Por Mercedes Guzmán

Yo paseaba por la calle, seguía los pasos del valentón que se dice que es aquel a quien el ojo enciende una mujer astuta. Esa noche con olor a licor y tantos excesos deambulaba por esos barrios oscuros. Los árboles eran mudos vigilantes y yo una mujer con arma blanca en mano para mi resguardo.

Se dice que las señoritas son sumisas y no tenebrosas. Yo solo encajo con el marco de los ojos negros tal como la profundidad de esa noche. La noche sin luna y sin destinos, la noche sin aspiración de proezas sino solo de respeto al dolor. Iba yo alabando la estética del llanto, balbuceando poesía de esas que pertenecen a los enamorados imaginarios. Sin estrellas que iluminaran el asfalto seguí caminado a ciegas. Gritos, risas y más olores semejantes a los submundos que enraízan la ignorancia.

Divisé un albor y escuché un vocablo… un jadeo. La melodía de mi mocedad regresó a mi estropeada percepción. Era un espejo o quizá una nube de lamento ya que, sin pronunciar fonema, me ofrecía su mano siniestra, pero sonrió con divina blancura; era aquella como un alma irreal que me pedía su encuentro y suplicó que no desgarrara mis lamentos aquella noche sin luna.

Se presentó muy seguro de sí: «Tu lado luminoso soy, impido que te ahogues de vergüenza y no sucumbas a la tristeza para que juntos reinemos de nuevo en tu ya consumido cuerpo». Nuestras palmas unidas se reflejaban como mellizos recién nacidos. Su voz era tranquila, su voz me advertía. No confié en su guía, pero la curiosidad reclamaba mi meta. Moraba en mi alma la melancolía y desdicha, la nostalgia y la alegría, las sonrisas irónicas que nos regala la vida. Él no calzaba, sus pies ya no pisaban asfalto sino espinas. No se quejó por el dolor, miraba atento la meta que anhelaba.

Ambos esperamos el alba, los matices no se apresuraban. Yo lancé el cuchillo a las olas al entender la misión del que se presentaba. Más que indefensa, era libre; no dependía de la muerte para liberarme de la soledad ¿Es acaso una solución acabar con la fuente de respuestas? ¿Debes derrumbar la carretera para impedir un choque? ¿Quién más podía recobrarme?

Me llamó por mi nombre, conocía lo que reprimí, veía hasta la parte más errada de mi mente, pero no hería mi corazón. No era lo que yo entendía de este mundo lleno de injusticia y depresiones. Estaba desconcertada, no se le permitía existir. Así nos moldea el sistema, el protocolo, no nos permite aprender a vivir; borra la esencia. Pero estábamos allí.

En el horizonte se veía al sol despertar, era el invitado especial. Era maravilloso, era inconcebible, era mi alma resucitada. Sentimientos salían acompañados de sus sombras; inspiración y oxigeno revitalizaban los huecos de mis pulmones. Mi corazón palpitaba, logré escuchar. Juntos con las palmas unidas miramos el alba, el sol, el amanecer. Solemne espectáculo, un bello florecer.

«Soy tu lado luminoso, sígueme. Ya no tendrás más las noches sin luna».


Mercedes Guzmán, guatemalteca de 13 años. Actualmente trabaja en su primer libro y además está buscando una casa editorial.

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