Una colaboración de Juan Pablo González de León |Barrancópolis

Son las cuatro treinta de la mañana del 18 de noviembre de 2015 en la ciudad de Guatemala. Los motoristas recorren la ciudad para entregar los diarios a tiempo, uno que otro transeúnte se interna en las calles desoladas, mientras se observa a un grupo de albañiles sobre unos andamios ajustados con lazos plásticos en la parte alta de un edificio de apartamentos ubicado en la esquina de la 5ª. avenida y 15 calle de la zona 1, del Centro Histórico.

Los albañiles preparan la mezcla: una parte de cemento, otra de cal y cuatro de arena. La cal servirá para evitar que los azulejos se despeguen dice el capataz. Sí, los azulejos se apilaran sobre un mural de algún autor[1] de mierda dijo el dueño del edificio. Bien puede que sea como los grafitis de cualquier otro vándalo.

Sin saber, claro, que los azulejos sepultarán para siempre los murales del pintor, escultor y muralista guatemalteco Roberto González Goyri. Esto me hizo recordar lo ocurrido con la estatua de Tasso Hadjidodou[2], promotor cultural, que en julio de 2015 fue retirada por tercera vez del “Paseo de la Sexta”. Esto debido a que algunas personas la dañaron seriamente quebrándole la nariz, una pierna, hurtándole los antejos y colocándole una playera para mofarse así de uno de los más grandes promotores de la cultura guatemalteca.

Años atrás los murales de mayólica[3] elaborados por Efraín Recinos en el interior del Aeropuerto Internacional La Aurora de la ciudad de Guatemala, ubicados en los alrededores de los cubos donde se encontraban los elevadores y los sanitarios, fueron demolidos por completo, debido a la remodelación del aeropuerto en el 2006.

Tiempo atrás (2002), el mismo González Goyri citado por Gustavo Adolfo Montenegro en su artículo Menosprecio mural indicaba lo siguiente: “Yo ya les dije a los del IGSS, que hay que poner a un obrero calificado para repararlo antes que se dañe más, pero o no tienen el dinero o no tienen el interés”, dijo el maestro en relación al desgaste y deterioro del mosaico mural de Carlos Mérida ubicado en el estanque que se encuentra a la entrada de las oficinas centrales del Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS) en el Centro Cívico de la ciudad.

Fernando Gómez Aguilera en su texto: Arte, ciudadanía y espacio público expone: “la ciudad construida por el Movimiento Moderno ha desatendido el espacio público. Progresivamente, se ha enfriado, se ha vuelto hostil para el ciudadano, que la percibe como una “máquina de habitar” o de producir, en consonancia con los deseos de los promotores y proyectistas.”

Algo que contrasta de sobremanera con lo planteado por el filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas quien define algunas características que debe ofrecer el espacio público, tales como:

* La inclusividad, al referirse a que el espacio debe ser accesible para todos sin distinción.

* El carácter igualitario. Es decir, nadie tiene la prioridad sobre el otro. Se comparte desde una posición igualitaria.

* La apertura puesto que, cualquier asunto puede ser lanzado a discusión entre todos los participantes.

De ahí entonces que entendamos el espacio público desde una dimensión físico-territorial que se caracterizará por ser un territorio visible, accesible para todos y con un marcado carácter de centralidad. Es decir, un lugar que no ofrece ninguna resistencia al individuo.

Por su parte, Néstor García Canclini en su artículo: Ciudad invisible, ciudad vigilada plantea que: “Nos damos cuenta que vivimos en ciudades porque nos apropiamos de sus espacios: casas y parques, calles y viaductos. Pero no recorremos la ciudad sólo a través de medios de transporte sino también con los relatos e imágenes que confieren apariencia de realidad aun a lo invisible (…)”

Invisible vendrá a ser la palabra clave en esta construcción teórica. Puesto que, tanto el público como el espacio público se convierten en elementos invisibles dentro de la ciudad…

Invisibles desde la indiferencia, desde el descuido y la construcción de una memoria de zapping que no hace sino convertirnos en cómplices de los asesinatos culturales que ocurren en la ciudad. Esto reforzado por los complejos habitacionales tal y como lo expresa Gómez Aguilera al indicar: “El espacio público convencional se ha diluido en avenidas de tránsito y genéricas zonas verdes sin personalidad, mientras que los restos supervivientes naufragan en el anonimato y la desvalorización.” Más adelante, Aguilera en su texto Arte, ciudadanía y espacio público plantea: “El espacio público ha retrocedido y perdido calidad, mientras asistimos a una gran demanda sobre plazas y calles en forma de colonización publicitaria (auténtico arte público de nuestra época para algunos críticos y artistas) y de privatización creciente del espacio público (terrazas, kioscos…), desarrolla de forma entrópica, con notables déficits estéticos.”

Para Jesús Cuenca Bonilla en su artículo Arte y espacio público al tomar como base a García Canclini expone que las actividades artísticas desarrolladas en la actualidad pueden agruparse en 3 grupos, cito:

* Las que procuran modificar la discusión del arte trasladando obras de exhibición habitual en museos, galerías y teatros a lugares abiertos, o a lugares cerrados cuya función normal no está relacionada con actividades artísticas. [4] Por ejemplo, el domo instalado por la Municipalidad de Guatemala durante abril del presente año en la Plaza Central de la Constitución, en la que los visitantes podían observar diversos cuadros de artistas guatemaltecos, propiedad de entidades privadas y públicas.

* Las obras destinadas a la modificación del entorno, y el diseño de nuevos ambientes.

* Acciones que ofrecen la posibilidad de interacción entre el autor y el destinatario de la obra y/o nuevas posibilidades perceptivas.

En estos rubros, el segundo y tercero, podemos incluir algunas manifestaciones artísticas que han servido como un respirador artificial para una ciudad cuyo arte público ha sido violentado. Cual válvula de escape existen propuestas artísticas que hacen del espacio público su escenario predilecto, tales como las propuestas del Buró de Intervenciones Públicas (BIP), proyecto que ha sido seleccionado para la Bienal de Arte Paiz del próximo año, y que surge, según sus realizadores, Stefan Benchoam y Christian Ochaita, a raíz de la falta de espacios públicos y estructuras para la recreación y socialización en la ciudad de Guatemala.

La Jungla de hamacas intervención realizada en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo de Costa Rica en el 2013, la instalación de un resbaladero gigante en un espacio desocupado entre dos edificios o bien, la instalación de canchas de fútbol en la calle para el proyecto: “una cancha, muchas canchas” en la zona 3 de la Ciudad de Guatemala.

Para los realizadores del Buró de Intervenciones Públicas se da un juego utópico en el que se tiene la esperanza de modificar la forma en que los ciudadanos se relacionan con los espacios abiertos de sus ciudades. En este sentido habrá que recordar lo que Tania Bruguera expone en su introducción al Arte Útil donde indica: “El prejuicio que existe frente al uso práctico del arte es, que de esta manera se convierte en diseño.” Sin embargo, ella misma, más adelante plantea cuál es la belleza que se busca: “Pero el componente utilitario que yo busco no está direccionado a hacer algo que ya es útil más hermoso, sino por el contrario, en enfocarse en la belleza de ser útil. (…) El arte útil es una manera de trabajar con experiencias estéticas que se enfocan en la implementación del arte en la sociedad, donde la función del arte ya no es un espacio para señalar problemas, sino un lugar desde el cual se crean propuestas y se implementan posibles soluciones.”

De ahí entonces que puedan destacarse algunas propuestas esporádicas en el espectro cultural guatemalteco junto al Buró de Intervenciones Públicas. Tal y como lo fue la instalación de una guillotina frente al Palacio Nacional de la Cultura realizada por el artista Jorge de León el 7 de septiembre de 2015, un día después de las votaciones para elegir al gobernante de Guatemala durante los próximos cuatro años. De León indicó al vespertino La Hora que planificó la acción un mes atrás y que esperó el momento y la coyuntura adecuada para realizar la instalación. Esto como una reacción ante la situación política-social que el país vivió durante los meses de protestas y además, como una analogía con los orígenes de la república durante la Revolución Francesa. De León indica al final de la nota que la instalación sería desarmada por la noche y se utilizaría, posiblemente, en otras locaciones de la ciudad. Hasta el momento no ha existido un registro de que se haya utilizado en otra instalación.

Estas propuestas artísticas (BIP, De León y otros artistas) sirven como aliciente para los asesinos seriales del arte público e indicarles que aún quedan víctimas por cobrar puesto que estas no son ni deben ser parte del paisaje visual urbano. Tal y como lo plantea Aguilera al referir: “Formas y colores heterogéneos, de muy dispar calidad, se repiten masivamente, invaden la ciudad y conforman el paisaje visual urbano estandarizado, y, en no pocos episodios, banal, que hoy caracteriza las ciudades del mundo.”

Pareciera entonces que la solución a todo ello sería enclaustrar el arte, engavetarlo, acondicionarlo y a su vez, alejarlo de la esfera pública. Tal y como lo presenta Canclini al extrapolar el término “ciudades atrincheradas” hacia las consideraciones del arte en Guatemala. Puesto que expone que uno de los procedimientos de invisibilización de las ciudades se deriva de las nuevas formas de segregación espacial que producen quienes se encierran y ocultan mediante muros, rejas, la privatización de calles y dispositivos electrónicos de seguridad. En tal sentido, la dimensión físico territorial del espacio público para el arte en Guatemala se reduciría entonces a una óptica desde lo privado.

Claro, el “cubo blanco” bien puede ser la salvación del arte. No obstante, si la utilidad del arte como tal, debe reducirse a la contemplación y de ahí que nos conmueva, ¿qué ocurre con esas obras que permanecen atrapadas en las bodegas de alguna fundación, museos o galerías?, ¿qué ocurre con esas obras que por criterios de curaduría o institucionales no son expuestas al público?, ¿de qué sirve entonces que los textiles se conserven enclaustrados bajo las condiciones necesarias entre los máximos tesoros de un museo si nadie los verá nunca?; ¿no implica esta inutilidad del arte (al perder su potencialidad de ser contemplado), incluso, un asesinato serial del mismo?…

Ni que hablar de la democratización del arte que no es más que una utopía endémica en un país cuya democracia política-social y pública parece una farsa con actos cada cuatro años.

Son las siete y treinta de la mañana, los albañiles han hecho un gran trabajo, han cubierto el cadáver de los murales del maestro Goyri. Y todo sigue igual, en un día cualquiera en la Ciudad de Guatemala.

Juan Pablo González de León. Docente, investigador y agente cultural. Licenciado en Letras por la Universidad de San Carlos de Guatemala. Actualmente elabora su tesis de graduación de la Maestría en Literatura Hispanoamericana en la Universidad Rafael Landívar y colabora para el Catalogo digital de arte centroamericano 9 de junio.

[1] Roberto González Goyri (1924-2013) pintor, escultor y muralista guatemalteco.

[2] Nació en Bélgica el 9 de julio de 1921 y murió en la ciudad de Guatemala el 24 de noviembre de 2012. Legendario promotor cultural en Guatemala.

[3] Nombre que se da al tipo de decoración cerámica sobre loza con un esmalte metálico, fabricado antiguamente por los árabes y españoles.

[4] Jesús Cuenca Bonilla. Arte y espacio público.

“Nos damos cuenta que vivimos en ciudades porque nos apropiamos de sus espacios: casas y parques, calles y viaductos. Pero no recorremos la ciudad sólo a través de medios de transporte sino también con los relatos e imágenes que confieren apariencia de realidad aun a lo invisible (…)”
Néstor García Canclini, en Ciudad invisible, ciudad vigilada.

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