Una colaboración de Pablo Rangel | Barrancópolis
Cerca de la Carretera Interamericana, después de un partido de fútbol entre los equipos que se disputan el último lugar en el torneo navideño de la nueva cancha de papi fútbol y car wash “chicas clin”, cuatro futbolistas se han tomado más de 40 litros de cerveza. En realidad solo ha sido uno de ellos el que ha bebido sin parar y ha consumido casi toda la cerveza del restaurante, se trata de Hermenegildo Curup. Su fama cervecera creció hace unos años, cuando con apenas 21 primaveras derrotó a los bebedores más experimentados de Chimaltenango y la mayoría de departamentos del Occidente del país en un concurso patrocinado por las cantinas más encopetadas y otros tugurios de mala muerte cercanos al nuevo paso a desnivel. El que más le aguantó fue un piloto de bus extraurbano que llegó a tomar 30 cervezas. Cuando se terminó la última fue al baño, pero ya no volvió, quedó desmayado con la boca metida en el mingitorio. Mientras, Hermenegildo que iba por la cerveza número 50, permanecía sentado en la mesa completamente lucido y platicador.
Esta capacidad sobrenatural no encajaba con la imagen física de Hermenegildo, quien medía 1 metro con 55 centímetros. No tenía una complexión robusta, tampoco era delgado, se trataba de un hombre con libras de más, que se veía flácido, ni siquiera jugaba bien al fútbol, cuando empezaba a correr se sofocaba de tal manera que había que pedir cambio inmediatamente. Trabajaba como ayudante de albañil, aunque la flacidez de su cuerpo no hacía que fuera de los preferidos de los maestros de obra.
Además de sus dotes cerveceros otro hito en la vida de Hermenegildo era que había mantenido relaciones sexuales con al menos 30 mil mujeres diferentes en todo el país, ninguna de ellas se dedicaba a la prostitución, algunas casadas, otras viudas, otras solteras, en fin, Hermenegildo a pesar de su físico y rostro poco agraciado, era un seductor de primera, las mujeres lo buscaban, ni siquiera necesitaba hablar ni bañarse, mucho menos lavarse los dientes. Las mujeres se le acercaban y sin mediar palabra entraban a los besos, caricias y a copular. Muchas llegaron a decirle que sentían que estaban con Chayanne, otras que lo sentían tipo Luis Miguel y otras hasta lo confundieron en alguna ocasión con Justin Bieber.
Su trabajo de ayudante de albañil no encajaba con la vida que llevaba, la cerveza era una cosa, el sexo era otra, pero también este muchacho se daba el lujo de viajar por todo el mundo, tenía vehículos grandes y de mal gusto, pero caros. Se había comprado un automóvil que además de ser un medio de transporte, también era un tanque de guerra, con un cañón adaptado de un obús 105 mm. y dos ametralladoras M-60 escondidas en los costados, así como unas placas de acero de 10 centímetros de grosor que convertían a la máquina en una fortaleza. Este medio de transporte resultaba carísimo y anti ecológico, hacía 2 km por galón, por lo que le adaptó un tanque del tamaño de un depósito de agua “Rotoplast” en la parte trasera, y como tanto accesorio lo hizo demasiado pesado, le implantó un motor de camión de esos gigantes que usan en las mineras (un Komatsu). Así se pasaba Hermenegildo las tardes en su tanque de guerra, de arriba para abajo en eterna orgía, sobrio a pesar de beber y regalando billetes de 200 quetzales por todo Chimal.
Obviamente Hermenegildo hacía tantas cosas porque había algo que no era de este mundo que lo movía y respaldaba. Por ahí surgieron las voces que denunciaban un pacto con el diablo. Y no estaban tan lejos de la realidad. Un indigente del lugar, que había caído en la desgracia hacía diez años, justamente cuando Hermenegildo empezó su ascenso astronómico, decía enfáticamente que este muchacho había sido su ruina. El señor fue dueño de una venta de candelas, imágenes religiosas y rituales espirituales. Pero para la navidad de 2006 recordaba, lo perdió todo en un incendio que acabó con su tienda. El indigente juraba que vio a varios hombres comandados por un ser alto, con cuernos de chivo, senos grandes, peludo y con un olor a azufre que ahogaba. Estos hombres lanzaban gasolina sobre su negocio, asimismo, ponían papel periódico mojado en combustible en lugares específicos. Él veía atónito todo desde una habitación contigua a la tienda de la que no podía salir porque había quedado sellada. Recordaba que vio a Hermenegildo lanzando un leño con fuego sobre todos estos materiales inflamables y después, vio cómo él se sentaba en las piernas de este animal y succionaba leche de uno de sus senos.
Cada vez que este indigente contaba la historia aparecía entre el público uno o varios hombres extraños, gritando “¡Esas son pajas!”. Y toda la gente decía, “¡Sí, son pajas!, ¡Envidia tiene este viejo culero!” Pero, la última vez que contó esto hubo una joven que le puso atención y lo siguió mientras este regresaba a su champa. Al alcanzarlo le preguntó:
-Buenas tardes señor ¿cómo está esa historia de don Hermenegildo que estaba contando?
-¡¿Qué?! ¿No será usted una demonia que viene a joderme?
-No don, para nada, yo estoy estudiando periodismo y publicidad aquí en la Mariano, pero me interesa su historia, porque yo conozco al señor ese y la verdad me parece bien raro todo lo que hace, yo pienso que anda metido en el narco.
-¡Ay dios mija! Eso no es del narco, eso es un pacto con el diablo, yo lo vi ¿y sabés qué es lo peor?
-¿Qué?
-Que cada año en la noche del 24 de diciembre, el Hermenegildo ese y su pandilla de demonios incendia algún negocio espiritual, ponete a analizar, ya que sos universitaria, analizalo.
-¡Puchis! ¿Y según sus cálculos a qué negocio le toca esta Navidad?
-Pues no sé mija, andá a ver cuál venta de cosas espirituales no ha agarrado fuego en los últimos años.
La joven empezó a caminar por las calles del pueblo, conversando con los dueños de ventas de candelitas e inciensos. Después de unas horas en su recorrido llegó a una venta de artículos de la espiritualidad Maya. En la entrada tenían una imagen gigante de Ri Laj Mam. Al entrar la joven vio a la dueña, una mujer amable de pelo blanco. Le habló de todo un poco, finalmente le contó lo que había escuchado y que su negocio corría peligro. La mujer escuchó con atención y finalmente le agradeció. La invitó a tomar una taza de ponche y comer un tamal.
La noche del 24 estaba llegando a su clímax de borrachera, violencia y desenfreno, cuando de pronto Hermenegildo que había tenido sexo en cinco ocasiones durante la tarde y había bebido dos barriles de cerveza desapareció junto con diez de sus más leales hombres. Fueron a su casa y montaron una bomba de agua para lanzar gasolina a presión desde el tanque Rotoplast que tenía atrás en su carro. Cada hombre tomó una motocicleta de la flotilla que tenía Hermenegildo y se armó con una pistola al cinto. Salieron rumbo a la venta de candelas que justamente había sido localizada por la joven. Empezaron a rociar gasolina a la pequeña casa. De pronto apareció el ente infernal que había descrito el indigente. Los hombres de Hermenegildo lo vieron y ante el susto se arrodillaron frente a él. El demonio gigante los vio y río desdeñosamente, después, tomó a Hermenegildo y lo puso a mamar de su seno una leche amarilla y purulenta. Hermenegildo succionaba con toda la fuerza.
Ya habían empapado de combustible la pequeña tienda cuando Hermenegildo tomó un leño y lo quiso encender, pero no prendía, parece que el encendedor que tenía no funcionaba. Uno de sus hombres le dio unos fósforos y tampoco encendía. Entonces dijo “voy a pegarle unos balazos a ver si así no agarra fuego”, sacó su pistola y cuando intentó disparar la pistola se encasquilló. En el fondo de la calle se empezó a escuchar un sonido grave, como el del viento y junto con él unas profundas carcajadas. De pronto, la máquina que habían utilizado para rociar gasolina cobró vida, se encendió y empezó a echar combustible sobre Hermenegildo y sus hombres. Los tipos se cubrían con las manos pero un chorro fuerte seguía cayendo sobre sus cuerpos. El demonio se puso de pie y se acercó, pero vio algo que lo hizo arrodillarse.
Frente a ellos algo inaudito estaba sucediendo, la imagen de Ri Laj Mam que estaba dentro de la tienda había cobrado vida y junto a él había dos grandes seres oscuros pero con unos ojos de fuego. Cada uno de estos seres medía 5 imponentes metros de altura.
Ri Laj Mam se acercó al demonio y lacónicamente le dijo: “andate de aquí, este no es tu territorio”. El demonio se convirtió en un pequeño chucho, que corrió despavorido hacia la carretera, de pronto pasó un trailer a toda velocidad y lo aplastó con cada una de sus llantas. Los entes se acercaron a Hermenegildo y le dijeron “traidor”, al mismo tiempo los otros hombres corrían en llamas y caían muertos gritando desgarradoramente.
Mientras eso sucedía, el indigente no podía dormir, tenía pesadillas, abrió los ojos y salió a la puerta de su casa. Vio a lo lejos los cuerpos incendiados y el olor que se regaba por todo el pueblo. Vio pasar a Hermenegildo corriendo pero no era ni la sombra de quien todos conocían, había envejecido unos cuarenta años, iba arrastrando los pies y no era capaz ni de hablar, los ojos blancos y encorvado. El indigente bajó la mirada y vio una moneda brillante, cuando se acercó a recogerla escuchó una voz que le dijo suavemente “te devolvieron la vida”.
Pablo Rangel (Ciudad de Guatemala, 1975). Su infancia y adolescencia fueron cercanas al gnosticismo, esoterismo y magia. Desde 1997 se formó en las Ciencias Sociales en la Usac, Noruega y FLACSO. Se dedica a la docencia y escribe desde análisis políticos hasta pequeñas historias de terror y medicina natural.