Por Sergio Valdés Pedroni

La anti-curaduría hace énfasis en la obra como crítica, no como mercancía.

La anti-curaduría también hace énfasis en las metáforas, las estrategias formales y discursivas, no en el/la autor/a.

La anti-curaduría no encumbra artistas, ni se sirve de ellos/as y sus obras para justificar su labor.

La anti-curaduría devuelve la dignidad a la experiencia de la creación artística y la imaginación, liberándola de las agendas desarrollistas y artístico-mercantiles vigentes en las grandes metrópolis del arte -y los campus universitarios democráticos de Estados Unidos y Europa.

La anti-curaduría es enemiga de las becas y las residencias artísticas colonialistas (promueve el apoyo libre, la generosidad).

La anti-curaduría le propone a los artistas que no se dejen reducir -ni seducir- a ser objeto ni escenario de retóricas pretensiosas y arrogantes, ni de cosas «horribles» o «hermosas» (según la moral y el signo estético hegemónico de un momento determinado), sino de su propio impulso en contacto con su arte, su técnica, su tiempo y su entorno.

La anti-curaduría indaga e interroga en la naturaleza fragmentaria del arte contemporáneo (incluido el cine), en contra de toda pretensión de unidad (aristotélica o del tipo que sea).

La anti-curaduría indaga en la relación entre lo político y lo poético y estimula en los públicos una fruición activa.

La anti-curaduría persigue miradas curiosas para seducirlas en función de la creación, el pensamiento complejo, la autonomía y la subversión.

La anti-curaduría busca la proximidad racional y afectiva y cultiva la avidez por los encuentros en la realidad tangible y cotidiana, no el reconocimiento mediático de una figura o un nombre.

La anti-curaduría es un ejercicio público y privado.

La anti-curaduría desafía a los escenarios emblemáticos tradicionales del arte. Una plaza o una esquina de barrio tienen igual importancia que un museo contemporáneo. Por eso, la anti-curaduría Lleva la calle y la imaginación en acto hacia el corazón de los museos, y el corazón de los museos a las alcantarillas si es necesario.

La anti-curaduría no compite con los/as artistas, los/as productores/as independientes de arte contemporáneo, los/ críticos/as, los/as periodistas culturales, los/as docentes de arte y propone la colaboración apasionada.

La anti-curaduría es crítica tanto como auto-crítica.

La anti-curaduría se desnuda a sí misma antes que a los demás. «El artista y la sociedad -dice la anti curaduría- debe saber desde donde ejercemos esta función polivalente. Cuáles son nuestras mediaciones culturales, ideológicas, estéticas, comerciales».

La anti-curaduría no apunta a formar exclusivamente te exposiciones temáticas temporales sino a diversificar las modalidades de presentación. Tampoco aspira a formar gustos estándar, sino a cuestionar los clisés y brutalizar la normalidad (re) productiva del arte.

La anti-curaduría trabaja con materiales del pasado y del porvenir, rescata y jamás expulsa hacia el olvido ninguna obra, ningún discurso, ninguna metáfora.

La anti-curaduría considera que es un mal consejo calificar con adjetivos grandilocuentes -en los medios y las redes sociales- a un/a artista o curador/a por extraordinario que este/a parezca, buscando a cambio formas críticas de reconocimiento y valoración de las prácticas teóricas y concretas del arte contemporáneo.

La anti-curaduría persigue la libre circulación del arte y las ideas.

La anti-curaduría rechaza obras y discursos donde el/la artista se expone con auto-complacencia.

La anti-curaduría es una paradoja idiomática. Otra forma de la curaduría.


Notas parciales de una intervención didáctica inconclusa, para públicos no especializados, en el panel sobre ANTI-CURADURÍA convocado por María Orantes. Segundo Congreso de Estudios Mesoamericanos, Quetzaltenango, Guatemala, junio-julio de 2016.

Artículo anterior¿Por qué nos asusta la libertad?
Artículo siguienteEl caldo de la semana