Por Juan Pablo Muñoz Elías

En 2016, cae en las manos de los amantes de la historia una recomendable obra literaria sobre el violento y complejo encuentro entre los españoles y los señoríos indígenas que habitaban el altiplano y el sur del actual territorio de Guatemala, con énfasis en el pueblo k’aqchikel y aunque el marco temporal es de apenas 18 años, el libro enfoca detalladamente los factores políticos, geográficos y económicos que determinaron los siguientes tres siglos de historia que hicieron que Guatemala se convirtiera en lo que conocemos actualmente. El material se titula “Atemorizar la tierra: Pedro de Alvarado y la Conquista de Guatemala, 1520 – 1541”, escrita por George Lowell, Christopher Lutz y Wendy Kramer, apoyada editorialmente por F&G Editores.

El libro es digno de leerse por diversas razones. Se sitúa en la línea la literatura que pone sobre la mesa de la reflexión política del país, el papel fundamental que el temor ha tenido como mecanismo de gobierno desde hace casi 500 años, y lo argumenta con hechos. Además, vale la pena compenetrarse en la dinámica que se establece entre el personaje y los sujetos sociales, situando en su justa dimensión las acciones y omisiones de cada uno, desmitificando la simpleza con que la historia generalmente es narrada. Finalmente, es de resaltar la variedad y la riqueza de las fuentes que fueron utilizadas para construir el discurso histórico en cuestión, pues se conjugan fuentes inéditas con las más clásicas voces y “autoridades” sobre la materia.

Cuando recientemente, por casualidad, le comenté sobre la obra a un experto en temas de seguridad, su primera reacción fue sorprendente: Allí, allí hay que volver la mirada para entender esta cultura política que tenemos, esa que privilegia soluciones militares a cualquier problema de seguridad con que nos enfrentemos. Y es que ello es coincidente con una afirmación que hacen los autores al finalizar la obra: Ningún otro proceso de conquista a nivel continental quedó tan marcado por la personalidad de su caudillo, al punto que quienes se consideran sus descendientes han seguido replicando sus prácticas hasta el momento.

Pedro de Alvarado, mezquino, codicioso, aventurero, guerrero y cruel personaje que comandó las primeras batallas de Conquista por estos lares, se afianzó de sus tres hermanos, dos primos y hombres leales (con alguno de los cuales emparentó casándolo con su primera hija), para que se oyera su voz en el cabildo, aun cuando no estaba presente durante aquéllos años. Fue desconfiado y su respuesta siempre fue la matanza indiscriminada antes de correr cualquier peligro, lo cual le acarreó serios problemas, como lo demuestran los juicios de residencia que se le hicieron, acusándolo de poner en peligro la conquista mexicana y la guatemalteca, con lo cual atentaba a los propios intereses de la Corona Española.

Así lo presentan los autores, tomando en cuenta los halagos que múltiples cronistas coloniales le hicieron, pero contraponiéndolos con lo que decían en sus propias fuentes los vencidos, los k’aqchikeles y demás señoríos indígenas. Y todo lo anterior, comparándolo con fuentes primarias tales como los propios procesos judiciales e interpretando libros de sesiones del cabildo de la Ciudad de Santiago de los Caballeros, que hasta hace uno años se creían perdidos para siempre.

Es importante recalcar algo ya dicho: El libro recupera la voz de los vencidos. Nada más lejano a la realidad que repetir el célebre estribillo escolar: “Pedro de Alvarado conquistó Guatemala en 1524”. Si bien este año fue decisivo, ni este hombre lo logró en solitario, ni lo logró en absoluto. No hubo bandos definidos ni traiciones de unos a otros, sino un contexto mesoamericano que le fue favorable a los extranjeros, quienes a veces se aliaban con unos y a veces con otros para someterlos a todos. Y a someterlos, por cierto, de forma nunca definitiva, pues como es sabido el español nunca del todo se logró imponer.

Un último asunto a detallar se relaciona con la narración. Lejos ha quedado aquella forma tradicional de narrar la historia en donde el personaje, como en un cuento, lo sabe todo: qué piensa el otro y qué va a suceder. Por otra parte, tampoco incurre en el error de hacer hablar a sujetos abstractos y flexibles, sin contexto histórico, tales como “el pueblo” y otras categorías que en historia solamente sirven para disfrazar la insuficiencia de investigación.

Así, aunque se refiere al pueblo k ’aqchikel, lo define, lo sitúa en 1524 (año en que se alían a los españoles) de forma diferente a 1527 (en plena rebelión); no lo presenta como inmutable; no le quita la riqueza de análisis que implica reconocer los protagonismos de sus dirigentes (de sus guerreros o de sus señores principales); y, finalmente, no los acusa de victimarios frente a los quichés ni los victimiza, por cuanto hace emerger los errores estratégicos que cometieron durante dichos procesos.

Todo lo anterior genera la impresión de que le están contando a uno hechos reales de personas reales, en los cuales puede encontrarse un atisbo de humanidad que hace comprensible por qué cada quien actuó como lo hizo. Y no es por tanto, esa historia aburrida, sin contexto, para amantes del pasado por el pasado mismo o para especialistas más preocupados por demostrar que citan a otros autores que por exponer el resultado de sus propios estudios.

Vale la pena hacer lectura crítica de este libro, sabida cuenta que las investigaciones históricas sobre la materia todavía no terminan, que hacen falta fuentes para confirmar o refutar muchos datos y que los avances filológicos de los pueblos indígenas guatemaltecos se robustecen cada vez más. Vale pensar en lo que dice y en lo que hace falta por decir y, por qué no, también vale la pena disfrutar de su lectura. Al fin de cuentas, toda vez contextualicemos a los sujetos, lo que la historia nos muestra es a humanos interactuando con humanos y de dicha trama no somos ajenos.

El libro recupera la voz de los vencidos.


Asista a la presentación

El libro «Atemorizar la tierra. Pedro de Alvarado y la Conquista de Guatemala, 1520-1541» de W. George Lovell se presentará en el marco de Filgua, el sábado 23 de julio, en el Salón 6 Rubén Darío del Parque de la Industria, a partir de las 11:00. Participan: Raúl Figueroa Sarti y W. George Lovell

Artículo anteriorMachacar el arte contemporáneo, exprimir el jugo y retirar la pulpa
Artículo siguienteEl reflejo de Mario Santizo*