Una colaboración de Joseph Herrera | Barrancópolis

Es el primer domingo de septiembre y las calles del centro parecen desérticas, solo cerca de la 18 calle y Plaza Barrios hay movimiento y tensión humana; ventas y transeúntes que no reconocen el cierre dominical de bancos, oficinas y demás negocios formales, en la economía informal todos los días se lucha por el pan.

Sigo mi camino fiero y ligero, en esta ocasión soy solo yo contra el mundo, letrista y soñador. Me presento al combate cultural de los beats y las rimas, como un condenado a muerte, caminando entre las calles absurdas de un domingo cualquiera, para variar voy media hora tarde a pesar de mi cálculo esquizofrénico sobre el tiempo –no es contra vos Salazar–.

Llego, sin darme cuenta dentro de mi propia dispersión, al lugar indicado: La Bodega Skate Park ubicada en la esquina de la 20 calle y 11 avenida, en los bordes expeditos entre la zona 1 y la zona 5. Me recibe una edificación pintada completamente de negro, con coloridos grafitis y tags en sus muros, y en las fachadas de las casas de al lado y las de la otra banqueta. Pasando frente a la entrada de este espacio recuperado para el rap y el hip hop, mi mente activa la autocomplacencia y pienso: Aun no ha empezado y hay poca gente; total ya vengo tarde, sigo derecho hasta llegar a la tienda en la esquina siguiente de la 19 calle y 11 avenida.

Al entrar me topo con dos señores ya veteranos guariando –después se presentarían como hermanos y a mí se me olvidarían sus nombres–, uno de pie y el otro sentado viendo hacia el mostrador de la tienda como si estuvieran en un bar en las zonas más burguesas de esta ciudad; los dos veteranos me ven de pies a cabeza, yo no me inmuto, saludo y establezco mi relación de intercambio mercantil con el dependiente, que a esta hora de la tarde ya está por colgar los ojos. Cuando el dependiente me da mi cajetilla de sirios y tres taconudas de la bebida oligárquica preferida por la población chapina: ¡Pensé que nos ibas a robar! –Dijo el que estaba de pie–; ¿Porque pensaron eso? –tanteé poniéndome el sirio en la boca y viéndolos con una sonrisa cínica–; venís vestido así y caminas con un aire de no sé qué locura por la cabeza, además no deberías fumar, eso hace mal –explicó el que estaba sentado abriendo el octavo–; en este país es un crimen ser joven –les dije ya con cinismo desbordado–, y viendo hacia la entrada de la tienda cómo se acercaba un grupo de cinco chavos con sus referentes gorras planas, pantalones flojos y tenis coloridos Adidas y Nike; estos chatos sí nos van a poner –repliqué con un mesianismo y solemnidad sombría–; los dos hermanos junto con el dependiente se quedaron taciturnos, con la vista clavada en la puerta, mientras el grupo de chavos se despliega al mejor estilo de las bandas angelinas de los 80s y penetra en el local; buenas tardes –dice el primero en pasar el portal–; buenas –replicamos–; el tercero en entrar es un conocido, amigo de un amigo de una amiga y de otra noche en que la juventud me expelió por los poros. ¡Bueno me voy, salud! –les digo a los dos dones y al dependiente–; con cuidado patojo, pórtate bien –dice el que está de pie–; ¡trataré! –Certifico con una sonrisa–.

Retomo mi camino a La Bodega. Los perros pasan ladrando en la periferia del hip hop, andan en ascuas a ver qué cazan, a quién se llevan, las patrullas están estacionadas en todo el perímetro de la tierra liberada por las rimas y los versos. Al entrar a La Bodega, luego de un rápido trámite con el portero y el saca-bolos, ya estoy en la arena –nueva para mí–. Dos chicas bailan en medio de este coliseo al ritmo de las mezclas de los samples, evidentemente no ha comenzado. Me acomodo al frente del escenario y confirmo algo que ya tenía muy clareado en la percepción: La juventud fuma desquiciada, como si no hubiese mañana… y efectivamente, en esta patria no hay mañana que no se parezca al hoy sin esperanza.

Lo que sobra en este aluvión es el estilo eminentemente calle, ese espíritu insumiso revestido de tenis, camisas largas y sudaderas. Me resiento de las muchas veces que dije que esta música era plástica, por ser hecha por medio de las plataformas tecnológicas y no ejecutadas en instrumentos; la música no es plástica, si esta nace desde las penurias que solo la realidad posee. Después de bajonearme unos tacos y tomarme una de esas frías cadenas oligárquicas, procedo a conseguir el material discográfico que se está presentando: Qué Loquera, del trío de raperos que forman crew en Poesía Callejera. Tan fogoso que cuando compré el disco aún estaba ese olor que deja la grabación y quemada digital.

Sigo con mi misión y busco el mejor sitio para ver este suceso, termino por treparme al lugar más elevado, hago de una mesa (en donde están otros dos gorras planas) mi centro de operaciones. Es un concierto eminentemente masculino, con muy escasa representación femenina a nivel del suelo y en el escenario. Los disc jockeys Mad Miky y Nameless Dread son potentes, pero no hay nada como los versos en carne y hueso. Todo retumba en la casa, el sudor y las rimas se manifiestan de la mano de versistas de la talla de: Luda –Que hace al mismo tiempo las veces de maestro de ceremonias–, Código Clandestino, Desorden, Divari Pashuli, 3NT y ADN Poseído.

El espectáculo se arma de manera tan aleatoria que al lugar se presenta Lou G, seguido después por Kontra y Zaki Zombie que junto a Luda terminarán improvisando una bienvenida al nuevo material discográfico en esta batalla cultural, que por cosa rara se intercala con una bandera nacional que ondea de la mano de un chavo en la primera fila del espectáculo, otro fenómeno que podría acentuar más la tesis que se tiene sobre que las capas medias urbanas se están pauperizando y esto ha hecho que el movimiento hip hop y rap en Guatemala tengan este auge nunca antes visto.

El último en subirse al escenario para darle la bienvenida al Qué Loquera de Poesía Callejera, es Divari Pashuli, que afirma en una de sus rolas: La juventud se droga, así se desahoga, esto me deja comprobar que lo que hay en este anfiteatro donde las tablas están bien altas, el humo es espeso y el flow es un contundente grito de guerra, es una batalla. Yo no describo artistas –no es esa mi motivación–, yo me pierdo en los pasajes que deja la contienda por la cultura. El campo de operaciones de esta batalla es tan híbrido que, no se lucha en las plazas ni en los montes, se lucha en las conciencias por arrebatarle la batuta ideológica a los dueños de la finca. Las filas que engrosan a este ejército rapero son tan amplias que previo al desmadre inaugurado por los poetas callejeros, puedo visualizar que está presente en el recinto el padre con su hija a la que alza en brazos, también nos acompaña el estudiante dominical por madurez, que le agrega, con su uniforme de instituto del centro, más colorido a este camino inmutable hacia la victoria de los versos de la calle por sobre los discursos hegemónicos de las tribunas y los palacios.

En breve se baja Divari y se suben los poetas de la calle a presentar su más reciente material, que es sobre todo rimbombante, que es más hip hop que rap. La explanada de gorras planas se estruja y se acerca al escenario, empieza la rima y la torna se hace una con las voces de estos dos poetas. De pronto el paisaje parece estar completo, a nivel del suelo todos alzan las manos y llevan el flow desde las entrañas del desorden humano hasta hacerlas parte del colectivo que hoy recibe a estos altos representantes de la vanguardia cultural, que en cada verso sacan del ostracismo al que se ha condenado a la cultura popular, a la calle como madre de las penas, pero también de los sueños.

¿Cómo podría un régimen incapaz, asaltar el cielo que la juventud levantó en su infierno?

Poesía Callejera nace en noviembre del 2008 luego de que uno de sus miembros obtuviera el segundo lugar en la batalla de los gallos de Red Bull. Ese acontecimiento despertaría en Kevin, Lervin, David (el Profe), Gustavo y Luis Fernando, el interés de formar un crew y producir rap guatemalteco.


Joseph Manuel Herrera (Ciudad de Guatemala, 1993-…): El inútil de su familia, mal logrado intento de historiador más no de maestro y rojo centroamericano interesado en que todo arda.

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