Por Juan Calles

En una rueda de seis o siete chavos pelilargos, la bacha pasa de mano en mano, cada uno le da un jalón profundo que les hace arder la garganta, pero retienen el humo en sus pulmones; el resto de muchachos ya empezó a sentir el mareo y unas extrañas ganas de reír. Uno de ellos, el de cara redonda y gesto de “Yo soy el tatascán” pregunta ¿Quieren que les cuente una historia? Todos asienten con la cabeza riendo suavecito.

“Había una avestruz con cara de gente…” y a partir de ese segundo todo fue de terciopelo y gas.

Esta novela tiene aroma de pachuli y suena como un rock viejo y poderoso, se lee de la misma manera que se escucha un disco de acetato guardado por décadas en el ropero de un viejo rockero. Para quienes conocen la ebriedad no les serán ajenas las imágenes y sensaciones que Maco Luna narra en Avestruras.

“Yo quería hacer una especie de Rayuela, pero luego me enderecé y salió ésta historia sobre la libertad” continuó el muchacho que contaba la historia. Una metáfora salió disparada por entre los dientes, todos rieron de buena gana “Yo soy así trato de comunicarme de forma sencilla; como músico, quizá me gustan las cosas más complejas, pero mi forma de hablar y escribir es sencilla”.

Un país (Tenebrisia) es el escenario de una aventura surrealista pero atravesada por la realidad histórica de Latinoamérica; una historia contada cientos de veces en mil formas diferentes, las imágenes alucinadas e ingenuas que nos dibuja Maco Luna con sus palabras permiten leer, una vez más, la violencia de la guerra en una forma que quizá nunca imaginamos.

¿Cómo íbamos a imaginar cómo trabaja la mente de Maco?

En algunos capítulos de la novela sentís que estás leyendo una larga canción de son-rock, con largos solos de guitarra y estruendosos solos de la batería al estilo Grand Funk o Deep Purple, este libro se te hace música entre las manos. La prosa que eligió Maco Luna para narrar esta historia carece de aspavientos, sin querer aparentar algo que no se es; una prosa de la calle.

En México existió un movimiento llamado Literatura de la Onda, a finales de la década de 1960, las novelas que representan este movimiento abordan temas tabú, su principal característica es que utilizan los códigos de los chavos y chavas, algo totalmente nuevo para la época. Avestruras se parece en muchas formas a esas novelas de la onda, en las que encontramos las formas de hablar y de sentir de los jóvenes en las calles de cualquier ciudad; sabemos que Maco Luna es un autor que nunca envejecerá, aunque esté viejo.

“La libertad puede ser algo interno o algo externo; cada quien decide ser libre o no, cada quien puede sublevarse ante lo que lo rodea, mientras les cuento esta historia estoy invitándoles a sublevarse”. Dijo el muchacho que narraba como motivando a los otros a opinar, pero todos andaban en el viaje, en las calles de Tenebrisia, buscando al rock que había desaparecido.

¿En verdad se te apareció un avestruz con cara de persona? Preguntó alguien interrumpiendo la narración. El que narraba detuvo el relato, cerró los ojos y suspiro antes de responder “Intentando no dormir por terror a las pesadillas, en medio del delirio del insomnio auto inducido, un avestruz me ofreció jalón, confiando en que el Delirium Tremens no me asesinaría acepté el aventón que ofrecía el ave y allí nació Avestruras. Esta es una novela en la que se pueden sentir colores, olores y sabores, es una puerta a la sicodelia, a la mente sicodélica de Maco Luna. ¿Quién es Maco Luna? Volvieron a preguntar, el narrador sonrío y escondió su DPI entre las arrugas del pantalón.

Esta es una novela llena de música, escrita en silencio, uno de los muchachos le preguntó tímidamente, ¿Cómo podés contar una historia de música con tanto silencio? “La música la llevo por dentro” respondió el narrador arreglándose el pelo largo con la mano izquierda.

La bacha había muerto entre los dedos y los labios de los muchachos, la historia estaba llegando a su fin, la música iba desapareciendo poco a poco, disolviéndose mientras el narrador contaba el final de la historia, “miren al cielo muchá” hay colores, hay muchos colores, cada capítulo es un color. Hay ritmo, dijo otro, hay rolas, hay metal, hay jazz, todos encontraban algo diferente en Avestruras.

Las utopías y la imaginación se cuelan entre las líneas de esta novela; sublevación y desobediencia, las ganas de vivir, de construir y de crear, así llegamos al final del camino que propone Maco en esta novela de gas neón.

…sabemos que Maco Luna es un autor que nunca envejecerá, aunque esté viejo.


Juan Calles. Periodista, documentalista, lector de tiempo completo, ha facilitado el taller de narrativa del Centro Histórico. Autor de “Triciclo”, libro de cuentos cortos. Nació en mayo del 73, pero no está seguro de ello.

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