invierno, melancólicas, mustias y frías al final y principio de año. Sus calles con pocos transeúntes. Su ambiente místico. Reinaba el silencio y la tranquilidad. En el patio, crecían con el cuidado de mi madre, los montes medicinales y comestibles y en mayo, florecían las rosas que al amanecer, sus pétalos se embellecían con una gota de rocío.

Para situarte en el tiempo cuando sucedieron esos hechos, debes de tomar en cuenta que la ciudad de Santiago de Guatemala, fue trazada con encanto en un sitio paradisíaco. Guarecida por cerros y volcanes y regada de yacimientos de agua pura. Entonces, estaba en su apogeo. Ya había sido distinguida con su Escudo de Armas y con los Títulos de Muy Noble y Leal Ciudad. Su amplia plaza, lucía ornamentada por su Catedral, tres Palacios y dos soportales. Al centro, en una fuente labrada en piedra, jugueteaba el agua del yacimiento de las Cañas, que brotaba de los senos de cuatro ninfas. Las cúpulas se elevaban al cielo y los claustros de los conventos y monasterios de dos niveles, se embellecían con una fuente al centro. Sus calles amplias ventiladas, empedradas y trazadas a cordel. De noche, sus calles eran oscuras y silenciosas. Apenas se iluminaban dos hornacinas, con velas que se apagan pronto.

Así era la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Santiago de Guatemala cuando llegó Don Rodrigo de Arias Maldonado, con escasos 29 años de edad. Las crónicas lo describen, joven de porte de gran caballero, elegante en su figura y en el vestir, con suficientes recursos económicos. Le respaldaba el triunfo de su hazaña en el dominio de los habitantes de la Talamanca, Costa Rica, que financió de su propio peculio.

Al presentarse por primera vez en las tertulias que se realizaban en los salones del Real Palacio, organizadas por el Gobernador del Reino de Guatemala y Presidente de la Real Audiencia capitán don Fernando de Altamirano, a la que asistían los miembros distinguidos de la sociedad, estaba su hijo don Enrique –Adelantado de Filipinas- y su esposa doña Elvira de Lagasti. Las damas quedaron prendadas de don Rodrigo de Arias Maldonado, muy especialmente doña Elvira, quien fue acechada por los tertulianos, que más tarde confirmaron el flechazo de cupido. Doña Elvira tenía entonces, 29 años y conservaba su belleza juvenil. La mirada fue la chispa de un fuego pasional que conturbó tanto a la dama como al caballero.

Por su destreza militar y sus cualidades personales, don Rodrigo fue invitado a formar parte de la asociación secreta “Los Nazarenos” y en poco tiempo fue su presidente.

Sabedor de quien era, se lanzó a las aventuras donjuanescas. Las damas caían de rodillas a sus pies. Una noche su aventura amorosa fue en el barrio de la Santa Cruz. De pronto vio a la luz de un farol, la silueta de un personaje sencillo que en su mano derecha llevaba una campanilla que hacía sonar a intervalos y en voz alta decía: “Santo Dios. Santo Fuerte. Santo Inmortal, Tened piedad de nosotros.” Esa noche llevaba sobre sus hombros a un indigente que denotaba estar enfermo. Don Rodrigo se guareció en el quicio de una puerta. Al verlo pasar sintió que su cuerpo se estremeció y como cosa extraña tuvo miedo. Estaba asombrado porque nada de eso le había sucedido antes, aun cuando luchó en la Talamanca y otros sitios.

En las veces que su vida estuvo en peligro, escuchaba sorprendido, muy cerca el tañir de la campana del personaje desconocido o veía pasar su silueta alumbrado por un farol y desistía de su hazaña amorosa.

Los amores entre don Rodrigo y doña Elvira, fueron cada vez más fuertes. Don Rodrigo citó a doña Elvira, para verse a las doce de la noche, junto a un naranjal en los jardines de Palacio. La esquela iba asegurada con un anillo que lanzó por una ventana de su dormitorio. Quiso la casualidad que ahí se encontraba solo don Enrique. Al enterarse, llamó de inmediato a dos criminales El Mano de Fierro y el Desorejado. Les encargó que en privado, cavaran una tumba al pie del naranjal y que volvieran por la noche a recibir instrucciones. Cuando volvieron les dijo que a las doce de la noche, iba a saltar el muro del jardín un personaje, a quien de inmediato debían de darle muerte y sepultarlo en la fosa que abrieron. Él iba a estar al fondo del jardín en espera de lo que sucediera.

Esa conversación la escuchó don García hijo del Gobernador y embozado se escondió en el jardín. Cuando en el reloj de la Catedral sonaron las doce campanadas de la medianoche, todos se pusieron en guardia en espera del personaje.

A la hora fijada, se abrió la puerta del dormitorio y doña Elvira llegó al jardín. Le salió al paso don García, que estaba enterado de lo que iba a suceder, por haber escuchado la conversación de don Enrique con los dos matones, le ordenó que de inmediato volviera a sus aposentos, porque don Enrique estaba oculto en el jardín. Doña Elvira se devolvió con asombro de que su esposo estuviera informado de esa cita y preocupada de lo que le pudiera suceder a don Rodrigo.

Don García salió presuroso del jardín y del Real Palacio, para prevenir a don Rodrigo del peligro que corría, si saltaba el muro. Su sorpresa fue que en la calle no había ninguna persona. Solo el silencio de la noche. Sucedió que cuando don Rodrigo se preparaba para saltar el muro, volvió aparecer el personaje desconocido que le advirtió lo que le esperaba si saltaba el muro y con dulzura, pero con energía, le ordenó que desistiera de su intento, porque estaba destinado a una misión especial. Cuando don García, llegó al sitio fijado, solo escuchó a lo lejos, el tañir de una campanilla.

Don Rodrigo se interesó en saber quién era ese personaje misterioso que, su presencia le alteraba la valentía y doblegaba su voluntad e insistencia, para alejarse de los sitios donde su vida estaba en peligro. Supo que le llamaban Hermano Pedro, que se dedicaba a pedir limosnas para construir una enfermería para personas convalecientes y además de darles techo, medicina y alimentos, les fortalecía el espíritu con lecturas y pláticas que despertaran el agradecimiento a Dios, de quien él recibía la providencia para darla a los necesitados. Quedó asombrado de su gran espíritu caritativo y de que su sola presencia, lo alejaba de peligros inminentes.

Sucedió que una noche, don Rodrigo sorprendió en su dormitorio a doña Elvira. Confusa por la sorpresa, pero emocionada por el encuentro, se lanzó a los brazos de su enamorado. Se confundieron en abrazos y caricias. De pronto doña Elvira se soltó de los brazos de don Rodrigo, en un aparente desmayo. Cayó sobre la alfombra que cubría el piso de su dormitorio. Asustado don Rodrigo intentó levantarla y cuál sería su asombro que doña Elvira estaba muerta.

En tan difícil trance, abandonó presuroso la alcoba y salió a la calle a pedir auxilio. La calle estaba a oscuras y en silencio. ¿Qué hacer? Se preguntaba con el rostro marcado por la angustia. De pronto vio que se acercaba la silueta alumbrada de un farol, del personaje que en los momentos difíciles aparecía. En un gesto de defensa, don Rodrigo desenvainó su espada y al intentar usarla, el personaje le dijo que no le bastaba haber dejado un cadáver en la alcoba, sino que quería sumar otro más. “En nombre de Dios, seguidme.” Y sin decir más, se dirigió directamente a la alcoba donde yacía doña Elvira. El rostro del Hermano Pedro se llenó de luz resplandeciente. Cerró sus ojos y clamó al cielo. Llamó por su nombre a doña Elvira y le ordenó que se levantara. Lentamente doña Elvira se incorporó y agradeció a los cielos y al Hermano Pedro, que la volviera a la vida. El asombro de don Rodrigo era inexplicable. Mientras doña Elvira se arrodilló ante un Crucifijo para dar gracias, don Rodrigo con humildad, siguió al Hermano Pedro a su casa de Belén donde tiempo después fue el Hermano Rodrigo de la Cruz, sucesor de la prodigiosa obra caritativa del Hermano Pedro.

Este pasaje despertó mi curiosidad si lo dicho por don Pepe Milla y contado con tanta belleza por mi padre, fue o no verdad. La duda persistió durante largo tiempo. Cada vez que consultaba los documentos de los archivos, procuraba encontrar la certidumbre de ese hecho. La tenacidad en la investigación histórica tiene su sorpresa y su premio.

Ahora papá, me toca a mí desvelar lo que le ofrecí al principio. Lo que Milla describe que sucedió en la alcoba de doña Elvira, es cierto.

La certidumbre, la encontré en las Letras Remisoriales de 1729*, que el Cardenal Nicolás de Santa María (Prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos en el Vaticano) envió a la Audiencia y Diócesis de Santiago de Guatemala, sobre las Virtudes y Milagros del Venerable Siervo de Dios Pedro de Betancur, fundador de la religión Belemita.

En las efemérides de don Joaquín Pardo, aparecen dos citas importantes. El 26 de julio de 1730, “Los Belemitas reciben el breve apostólico, por el cual dirige su Santidad las remisoriales, para la nueva información sobre la vida y virtudes del Hermano Pedro de San José Betancur…” (Ef. p. 169). Agrega don Joaquín en su efemérides, que el 15 de agosto del mismo año, “Reunido el clero y comunidades de religiosos en la iglesia Catedral, el R. P. Fray Damián de San Bernardo, religioso belemita, hace entrega al Deán las remisoriales para la nueva información de la vida del Hermano Pedro y el poder que el Prefecto General confirió para seguir dichas informaciones ‘… todo en una cartera de terciopelo sobre un azafate de plata…’ y para conducir estos documentos y entregarlos al Obispo, se hizo en procesión hasta Palacio Episcopal, de donde retornaron a catedral a entonar un Te Deum. Durante tres noches, la torre del templo de Belén fue iluminada.” (Ef. p. 170).

En el apartado “De los Milagros en Vida” numeral 117, se deja esta constancia. “De qué manera fue verdad y es que el Siervo de Dios, fue glorificado por el Altísimo con grandes, e insignes milagros, y prodigiosos acontecimientos aun viviendo hechos por sus méritos, como más latamente lo deponen los testigos informados contando indistintamente casos especiales con todas sus circunstancias dando la causa de su ciencia.”

Y aquí papá, la sorpresa que le ofrecí. “118. De qué manera fue verdad y es que habiéndose muerto de repente cierta noble viuda en el mismo acto del concubinato (tres palabras tachadas) el mismo amante, por los grandes escándalos que se habían de originar en la ciudad entre los conocidos, y parientes de la misma mujer, atormentado no ofreciéndosele otro saludable parecer en negocio de tanto peso, se fue en busca del Siervo de Dios, y lo halló aproximadamente en la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes, a donde las más de las veces se iba, entre el silencio de la noche, a ocuparse en la contemplación, y habiendo conocido el Siervo de Dios la causa de la venida del amante, antes de que le expusiera la seriedad de la causa, le amonestó que implorara la misericordia del Señor, y que de corazón se encomendara al patrocinio de la Virgen María; entre tanto el Siervo de Dios apartándose a otra Capilla, martirizando su propio cuerpo con una regia disciplina invocó la dicha del Omnipotente, en aquel lamentable caso, y de ahí con grande confianza se partió al lugar del infortunio, y a la mujer que estaba muerta hecha sobre ella la Señal de la Cruz la llamó por su propio nombre, la cual al punto prodigiosamente volvió a la vida, y conociendo su error dio gracias al Altísimo, y con el mismo socorro del Venerable Siervo de Dios fue libre en todo, y oportunamente atendió esa honra, y al peligro del amante, quien en el camino de la Sala que había dejado, no menos prodigiosamente se vio restituido; como más latamente lo deponen los testigos dando en todo la razón de su dicho y causa de su ciencia.”

Para afianzar la certidumbre de cada caso que realizó en vida el Santo Hermano Pedro, se inicia con que es y se concluye con la afirmación de los testigos que dan razón de su dicho y conocimiento de los hechos.

El relato de mi padre, me llevó a la investigación histórica, para darle certidumbre a lo que sucedió en el dormitorio de doña Elvira de Lagasti.

Almería, España. 14 de enero del 2017.

Reinaba el silencio y la tranquilidad. En el patio, crecían con el cuidado de mi madre, los montes medicinales y comestibles y en mayo, florecían las rosas que al amanecer, sus pétalos se embellecían con una gota de rocío.


Mario Gilberto González R. Excronista de la ciudad de Antigua Guatemala y exalumno del Instituto Normal para Varones “Antonio Larrazábal”.

Artículo anteriorKevin Mérida: “No pinto solo por pintar, sino para transmitir algo”
Artículo siguienteDonald Trump ya es presidente de Estados Unidos