Por Gabriel Rodríguez Pellecer
Las imágenes de Mario Santizo tienen dos características reconocibles desde muy lejos: el teatro y la psicología. Cuando uno platica con Mario siempre hay en sus gestos faciales esa línea muy delgada entre el humor y la tragedia. Una tragicomedia.
LA COMEDIA
Por esto asumo que ha sido tan recurrente en los vaciados de su rostro. Mario le huye a la solemnidad. Se burla de ella. Y se burla de sí mismo. Es su propio personaje. Siempre lo he percibido como un dramaturgo.
Las obras de teatro van desde una foto, un video, un grabado o una pintura. Sus puestas en escena tienen una infinidad de personajes y lo que tienen en común es que siempre están jodidos.
Mario visita la ciudad de Guatemala desde una postura parecida al Guasón de Batman. Encuentra sus heridas más evidentes y, cagándose de la risa, hace que sufran por su desgracia.
Voy a poner un ejemplo (y generalizar de forma descarada). Al chapín promedio le molesta hablar de sexo en público, es conservador. Esto tal vez tiene que ver con que siempre piensa que le está hablando a su mamá. A Mario le interesan estas incomodidades. Y su forma de graficar esto es a través de algunas parafilias como la zoofilia, el masoquismo o el fetichismo. Y se ríe de los ortodoxos, de los puritanos y de los carismáticos.
Le gusta usar las poses de los cuadros renacentistas para escenificar las ridículas posturas moralistas de los religiosos ante la vida. Sus trabajos más recientes continúan creando esa incomodidad. Una de sus exposiciones parte de una arista poco visible en sus trabajos anteriores: el afecto o la falta de. El mono roza el rostro de un niño y al mismo tiempo nos equipara el afecto entre humano-humano y animal-humano. ¿Cuánto queda en nosotros de nuestro ancestro el simio? Lo suficiente como para matarnos unos a otros.
Los detalles son una nueva imagen en las obras de Mario. El ano visto desde cerca tiene un efecto que destantea; lo abstrae, lo aplana y lo vuelve un asterisco en dos dimensiones. La pintura siempre ha apaciguado las imágenes, y en su afán preciosista, las hace digeribles. Se vuelven amigables y filtradas para el conservador.
Y se vuelve a reír al pensar en la cara que pondrá algún conservador al ver sus obras. Nadie se salva de ser perseguido por una de sus imágenes días después de haberla visto.
LA TRAGEDIA
La obra de Santizo tiene una relación amor-odio con la sociedad guatemalteca. La odia pero no puede vivir sin ella. Le hace una oda a los asaltos, como este evento que adorna la ciudad. Tras bambalinas de este teatro está la parte sensible de Mario. Estos sucesos, posturas y paranoias de la sociedad le molestan. Incomoda al espectador para que al espectador le incomode su realidad. Nos espabila y nos grita: ¡Date cuenta de lo jodida que está tu sociedad!
Sus tragedias nos convierten en adúlteros. Sus personajes son un espejo de esa doble moral. Y nos da miedo pensarnos llevando a la práctica alguna de nuestras fantasías sexuales. Cuando veo su obra siempre me imagino a Sigmund Freud inhalando cocaína para poder hipnotizarse. A través del absurdo, Santizo nos mete dentro de un túnel de perversiones para demostrarnos que lo perverso para él no son las prácticas sexuales sino la doble moral y los abusos de poder. Las parafilias son sus útiles para desdibujar la hipocresía de los moralistas. Sus analogías a la religión, la política y la sociedad son ilustradas desde el lado enfermo de cada ciudadano.
Todos podríamos ser Freud tratando de hipnotizarnos frente a un espejo.
*Este texto fue publicado originalmente en nomada.gt
La obra de Santizo tiene una relación amor-odio con la sociedad guatemalteca. La odia pero no puede vivir sin ella. Le hace una oda a los asaltos, como este evento que adorna la ciudad…