Por Jairo Alarcón Rodas

Las palabras limitan la intención y extensión de las cosas, la realidad pierde su dinamismo con el simbolismo del lenguaje. Así, por más que se detalle lo que es una persona, por ejemplo, nunca se agota lo que ella es. El conocer, en este caso, queda en un plano superficial, no profundo. La profundidad la establece la serie de manifestaciones del objeto de conocimiento que obliga a un continuo contacto con éste. De ahí que hay ideas de las que se hace imposible hablar con propiedad dada su naturaleza.

Parménides, filósofo originario de Elea, antigua región del sur de Italia, en su poema sobre la naturaleza insta a seguir el camino de la investigación. Anteriormente, su maestro Jenófanes de Colofón había dicho, ciertamente los dioses no revelaron todas las cosas desde el principio a los hombres, sino que, mediante la investigación, llegan estos con el tiempo a descubrir cosas mejores. Es la investigación que devela lo oculto de la naturaleza para los seres humanos.

Con ello pretende disuadir a aquellos que cautivados por lo aparente, doxa, opinión sensible, escogen la vía equivocada de la correcta, aletheia, lo que significa el paso de lo sensible a lo comprensible: al ser. De ahí que el ser es y no puede no ser, señala el filósofo de Elea. Por el contrario, el no ser, no es y es necesario que no sea. Con estas tautologías nos dice que lo real y verdadero constituye el ser.

Pero ¿qué es lo que caracteriza al ser? El ser es la abstracción más general de todos los seres-cosa y en consecuencia no cambia, permanece; ya que si cambiara habría algo más y ya no sería lo que es. Werner Jaeger señala en la Paideia: El Ser es ajeno al devenir, inmutable y, por lo tanto, imperecedero, completo y único, inconmovible y eterno, omnipresente, unitario, coherente, indivisible, homogéneo, ilimitado y concluso.

Es como una esfera a la que no le penetra nada ni le sale nada, el ser es pleno. El ser no se corrompe, ya que lo que tiende a corromperse es lo que cambia, lo que se transforma: el no ser. Y dado que el ser no tiene ni movimiento de alteración ni traslación, permanece como es: inalterado, anulando todo espacio y tiempo. Así, es el no ser el que se altera y se corrompe y por ello cambia, ya que nace y perece, siendo éste el ser en tanto que es cosa: el que es sensiblemente aprehensible y consecuentemente constituye el universo de los particulares. En consecuencia, los objetos, las cosas, los individuales, están y se hacen patentes por participación del ser puro, constituyendo lo aparente, lo que no es.

SER Y PENSAR

Si el ser puro, el puro ser cambiara, ya no sería lo que es y sería un ser cosa. El ser es la forma más universal de los universales, lo completo y la perfección. De ahí que del ser puro no se puede hablar, porque al expresarse a través de las palabras se convierte en cosa, que no es lo que pretende ser. De ahí que éste únicamente puede ser objeto del pensamiento. Es por eso que Parménides afirma que el pensamiento y el ser son uno y lo mismo. Más tarde Hegel diría, todo lo real es racional, como lo racional, real. Siendo el ser una categoría lógica e irreductible constituye, lo que Andrónico de Rodas denominó lo metafísico. Es decir, lo que está más allá de lo físico, de lo sensiblemente aprehensible, de lo particular. Por lo tanto, al ser el ser inteligible no se puede ver ni tocar y si se habla de él se le limita, convirtiéndolo en una cosa que pierde su cualidad original.

Desde la perspectiva teológica, ocurre lo mismo con la idea de Dios dada su perfección, eternidad, omnipresencia y omnisciencia. Dice Apocalipsis 1:8, Yo soy el Alfa y el Omega, dice el señor Dios. Aquel que Es, que era y ha de venir, el Todopoderoso. Descartes, al señalar que la idea de Dios es la única en la cual hay algo que no puede venir de uno mismo, en cuanto que no posee ninguna de las perfecciones que están representadas en esta idea, concluye que tuvo que ser puesta por Dios. En tal sentido la perfección le es ajena a un ser imperfecto. No obstante David Hume da respuesta a la presencia de la idea de Dios en el ser humano a partir de la idea compleja de un ser que es llevado de la imperfección a la perfección. En ambos casos sobre la perfección no se puede hablar, ya que si se habla se limita y al hacerlo deja de ser perfecto.

EL ANTROPOMORFISMO

Es por ello que se recurre al antropomorfismo, dado que no se alcanza a comprender las ideas como la perfección, eternidad, omnisciencia y omnipresencia. Y es que los humanos no pueden hacerse una idea de Dios sino a partir de ellos mismos. Por eso existen tantas contradicciones entre la idea de perfección y las cualidades otorgadas a Dios, principalmente el judeo-cristiano. Decir que Dios es amor, es bello, es vengativo, paciente, justo, etc., no tiene sentido en un ser que es perfecto ya que se le está personificando, otorgándole cualidades humanas ajenas a su naturaleza. Feuerbach dice, Dios, como Dios, como ser no sentimental ni materialmente definido, no humano y no finito, es solamente objeto de la inteligencia. Y como tal no puede tener una presencia sensible.

Es más, dentro del contexto teológico, no debiera personificarse por la simple razón de ser perfecto, ilimitado, eterno,… Y al no tener otra forma de configurar su presencia se le otorgan cualidades antropomórficas. Todas esas son características humanas que se extienden a la idea de un ser supremo, estimándose por eso, más cercano. Ya Jenófanes había hecho una crítica al antropomorfismo al señalar: Los hombres creen que los dioses han tenido nacimiento y poseen voz y cuerpo semejantes al nuestro. Por esto los etíopes hacen a sus dioses chatos y negros, los tracios dicen que tienen ojos azules y cabellos rojos; también los bueyes, los caballos y leones, si pudieran, imaginarían sus dioses a su semejanza. Derivado de ello, al estar Dios investido de cualidades humanas, ya no representa lo que originariamente es, convirtiéndose así en otra cosa. No es lo sensible el camino correcto, diría Parménides, es el de la razón.

Las palabras tienen la particularidad que limitan lo que expresan, a lo que hacen referencia, a lo que nombran, dado el devenir de las cosas y en determinados casos por su esencialidad. Al hacer uso de conceptos, que constituyen términos, palabras que restringen la realidad, se hace referencia a un entorno que, en términos de Henri Bergson, representan una realidad congelada; fotografías del devenir de las cosas. De ahí que en primera instancia, está la imposibilidad lógica de hablar acerca de Dios ya que al hacerlo se estaría limitando lo ilimitado y por otra, la imposibilidad de su viabilidad ontológica desde la esfera racional y empírica. Reitera Bertrand Russell, en realidad, sólo a las analíticas, es decir, a las proposiciones cuya negación supone una contradicción manifiesta. Yo sólo podría admitir un ser necesario si hubiera un ser cuya existencia sólo pudiere negarse mediante una contradicción. … pienso que no puede decirse nunca que un sujeto nombrado existe significativamente, sino sólo un sujeto descrito. Y que la existencia, en realidad, no es, definitivamente, un predicado.

LA IMPOSIBILIDAD DE HABLAR DE UN SER PERFECTO

Siguiendo la prueba de Anselmo de Canterbury sobre la existencia de Dios, Descartes señala que si es posible concebir la idea de un ser perfecto tiene que poseer la existencia, ya que si no la poseyera no lo sería. En tal sentido, de la esencia del ser perfecto necesariamente se predica su existencia. Anteriormente, el filósofo persa Avicena, en el siglo XI ya había señalado que Dios es la causa primera, necesariamente existente. Sin embargo el ser es porque existe. Ante tales argumentos David Hume señala: no hay ser alguno cuya existencia sea demostrable a priori, dado que su opuesto, es decir, su no existencia, no implica contradicción.

Al respecto Kant dice: El concepto de un ser supremo es una idea muy útil por muchos conceptos; pero el hecho mismo que es una idea, es incapaz el concepto de acrecentar por sí solo nuestro conocimiento con relación a lo que existe. Aunque en la Crítica de la razón pura Kant demuestra la imposibilidad ontológica de la prueba cartesiana sobre la existencia de Dios, en la Crítica de la Razón práctica señala su necesidad. Sin embargo, no se puede afirmar que la idea de un ser perfecto tiene necesariamente dentro de sus cualidades su existencia, luego deba existir. Y es que si se piensa se existe, pero no se existe porque se piensa.

Dado que un imperfecto no puede tener referencia epistémica de un perfecto, más concretamente, un ser finito de lo infinito, ya que si eso ocurriera los sujetos que lo hicieran ya no serían lo que son: seres imperfectos, limitados y transitorios, finitos que construyen continuamente su vida, lo que sería una contradicción, dado lo que representa la perfección. Aunque podría ocurrir que se hable sobre Dios pero sólo a través de la Doxa, de una opinión incierta. Hecho que contradice su propia naturaleza y en consecuencia, no se estaría hablando de Dios, se hablaría de otra cosa.

Por otra parte, dentro de esas condiciones, lo perfecto no sería, de serlo estaría ajeno a cualquier expresión y definición humana. Las palabras cosifican, limitan, en este caso, la idea de Dios. Y dadas las cualidades que se le han otorgado a ese ser, y al igual que el ser parmenideo, su sola mención determinaría que hay algo más, y por lo tanto, ya no sería el principio y fin, ya que mencionarlo es limitarlo.

Comunicar algo, a partir de la idea de Dios, hacer referencias a ese ser, hablar de él, es trasladarse a un horizonte de impresiones y creencias inciertas. Es decir, ubicarse en el mundo de la Doxa, de la mera opinión incierta, de lo aparente; donde lo sensible cobra vital importancia empobreciendo con ello la idea de Dios. Por lo tanto ¿sobre qué bases se construyen las religiones que, para difundir el mensaje doctrinario de la palabra revelada recurren a ejemplos, pasajes y simbolismos antropomórficos, es decir, a modelos humanos?

Palabras como perfección, eternidad, ilimitado, omnipresencia, omnisapiencia son conceptos inimaginables que abruman la mente de las personas. Y qué decir de la vida eterna, como dijo Albrecht von Haller, la eternidad futura infunde un suave horror.


Jairo Alarcón Rodas (Guatemala, 1962). Docente e investigador de la Universidad de San Carlos de Guatemala ha realizado publicaciones en distintas revistas y periódicos del país. Ha publicado «El conocimiento, una segunda mirada al mundo que creemos conocer», y próximamente el libro «Hacia la superación de nuestras diferencias».

Los hombres creen que los dioses han tenido nacimiento y poseen voz y cuerpo semejantes al nuestro. Por esto los etíopes hacen a sus dioses chatos y negros, los tracios dicen que tienen ojos azules y cabellos rojos; también los bueyes, los caballos y leones, si pudieran, imaginarían sus dioses a su semejanza.

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