Una colaboración de Ángel Valdez | Barrancópolis

En el principio, el fiambre era blanco, todas y todos lo comían y degustaban en santa paz. Su dominio en las mesas de las y los comensales era total.

Por ser comida de muertos, para honrar a los difuntos, el color era el nexo de unión con los que nos habían antecedido en el camino de la eternidad. Y qué mejor enlace que el blanco propio de las almas que ese día salen a deambular y visitar su antigua morada terrena.

Era la paz de las mesas, la unión en los muros de féisbuc, la armonía en los paladares. Ni una confrontación se atisbaba en el horizonte, el fiambre blanco imperaba a sus anchas.

Pero las fuerzas de las tinieblas, no contentas con tanta tranquilidad entre los mortales terrenos; al contemplar tal dechado de hermandad culinaria, se confabularon en aquellos tiempos perdidos de la historia, celebraron un conciliábulo y urdieron un plan maléfico.

«¡Dividamos a la gente! confundamos sus paladares y alteremos su vista. Forcemos a que tenga color rojo y forjemos en sus mentes tal convicción, que persigan a quienes persistan en las antiguas costumbres del fiambre blanco.»

Y así lo hicieron.

En una mesa, reunida la familia un primero de noviembre, después de haber ido a florear a sus finados, el poseído por estas energías negativas, espectros de lo funesto en el buen comer, les hicieron creer que se vería mejor y gustaría más, añadiendo como ingrediente principal la remolacha.

«El otro año, deberíamos cambiar y hacerlo como si fuera curtido para enchiladas», dijo uno.

Y en coro repitieron las y los poseídos en aquel festín:

«Si, tenés razón, así lo haremos»

Al año siguiente introdujeron ese cambio, de tal forma el mal, encarnado en el encurtido de las remolachas, se apoderó del fiambre.

Desde entonces, en aquel momento lejano de los tiempos, previo al día de finados, se repite esa batalla campal entre el bien y el mal, entre el buen gusto en el comer representado por el fiambre blanco y los espíritus malignos del mal yantar inculcado, inoculado en el paladar de los degustadores del fiambre rojo.

O no. Puede ser precisamente lo contrario y lo malo sea más bien bueno, verdad oculta a conveniencia por los poseedores de la verdad hegemónica, los degustadores albófilos, manipuladores maquiavélicos por antonomasia. Puede que incluso ningún encurtido sea el verdadero portador de la divinidad, y dicha mitología maniquea se encargue de darle importancia a asuntos notablemente intrascendentes. Pero cómo saberlo.
Fin

Tomado de: Gran Historia de la Humanidad. Biblioteca Galáctica de Trantor. Tomo I «En los orígenes».

Ángel Valdez Estrada (Guatemala, 1967). Actualmente trabaja como docente en la Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos de Guatemala, escribe textos de investigación y en sus ratos libres redacta historias cortas de ficción.

¡Dividamos a la gente! confundamos sus paladares y alteremos su vista. Forcemos a que tenga color rojo y forjemos en sus mentes tal convicción, que persigan a quienes persistan en las antiguas costumbres del fiambre blanco.

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