Por Camilo Villatoro

Intentaron -más precisamente 638 veces- asesinarlo para borrarlo del mapa político global, pero todo quedó en el mero intento, y el viejo murió por viejo y no por otra cosa. La noticia invadió todos los noticieros del mundo, en su mayoría de orientación diestra: los que conciben a Cuba como una dictadura sanguinaria y marxista, “donde el más negrito tiene educación, pero pobrecitos, flaquitos flaquitos y sin libertad”, aunque los indicadores de desarrollo humano digan precisamente lo contrario (“paraíso de la niñez” dictamina UNICEF), y aunque Ramón, médico cubano de metro ochenta de altura convertido recientemente al sueño del capitalismo, cuente al calor de unas cervezas guatemaltecas que su primer hijo mide 10 centímetros más que su papá, y el segundo otros diez. La altura depende de varios factores, pero sobre todo de la alimentación y de los ciclos adecuados del sueño: el promedio de altura de los reclutas franceses a finales del siglo XVIII no lograba superar el metro 50 de altura. “Puede que tus hijos no sean tuyos”, decía bromeando a Ramón, pero “chico, a estas alturas, y con la cantidad de dinero invertido, esos son mis hijos aunque cualquiera venga a demostrar lo contrario”. Además de bien nutridos, los cubanos no se hacen bolas con los postulados de la paternidad; tabúes sexuales y otras enfermedades mentales adquiridas socialmente son menos frecuentes en la isla. Como sea, la progresión matemática indica que el próximo hijo de Ramón debería medir 30 centímetros más que su papá (¡quienquiera que sea!).

Cualquier triunfo o fracaso de un pueblo no puede ser obra de una persona, pero a veces hay acciones individuales determinantes para ajustar los engranes de la rueda de la historia. En su caso, Fidel Castro cambió una vida de sobrada comodidad como terrateniente expoliador de campesinos para arriesgar la vida por una causa a favor de las mayorías y de las siguientes generaciones de cubanos, lo cual, consumado el acto, se traduce en heroísmo. Lo que muchos analistas evaden es el hecho de que el heroísmo cuando es genuino y es llevado hasta las máximas consecuencias, tiene un costo muy alto, que va más allá de tu propia muerte o la de tus compañeros. El costo político es el mayor; aquel de arriesgarte a tener enemigos irreconciliables, de vivir a la defensiva y guardar una posición definitiva con respecto a la opinión pública, y de ejercer poder político y autoridad cuando bien podrías estar leyendo novelas y cuentos fantásticos en la comodidad de la aparente apoliticidad. ¿Por qué alguien querría abandonar esa vida de placer sin límites para convertirse en un dictador amado por unos y odiado por otros? Puede que a Fidel realmente le indignara el destino del pueblo cubano, o que haya estado muy aburrido con su oligárquica vida tropical… (uno nunca sabe). Algo es indudable, tanto seguidores como detractores no hubiesen soportado el camote asumido en vida por Fidel Castro.

La verdad el tema de la muerte de Fidel me provocó tremenda flojera, porque era algo de esperar teniendo en cuenta sus 90 años. No tolero la nostalgia, pero me dio cólera el hecho de entrar a féisbuc y encontrar una cantidad de comentarios facilones respecto a la noticia. Por un lado, individuos privilegiados con el don de la creatividad haciendo memes sobre la casualidad de haber muerto en el Black Friday, como si esa herencia del comercio de esclavos negros tuviera la menor importancia para cualquier persona de frente prominente. En otro extremo los fanáticos de la revolución que con las mejores intenciones caían en el culto de la personalidad a la larga derivado en culto religioso. La religión sigue siendo el lastre más pesado de la humanidad, y en esto cristianos, musulmanes, budistas, narcisistas, trotskistas, stalinistas, yonkis, trumpistas, cortazarianos y cualesquier tipo de acólitos eclécticos comparten la estupidez intrínseca de cualquier fanatismo. Hay en los seres humanos una necesidad de aferrarse a cualquier convicción que dé mediano sentido a sus vidas; no criticaré a la ligera sus opciones, pero esperaría que abandonaran lentamente la intransigencia de sus dogmas, como intento hacer las veces con la propia.

En otra punta de la rosa de los vientos, los cubanos de Miami e imitadores celebraban la muerte natural de un viejo de 90 años al que no pudieron matar en vida. Buena parte de ellos herederos espirituales de la Cuba de Batista, una pequeña Las Vegas alojada en la capital de una isla del trópico, y alrededor de esa Habana de monumentos orinados -no de forma figurada- por los marines, a bunch of guajiros explotados por los terratenientes locales. Mucha gente de las mafias se puso triste cuando en el 59 llegaron los barbudos y “mandaron a parar”. Los gringos no la calcularon bien, pensaron que Castro iba a ser como cualquier otro dictador tropical: corrupto. Por “corrupción” entiéndase permitir el uso del territorio cubano como un anexo del placer estadounidense y la arbitrariedad dictatorial complaciente con una minoría oligárquica. Castro, los barbudos y el pueblo cubano se convirtieron rápidamente en un ejemplo peligroso de dignidad. Si Inglaterra y secuaces hicieron la guerra al Paraguay en el siglo XIX para liberar a esa nación del mal aquejado de la soberanía y la autodeterminación, los Estados Unidos emprendieron una invasión encubierta armando a mercenarios cubanos, enviados a su muerte en Playa Girón (o Bahía de Cochinos, para los gringos); esta ha sido llamada la primera y única derrota del imperio estadounidense en el continente.

Varios cubanos de Miami se volvieron niños mimados de la CIA, como el terrorista confeso Luis Posada Carriles, autor de numerosos atentados a nivel mundial. Carriles fue autor intelectual del atentado contra la línea aérea Cubana de Aviación en 1976, el saldo fueron 73 personas fallecidas, incluido el equipo nacional de esgrima cubano. Es curioso que se hable de la falencia de los derechos humanos en la Cuba de la Revolución, y lo poco que se dice con respecto al terrorismo abiertamente dirigido contra ese país por parte de los estadounidenses. Y no es que no existan violaciones a los derechos humanos en la isla; en la prisión de máxima seguridad de Guantánamo, perteneciente a Estados Unidos, se violan sistemáticamente los derechos humanos, everyday.

Pero no todos los cubanos de Miami son terroristas herederos directos del antiguo régimen del dictador Batista. La realidad es que ha habido una constante migración de cubanos y no sólo a Miami. ¿Por qué ocurre este fenómeno si en Cuba se garantizan los derechos elementales para todo el mundo? Ya lo había dicho oportunamente Raúl de la Horra, todo ser humano busca escapar de un ambiente que lo constriñe a una vida de tedio. Es perfectamente natural que una persona quiera escapar de una isla, sobre todo cuando la influencia propagandística del capitalismo ofrece novedades inasequibles en suelo cubano. Slavoj Zizek dijo, en torno a la muerte de Castro, que más bien estos cubanos migrantes escapan de Cuba por la pobreza. Y sí, Cuba es un país pobre con muchas necesidades materiales, y en este caso particular los pobres son una mayoría muy cercana a la totalidad, pero basta comparar a los pobres de Cuba con los pobres de Guatemala para relativizar de forma más coherente la definición de la pobreza.

Había que ser deportista, tener alguna gracia particular, o ser un solidario internacionalista para salir de Cuba por las buenas. Las nuevas reformas en la isla parecen dar esperanza a los cubanos que sueñan con volverse tan cosmopolitas como nosotros, los tercermundistas de países en teoría capitalistas que intentamos escapar del terruño amado para morir a balazos en las fronteras o para darnos cuenta de que ser “feos, sucios y malos” en Guatemala, es casi tan malo como ser feo, sucio y malo en Madrid o Roma (¡aunque nunca falta el ijuelamoma con suerte!).

La ironía aquí es preguntarse si tales reformas cambiarán el estatus privilegiado de los migrantes cubanos en Estados Unidos, por el de parias indeseables, quiero decir, el estatus del resto de inmigrantes ilegales en Estados Unidos.

El mito de la vida en Cuba

Teóricamente los países socialistas experimentan una metamorfosis, de Estado burgués a dictadura del proletariado. Pero la evidencia histórica dicta que la llamada dictadura del proletariado se redujo a estatuir una burocracia como una suerte de aristocracia en naciones que socializaron los medios de producción. El problema de ser clase dominante por parte de la burocracia no implica necesariamente convertirse en expoliadores sistemáticos de las clases dominadas, condición sine qua non de las clases dominantes en el capitalismo, que, como se sabe, es un sistema basado en la reproducción del capital. Esta reproducción del capital es virtualmente imposible en un país socialista que tiene que redistribuir la ganancia en programas de bienestar público y en el que la propiedad privada es patrimonio casi exclusivo de la burocracia estatal. Lo cual no implica que el privilegio no exista. El privilegio se otorga en una dinámica de compensaciones con mayor o menor grado de racionalidad y arbitrariedad.

Muchos piensan en la apertura de Cuba como una suerte de perestroika cubana. ¿Se volverá la alta burocracia cubana una oligarquía, como pasó con muchos funcionarios rusos a la caída de la Unión Soviética? ¿Se derrumbará, pues, el socialismo hasta sus cimientos, o habrá un punto intermedio en todos los nuevos cambios?

Como demuestra la historia, el régimen cubano ha sabido reconfigurarse a través del tiempo sin por ello ceder al abandono del socialismo. Estas reconfiguraciones han implicado cambios culturales impresionantes. Si en las primeras décadas de la revolución la homosexualidad era tan acosada como en el resto del mundo, en la actualidad las operaciones de cambio de sexo se practican gratis (como el resto de los servicios de salud) en los hospitales públicos a quienes lo soliciten. De la misma forma, el derecho al aborto está más que garantizado. Lo bonito del sistema de salud cubano es que no hay que ser millonario para salvar la vida. Una noticia sobre el uso de células madre para lograr que un muchacho cubano volviera a caminar, parece suceso digno de imitación más que de reprensión, ¿sí o qué?

Visité Cuba mientras Fidel vivía, gracias a un programa de salud de parte de la solidaridad internacional del gobierno cubano (es decir, no hubiera podido pagar tal servicio). Por un lado era notable que muchos trabajadores del Estado laburaban sin el menor entusiasmo; por otro, mucha gente en La Habana andaba por ahí sin mayores preocupaciones, timando turistas en el peor de los casos.

Me llamó la atención ver en la sala de espera un hospital, una familia entera de cubanos; llevaban puestas unas horribles gorras con la bandera de Estados Unidos y el águila que simboliza la soberanía y dignidad del imperio. Esto parece indicar no sólo que el mal gusto es parte de la condición humana, sino que la represión que uno esperaría de una dictadura no es precisamente como la pinta CNN.

Otro factor de desigualdad social es que algunos cubanos tienen familiares en Estados Unidos y eso permite un beneficio extra al que no puede acceder toda la población. Como es obvio, esta forma accidental de desigualdad no tiene nada que ver con la desigualdad en Guatemala (el noveno país más desigual del mundo), donde la mayor parte de la propiedad privada de la tierra y de los medios de producción está en manos de un porcentaje ínfimo de población.

¿El fin de la Guerra Fría en Latinoamérica?

Ante la muerte de Fidel abundaron los comentarios acerca del advenimiento del fin de una era. Se referían por supuesto a la Guerra Fría en Latinoamérica. Si la Guerra Fría terminó a favor del bloque capitalista, no fue para tranquilidad de la humanidad. Habrá que pedir (ahora que los últimos vestigios de la Guerra Fría se extinguen…), la derogación del Plan para la prosperidad del Triángulo Norte, y el retiro inmediato de las bases militares estadounidenses a lo largo del continente…

Hay en los seres humanos una necesidad de aferrarse a cualquier convicción que dé mediano sentido a sus vidas; no criticaré a la ligera sus opciones, pero esperaría que abandonaran lentamente la intransigencia de sus dogmas…

Cualquier triunfo o fracaso de un pueblo no puede ser obra de una persona, pero a veces hay acciones individuales determinantes para ajustar los engranes de la rueda de la historia.


Camilo Villatoro (1991-…) es un impopular escritor iconoclasta y satírico, nacido en México, pero de identidad guatemalteca. A falta de currículum de publicaciones o méritos de cualquier tipo, inventa patrañas cuando de describirse en estos espacios se trata. Prefiere eso al patetismo de decir que es “un comunicador persistente en redes sociales”, lo cual es verdad, pero a nadie le importa.

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