Una colaboración de Silvia Trujillo | Esquisses

Las mujeres creadoras han ido trazando un camino propio en la escena artística guatemalteca. Camino, por cierto, no exento de grandes desafíos. En el caso particular del teatro, lograron romper los férreos mandatos que solo les permitían representar y producir, para animarse a dirigir y crear. Cuestionaron (y lo siguen haciendo) las propuestas estéticas donde se reproducen estereotipos sexistas y racistas. Pero no solo. A su vez, propusieron debatir desde el escenario los problemas que afectan su vida cotidiana e hicieron contribuciones para mirarlos desde otros puntos de vista. En su gran mayoría, las piezas que ellas han creado no son neutras, conllevan compromiso y posicionamiento político. En ese contexto, a casi veinte años de cumplirse la firma de los Acuerdos de Paz firme y duradera, se produjo un evento que nunca antes había sucedido en el país. Cinco mujeres se subieron al escenario para presentar un festival de monólogos, de su autoría, para desarticular las violencias y apostarle a la construcción de una sociedad donde a hombres y mujeres no se nos siga construyendo desde la desigualdad.

La convocatoria surgió del Centro de Cultura de España en Guatemala, que, en el marco del 25 de noviembre, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, abrió su escenario para presentar este festival que resultó una apuesta por la vida.

El martes 22, Delia Cúmez rompió el hielo con “De las lunas que enterramos” una de las piezas creadas en 2014 el marco de Laboratorio Teatral de Artes Landívar, con la dirección de Víctor Barillas. Al día siguiente fue la creación e interpretación de Vanesa Rivera de la Compañía de Danza Garabato quien presentó “Lochita”, con la dirección de Patricia Orantes y música de Martín Corletto. Posteriormente, el jueves 24, Margarita López Aguilar de la Compañía Artistas Trabajando, con la dirección de Ana Jacobo colocaron “Mercancía de Primera”. Magdalena Morales, el 25 propuso “Quizás”, pieza surgida del proyecto Escénica Poética con la dirección Roxana Ávila (Costa Rica). Finalmente, cerró Amanda Samayoa, con “En adiestramiento me vi”, dirigida, también, por Víctor Barillas.

Crear las piezas que se pusieron en escena no fue un proceso fácil, generalmente implicó formularse muchas preguntas, escribir y borrar, investigar, escuchar a otras y otros, dejar que la idea descansara y retomarla. Las autoras narran que no lo hicieron solas, se valieron de los aportes de compañeros y compañeras de las compañías a las que pertenecen y también de las preguntas y cuestionamientos de quienes las dirigían, así como, de sus propias historias de vida, memorias familiares y dolores que les han atravesado el cuerpo.

Cada una de las producciones, lleva en sí, ideas que se comenzaron a parir en la soledad, pero se terminaron de sembrar colectivamente.

Otro de los desafíos fue enunciar en primera persona o hablar de sí mismas en el escenario. Si bien ese ha sido uno de los cambios en el teatro contemporáneo, cuestionarse el tema de la representación y hacer la transición hacia puestas en escena donde se coloca lo biográfico en el centro, no son apuestas tan fáciles de concretar. Magdalena lo sintetiza explicando “antes nos preguntábamos ¿qué estás diciendo y cómo lo estás diciendo?, hoy decimos ¿quién lo está diciendo?, entonces la legitimidad en escena se vuelve muy potente, ya no se trata sólo de crear personajes”, agrega. “Yo caí en el teatro biográfico, pero no es tan sencillo hablar de ti frente al público, exponerte en el escenario”, concluye.

Sus narrativas parten de sí mismas o de historias que ellas han vivido solas o en colectivo. Ese impulso a los relatos personales se explica por el empoderamiento que ellas han ido construyendo con otras, lo cual les ha implicado recuperar la importancia de su voz, de sus testimonios, memorias y acciones, invisibilizadas hasta no hace mucho tiempo, frente a la hegemonía de las voces y perspectivas masculinas o masculinizadas que han dominado la historia del teatro

PONER EL OJO EN LO COTIDIANO: LA EDUCACIÓN FORMAL COMO ESPACIO DE ADIESTRAMIENTO

La pieza de Amanda surgió en 2014, en el marco del Laboratorio de Artes Landívar. Ella decidió denunciar la violencia del sistema educativo formal. Un adiestramiento que, más que para aprender a leer y escribir, sirve para crear a las mujeres que el sistema patriarcal necesita, sumisas, obedientes, serviles. “Yo sentí la necesidad de empezar a hablar de mi misma, quería hablar de esas reglas que nos ponen en la familia, en el hogar, pero fundamentalmente en la escuela. La educación que recibimos es malísima en todos los ciclos y hay muchas humillaciones en el proceso. De lo que se muestra en la obra, hay muchas de mis experiencias y de lo que les sucedió a mis compañeras. Por ejemplo, una de las escenas donde la maestra me obliga a colocarme en el medio del aula, eso fue cierto, ella me humilló tanto que yo empecé a llorar y luego, les prohibió a mis compañeros pasarme información sobre las tareas. Es cierto que a mí me importaba muy poco todo eso, pero en lugar de tomarlo como un problema derivado de un sistema de enseñanza obsoleto, hacen recaer en tu persona la responsabilidad de ese desinterés”. Tal como se repite en el refranero popular “la letra con sangre entra”, Amanda quiso debatir en torno a esa violencia institucionalizada que conlleva en las niñas, el proceso de convertirse en seres para otros.

De la misma forma, Margarita, apeló a la ironía para cuestionar otra manifestación de esa misma violencia: los concursos de belleza en las escuelas. Su personaje, llamado “leader coaching”, se dedica a entrenar a las mujeres para alcanzar el ideal de belleza que el sistema exige y premia. La historia surgió a partir de una conversación sostenida con su sobrina quien le contó que algunas niñas no querían jugar con ella por ser fea. “Esa conversación me trajo recuerdos de todo lo que me pasó de chavita y de ese rechazo que se siente en el marco de la escuela. La violencia, si bien venía de mis propias compañeras, también significaba un ataque más institucionalizado porque teníamos concursos de belleza en la escuela. De eso han pasado veinte años y seguimos teniéndolos. En lugar de ir mejorando, hoy en día esas ondas que nos oprimen son tan flexibles que suelen acomodarse de una forma muy perversa a todo lo que las mujeres vamos consiguiendo”. No lograr el canon de la belleza occidental es una afrenta a la industria de la belleza que el sistema capitalista ha desarrollado tan profusamente, pero, sobre todo, pone en cuestión el lugar asignado: ser objetivadas, ornamentar los espacios, ser cuerpos para gustar, respondiendo a estéticas impuestas. Quien no lo logra, debe asumir el costo de lo que eso significa, discriminación de los espacios laborales, descalificación y violencias de las congéneres, así como de los hombres, entre otras.

LAS MEMORIAS QUE TRENZAN LEGADOS

En el caso de Delia, quien también fue parte del Laboratorio de Artes Landívar en 2014, hay una abuela que canta las historias que le han contado. Historias que ella escuchó y retomó para dar vida a su propia historia. Fue de esa forma que decidió abordar el tema de la muerte, en la que se incurre cuando se atenta contra el entorno, ese morir un poco cada día en la medida que se mata la naturaleza, lo que sostiene la vida. “Mi punto de partida fueron los búhos, quise saber que búho –hembra o macho– canta a la hora que una mujer muere víctima de femicidio. Cuando les pregunté a las abuelas no supieron responderme porque eso nadie lo sabe. Seguí tratando de enfocar mi tema y me llevó a pensar en la muerte ligada a la destrucción del medio ambiente. De allí, analicé quien iba a contar esa historia y en eso surgió la idea de que mi abuela la contara”. De aquellos relatos sobre la vida y la muerte, de la relación negativa que se produce entre quien destruye y genera su propia auto destrucción en el mismo acto, Delia recuerda que su abuelita se preguntaba en su canto “¿quién decide la muerte? ¿somos nosotros? ¿O son otros seres que se internan en nosotros?”.

A su vez, en “Quizás”, Magdalena articula la voz, pensamiento y acción de muchas mujeres. En primer lugar, los textos de la escritora Vania Vargas. “A mí la obra de Vania me gusta desde que leí su libro Quizás ese día tampoco sea hoy, por el conflicto existencial que plantea, por la forma como retrata la crudeza de vivir en esta sociedad, la soledad, la migración, el desarraigo, entonces, había muchas cosas que me gustaban. Pero, además, esa obra tenía dos temas que me interesaban: la identidad cultural y el tema de género. Así que acepté el reto”. En segundo lugar, la dirección y guía de la directora Roxana Ávila. “En las primeras conversaciones con ella yo enfaticé el hecho que las mujeres hemos sido construidas por otras mujeres, que yo me reconozco heredera de mi mamá, mi abuela, mi hermana, y es cuando ella me planteó la idea que en escena fuéramos varias mujeres, pero yo misma a la vez”. Así fue incorporado el legado de otras mujeres en la vida de la actriz, “lo resolvimos con cuatro muñecas. Hubo que investigar sobre la construcción de personajes con títeres y así llegamos a la compañía Hormiga. Ellos armaron los personajes, los vistieron con ropa de mi abuela, mi mamá y mía porque desde el inicio no las trataron como muñecas sino como “espíritus”. Todo fue muy poético. Finalmente, en la pieza yo deconstruyo mi identidad, me pregunto de qué está construida mi subjetividad, para terminar el viaje escénico sabiendo quien soy. Por eso así termina la obra: yo soy Magdalena”.

Vanesa también necesitaba hablar de los legados, de las mujeres cuyas luchas han abierto brecha. “Hace mucho tiempo teníamos ganas de hacer algo juntas con Patricia Orantes. Después de mucho trabajo, decidimos hacer una obra dedicada a las desaparecidas, a las mujeres que perdieron a su familia. Lochita, es un pequeño homenaje, una pequeña ofrenda a las mujeres, a los desaparecidos, a las personas víctimas del conflicto armado. La mayoría de mis coreografías se inspiran en Guatemala, siento la necesidad de manifestar con mi lenguaje lo que veo o siento en mi país. Esta obra reúne elementos del teatro, la danza y la música, significa un nuevo mundo para mí, encontrarme con la palabra hace que esta obra esté llena de mí y de las voces de mujeres que he escuchado. Es una obra que habla de la memoria de un país que necesita nombrar a sus desaparecidos, significa no darle la espalda a la historia, sino compartirla desde mi mundo para que no se repitan los hechos brutales. Además, es llevar a la escena la historia de mujeres que nadie nombra, porque nadie las reclama. Lochita es una ficción, pero hubo muchas Lochitas huyendo durante el conflicto armado y no sabemos dónde están sus huesos”.

FORTALECER LA APUESTA, NOMBRARLA Y SEGUIR CONSTRUYENDO CAMINO

Este primer festival, ha dejado en evidencia que tienen preocupaciones y puntos de vista compartidos sobre la identidad cultural, la historia, la memoria, las violencias, pero también las sororidades y los legados que las han alimentado.

Reconocen que fue una experiencia que les ha dejado varias lecciones y que, a partir de ahora, los desafíos van en aumento. Pero quieren redoblar la apuesta. No solo repetir el festival, “tenemos que rediscutir el concepto, armarlo entre todas, porque si bien es cierto que es “de mujeres”, eso es muy amplio y cabe de todo. Hay que sentarse a dialogar y construir qué somos, qué queremos, qué concepto vamos a utilizar”, enfatiza Magdalena. Además, se proponen llevarlo a otros lugares del país, pero eso les implica romper otro cerco. Al respecto Margarita apunta que “existen muy pocos lugares donde se pueda presentar un festival como este, no hay un circuito de salas, no se abren fácilmente las posibilidades, eso no ayuda para producir más, para generar más propuestas, porque al final producís para hacer diez funciones”. Vanesa argumentó que “el proyecto fue muy interesante y con mucho potencial, en el futuro se puede enriquecer el Festival Monólogos de Mujeres con más actividades y con participación de otras instituciones porque la escena tiene fuerza” enfatiza Vanesa.

Esperemos que este primer festival de monólogos de mujeres no haya sido el único, fue una celebración de la vida, cinco días dedicados a reflexionar, reírse, dejarse conmover, indignarse. Se hizo referencia a lo que nos afecta como mujeres, pero no para afirmarse en la victimización sino justamente para demostrar cómo es posible salir de esa situación. Vimos teatro con compromiso, de ese que no abunda en la escena y que es tan necesario. Lo celebro y anhelo que se repita.

Amanda decidió denunciar la violencia del sistema educativo formal. Un adiestramiento que, más que para aprender a leer y escribir, sirve para crear a las mujeres que el sistema patriarcal necesita, sumisas, obedientes, serviles.

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